Cumpliendo la voluntad de mi tío fallecido

in #life6 years ago (edited)

¡Hola! ¿Recuerdan que en mi post de presentación les comenté que a lo largo de mi vida había tenido sueños que me habían sorprendido? Pues no se trata de ilusiones o proyectos a futuro, se trata de sueños premonitorios (esos sueños que te avisan sobre algo).

He tenido esta clase de sueños durante toda mi vida, pero siempre pensaba que se trataban de pesadillas o recuerdos del subconsciente que salían a flote de vez en cuando, hasta que por fin me di cuenta de lo que en verdad eran…

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Recuerdo este sueño con mucha claridad: Yo caminaba en una tarde de abril por las calles de mi ciudad natal, estaba pensativo y cabizbajo hasta que reconocí a Arturo. Arturo era mi tío político, también era mi padrino de bautizo. Él estaba en una fiesta familiar en un parque infantil, vestía muy elegante, demasiado elegante diría yo, al menos para esa ocasión.

“¡Hola, tío! ¿Qué haces aquí?” – Le dije.
“¿Puedes verme?” – Fue su respuesta.
“¿Cómo no verte? Estás aquí enfrente de mí” – Le contesté.

Me tomó de la mano y me invitó a pasar a la fiesta. Ahí estaba la familia casi completa: primos, tíos, hasta mi abuela Rafaela, aunque a ella la noté muy silente vigilando a mi tía Josefina, su hija menor, que ya tiene 50 años…

Ante la prisa que tenía mi tío Arturo, le pregunté: “¿Qué quieres de mi? ¿Por qué me traes a este lugar si no estoy invitado a esta reunión?”

Él tenía una mirada muy profunda, su hablar era muy pausado, era cortez y nunca lo oí decir alguna mala palabra.

“Quiero que me ayudes a comunicarme ¡Nadie me ve! ¡Nadie me oye! Sólo tú puedes verme y escucharme” – Me dijo.
“A ver…” – Dije en tono de cansancio – “¿A quién quieres decirle algo?” – Le pregunté mientras tomaba su mano y lo llevaba al lugar donde estaba mi tía Josefina.
“¡No! A ella no tengo que decirle nada, ahí está Rafaela cuidándola ¿No la ves?” – Me dijo en modo autoritario.

Y sí, ahí estaba la abuela detrás de ella, sentada como toda una matrona vigilante de que su “pequeña” hija de 50 años no cometiera alguna equivocación, o bien podría estar simplemente cuidando de ella.

Qué ironía… Mi abuela tenía 72 años cuando murió, y allí estaba tan joven y lozana que casi no la reconocí, si no hubiese sido por su larga cabellera recogida en un moño tejido hacia un lado de su hombro izquierdo y por su gesto en sus cejas pobladas casi unidas una con la otra, no la reconocería.

Llevé a mi tío Arturo al lado de su hijo mayor, Arturo Rafael, y le pregunté: “¿Qué quieres decirle? ¡Aquí lo tienes!” – Le dije con ganas de que solo fuera eso y nada más lo que quería mi tío, pero no…
“Arturo Rafael ya está realizado y no necesita que yo le diga nada” – Fue su respuesta. Debo confesar que me sentí frustrado porque realmente no quería estar allí.

No tuve otra opción mas que seguir tomado de la mano con él y seguir buscando a quien Arturo quería hablarle, hasta que finalmente me dijo: “Llévame donde está Carmen Elena”. Carmen Elena es su hija mayor, así que lo hice, lo llevé con ella.

Me acerqué y ahí estaba, con sus hijos pequeños disfrutando de unos deliciosos algodones de azúcar. La saludé gustoso y pude notar que ella no podía ver a mi tío. Arturo me dijo al oído: “Dile que no todo en la vida consiste en soportar dolor ni aguantar las lágrimas para poder ser feliz”. Ella me miró extrañada sin encontrarle sentido a mis palabras. Me comí un algodón de azúcar y dije: “Listo, cumplí mi misión”. Pero que equivocado estaba.

Aún me faltaban sus dos hijos menores: Sandra y Efrain.

“Llévame hacia donde está Efrain” – Me susurró en su tono suave al oído.

Efrain es el menor de los varones, lo busqué en ese parque con prisa porque sentía que quedaba muy poco tiempo.

“Eres muy noble y bondadoso, no puedes esperar eso de los demás” fue su mensaje para él. Abracé a Efrain y me alejé.

Faltaba Sandra, la penúltima de sus hijas, mi prima favorita y compañera de juegos cuando éramos pequeños.

Ahí estaba ella, sentada en la verdosa grama, sola, ensimismada en sus pensamientos tan misteriosos que la hacían alejarse del mundo que la rodeaba. Así era ella: complicada.

“Levántate” – Le dije. – “Tengo un mensaje para ti”. Ella me miró como si yo hubiera invadido su soledad, y es que en cierto modo eso fue exactamente lo que hice.
“Dile que siempre la amé, que nunca dude cuánto la amé y cuánto la sigo amando” fue el mensaje de mi tío para ella. Sandra no respondió con palabra alguna, pero si me regaló una sonrisa.

Allí, al fin me sentí aliviado. Al querer decirle a mi tío Arturo que ya su voluntad se había cumplido, había desaparecido de mi vista…

Arturo falleció hace muchos años, casi 30, para ser exactos. Mi abuela Rafaela murió cuando yo apenas tenía 16 años.

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QUE INTERESANTE, NO SABES ¿POR QUE PUDISTE COMUNICARTE CON EL ?

Ni idea, quizá solo quería que diera esos mensajes para poder encontrar la paz...

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