Hola a todos mis seguidores y saludos a las nuevas personas que se unieron hoy a nuestra gran comunidad.

Lo que les voy a contar hoy en este post es una historia real – me pasó a mí – y deseo que dediquen un momento a leer estas palabras para que así saquen sus conclusiones o enseñanzas – que es lo que espero que se lleven con estas palabras.

El sábado en la noche tuve la oportunidad de vivir una grata experiencia...

Mi esposa me avisó que era tiempo de ir a la estación de bus a recogerla para así poder irnos a casa y descansar. El camino es largo y como era de noche, esto me dio tiempo para pensar en mil y una cosas que salen en mi mente llena de ideas y café – muuucho café.

Llegué a la estación de bus y todo se veía normal. Esta estación tiene una entrada bastante larga antes de llegar al vagón que forma la estación y durante el momento que recorrí dicha entrada, no vi nada fuera de lo normal.

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Esta es la estación a la que me refiero, sino que todo sucedió en horas de la noche.

El tiempo pasaba y yo me dediqué a esperar junto a los torniquetes la llegada de mi amada junto con nuestro bebé en su pancita. En cierto momento, mientras veía la gente pasar y hablar de lo que les pasó durante el día, apareció en la mitad de dicha entrada un habitante de la calle con un detalle supremamente particular: esta persona no tiene manos y mide, a lo mucho, 50cm de estatura.

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Esta imagen la uso únicamente como referencia de las características físicas de la persona con la que viví la experiencia que les estoy contando, y para este caso particular, no tenía manos este personaje.

Mucho pelo, bastante bigote y barba, la cara sucia de andar todo el día y la ropa un poco sucia – además de lo que dije antes – caracterizaban a este particular personaje. Él tenía una sola tarea en ese momento de la fría noche: recolectar $20000 pesos para pagar una habitación.

¿Y cómo supe yo que tenía esa tarea?

Bueno, a veces acostumbro llevarle algo de comer a mi esposa mientras llegamos a casa ya que la estación de bus está un poco retirada de ahí. Llegó mi esposa, la recibí entre mis brazos y salimos por el pasillo donde también estaba aquel personaje. Avanzamos y mi esposa miró a aquel hombre esperando a que alguien le diera dinero, a que le dieran algo para poder irse a descansar. Yo le conté que él llevaba un buen tiempo ahí en ese lugar y también le mencioné lo que le había llevado para comer – un bizcocho.

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Esto era lo que le llevaba a mi esposa para comer mientras llegábamos a casa.

Mi esposa, quien realmente tiene un gran y bello corazón, hizo una pregunta sencilla pero poderosa, muy adecuada para el momento: ¿será que él tiene hambre? Inmediatamente, me pidió el favor de que le llevara ese bizcocho al hombrecito que estaba ahí parado para que se lo pudiese comer.

Ok, ¿y ahora cómo el señor se iba a comer el bizcocho que mi esposa amablemente le cedió?

Fui hasta el sitio donde se encontraba el señor, me agaché para hablarle y le pregunté si quería comer el bizcocho que le llevábamos, y me contestó inmediatamente: “¡pero no me lo puedo comer!”

Sin más espera, lo que hice fue destapar el empaque del biscocho y le sostuve el mismo mientras él comía.

Mientras comía, el hombre dijo sin pensarlo: “¡Tengo una sed…!” Y mi esposa, sin pensarlo tanto, preguntó qué quería de tomar, a lo cual el hombre respondió “¡una Coca-Cola!”, e inmediatamente, sin pensarlo (nuevamente), fue a comprar una coca-cola.

Y mientras le ayudaba a sostener la comida al señor, él me contó que necesitaba reunir dinero para poder quedarse en una habitación y no pasar la noche en la calle. Además, me contó que llevaba un pañal guardado debajo de su camisa para que después alguien le ayudara a colocárselo y exclamaba que era muy duro aguantar las ganas de ir al baño, a lo cual reí y estuve de acuerdo.

También me contó, en medio de la noche y bajo la mirada de los transeúntes que se dirigían a la estación, que la mamá siempre lo cargaba y que hasta los 7 años pudo aprender a caminar. No me atreví a preguntar dónde estaba su familia por temor a que lo tomara mal.

En ese momento, llegó mi esposa y trajo la gloriosa bebida, la cual me pasó para poderla destapar. Destapada la botella, le colocamos un pitillo y el señor empezó a tomarse la Coca-Cola tal cual néctar de los dioses.

“¡Huy, con esto uno tiene pa'l almuerzo y pa'la comida!”, dijo alegremente el señor mientras terminaba de comer todo lo que tenía frente a él. No se terminó de comer el bizcocho y se tomó media botella de gaseosa, la cual tapé cuidadosamente con el pitillo dentro de la misma para que después pudiese tomar.

Me levanté, cansado de mis rodillas por estar tanto tiempo en cuclillas y lo dejamos para irnos a casa, no sin antes escuchar – y haber sentido – de parte del señor ese ¡gracias! por haberle brindado algo de comer en esa fría noche.

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¿Qué puedo concluir de esta experiencia?

• Haberme puesto a su altura me facilitó mucho más el hecho de tratarlo como se merece: como un igual, como alguien que merece el mismo respeto y trato que uno.
• Haberle suplido una necesidad básica y ayudarle me dejó más que satisfecho, de hecho, quedé muy contento porque el brindar algo sin esperar a cambio es un alimento más que excelente para el alma. Es, sencillamente, felicidad para el alma.
• Ayuda llama ayuda. Cuando la gente vio que estaba yo ahí dándole de comer, la gente se acercó a darle más dinero para completar su renta. No sé si sea bueno o no este aspecto porque pienso que ayudar no debería ser influenciado por las acciones de otro.

Y a ti, ¿qué enseñanza o qué reflexión te dejó esta historia?

Espero que les haya gustado esta vivencia y piensen por un momento si han tenido alguna experiencia similar; si es así, comparte con nosotros esos momentos para que sepamos más formas de ayudar desinteresadamente.

No olvides resteemear este post y seguirme para conocer más temas interesantes.

Nos vemos en mi siguiente post!