Memorias de los Bohemios

El caminante ha llegado al típico bar-restaurante construido sobre rocas marinas; allí han creado un kiosco gigante, donde gentes de todas partes del mundo llegan a disfrutar de la bohemia y de sus historias; eso decía el asistente a media mañana; sabes, le conversaba al caminante que preguntó a qué horas había servicio; nuestros clientes brindan por sueños, triunfos y alocadas aventuras comerciales, pasadas o por venir; todos se inspiran a hablar luego de la segunda o tercera copa, tal vez.

Esta lancha perteneció al abuelo de la playa, él luego de pensionarse de los grandes barcos mercantiles, inició a dar vueltas en la bahía a los turistas, que generalmente traían una botella de vino; cobraba pocos dólares por hora, él remaba mientras las parejas al ritmo de las olas movidas por el viento y la entonación del vino abrían sus corazones, se decían verdades ocultas o se pedían perdón por miedos no enfrentados. El abuelo inició a marcar las botellas, porque cada una de ellas fue testigo del cruce de cuentas entre dos amigos o dos amores.

Las amontonó aquí en esta cabaña que heredó de su padre. Aquellas cuentas no necesariamente eran sobre negocios o deudas de préstamos; decía el abuelo en sus memorias que aquel cruce de cuentas, principalmente se debía a lealtades rotas; el efecto del vino los adentraba en la bohemia de la sinceridad, que les permitía a muchos comprenderse y perdonarse, llegando a hacer las paces, no necesariamente para estar de acuerdo, sino para acordar no estar de acuerdo; lo único que si quedó claro en muchos encuentros fue el seguir siendo amigos y recordar aquel brindis que les devolvería la paz interna.

Los herederos del abuelo conservan la cabaña y reciben renta por permitir el uso de la propiedad para el restaurante-bar, que como cosa extraña sigue escuchando la bohemia de amistades y enamorados, y almacenando las cómplices botellas.