La Calle Larga. Edición # 3 de #juegos-electrodo

in #juegos-electrodo6 years ago (edited)

Estimados amigos, me tropecé a poco de su cierre con la tercera edición de #juegos-electrodo. Esta convocatoria al concurso (o juego) que promueve @electrodo me hizo sonreír con algo de asombro, pues coincidía con recuerdos que tienen días volviendo sobre mis pensamientos e inmediatamente quise jugar porque, además, me pareció muy bonita su propuesta.

Gracias por crear esta generosa oportunidad, @electrodo.

Me hubiera encantado ilustrar este post, pero el tiempo no daba para eso; de manera que busqué bonitas imágenes, pero la terea de ilustración está pendiente.

Dejo el enlace a la convocatoria aquí, por si se animan a participar en las venideras.

Espero que lo disfruten.

Quedo agradecida y les deseo suerte a todos.


Imagen19 avenida bermudez.jpg

Fuente

La Calle Larga

Mi abuela, Antonia Manuela Goitía, nació en 1911, en Puerto Escondido, una población desaparecida en las costas del estado Sucre, en Venezuela.
Crecí oyendo su historia (sus historias) y la fui haciendo mía, hasta que pertenecí también al aire de sus vuelos. Hasta que sus historias fueron sustancia de mi memoria. Recuerdo su voz: suave, algo cascada. Recuerdo sus ojos: dos ardillas negrísimas. Recuerdo su olor: hojas de citronella.
Mi abuela fue mi Sheherezade. Una contadora de historias nacida en Puerto Escondido. Si lo buscan en el mapa, es apenas una ranchería abandonada perdida entre dos cerros de la costa. Ya no queda casi nada allí. Tampoco quedan sobrevivientes, que yo sepa, que cuenten su historia. Según mi abuela, el pueblo fue fundado por Antonio Ruiz, El Verduguillo, abuelo de mi abuela, un hombre cruel que venía huyendo de la cárcel y de una historia espantosa de asesinatos de honor en Alcalá de Henares, en España. Aprovechó el fondeo en una costa de las Islas Canarias para robarse una india a la que hizo su mujer y que fue la abuela de mi abuela, Agalia Goitía.


Archivo:Joaquín Sorolla 001.jpg


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En Puerto Escondido transcurrió su infancia, sujeta al yugo de El Verduguillo. Un dominio que se hizo más férreo luego de que el padre de mi abuela desapareció durante una campaña de pesca, cuando mi abuela tenía once años. Poco después El Verduguillo murió. Y hubiera sido una fortuna para la familia que le quedaba a mi abuela, pero lo mató una apoplejía, luego de una rabieta que agarró y durante la cual ordenó destrozar a punta de hacha los botes que hubieran sido su herencia. De manera que mi abuela llegó a Cumaná, mi ciudad, acompañada de cuatro hermanos, y su madre viuda y preñada de un quinto. Mi abuela era la mayor. La hueste menesterosa que era su familia entró en bote a la ciudad por la ranchería de El Guapo, y remontó a pie la Calle Larga desde Puerto Sucre.



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Los ojos maravillados de mi abuela, una niña que nunca había salido de las playas entre los cerros en donde había nacido, contemplaron las casas sobre el borde de las calzadas altas. Construcciones de bahareque de dos plantas, encaladas, con portales de madera tallada y multitud de ventanas guarnecidas con obra de forja y madera. Casas encaladas con pisos de mosaico español y los zaguanes anchos abiertos, donde los paisanos (que era como llamaban a los árabes aquí para la época, también los llamaban turcos por portar pasaporte turco) exhibían sus mercaderías traídas desde muchos puertos: piezas de paño fino, loza pintada de Oriente, frasquitos de perfume francés, peinetas de carey, mantos españoles; pero también pan y fruta y casabe y papelón y maíz y mapuey dulce. Y mujeres hermosas, enjoyadas, con ojos enormes y ropas lujosas, y hombres barbados de ojos agudos. Y guacamayos. Guacamayos en jaulas y corralitos. Guacamayos azules y rojos. Gritones y estridentes.

File:Ara macao -Diergaarde Blijdorp -flying-8a.jpg


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Guacamayos en casitas miniatura que acompañaban a las familias de paisanos sentadas en butacas y mecedoras en las puertas de sus casas, comiendo patilla, tomando té. Fumando sus narguiles. Conversando en alegre coro con los pájaros. En efecto, era la calle más larga de la ciudad y en ella se habían establecido el grueso de los comerciantes de origen libanés que vinieron a probar su suerte aquí, en esta pequeña ciudad de la costa en donde habito, Cumaná, la Primogénita. Mi abuela me contaba que le decían la Atenas de Oriente, por la cantidad de poetas y músicos que la habitaban. La Calle Larga empezaba por aquel entonces donde acababa Puerto Sucre y se extendía hasta donde hoy está el Puente Guzmán Blanco, en el Centro de la ciudad, cerca de un tamarindo enorme y ya extenuado en su vejez de más de cuatrocientos años, mediando la calle estaba La Coquera, la fábrica de aceite de coco y, más abajo, siguiendo el curso del río Manzanares que divide a la ciudad (“Un río de tinta”, como lo llamó el poeta José Antonio Ramos Sucre), la iglesia Santa Inés y la fábrica de jabón Nueva Andalucía. La Calle Larga, hoy llamada Avenida Bermúdez, era un pasaje a los prodigios en los ojos maravillados de mi abuela. Una calle que se quedó para siempre en su memoria poblada de guacamayos. Muchos años después, cuando la senilidad le hizo perder mi nombre en un laberinto confuso de gentes a las que había amado y odiado, a las que había enterrado y a las que había visto nacer, la Calle Larga siguió persistiendo en la cadena de sus historias. Para siempre, la Calle Larga quedó habitada por guacamayos, sólo que ahora eran mujeres regias, adornadas con toda clase de joyas y plumas.

Sirin and Alkonost—The Birds of Joy and Sorrow (1896), Viktor Vasnetsov


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“Las turcas se hacían los vestidos con plumas”, me decía. “Tú te debes acordar, se ponían unas coronas de perlas y faldas de plumas y cadenas de oro”. Y, desde la imposibilidad temporal que eran sus argumentos, yo le decía que sí, que me acordaba, mientras ella trataba de encontrar en vano el cabo perdido de la madeja de sus historias. Y lo recuerdo. Cómo decir que no son mis recuerdos. La Calle Larga, hoy Avenida Bermúdez del Centro de mi ciudad, se llamaba así porque era larga, muy larga, y estaba invadida por las visiones asombrosas de una niña que hace muchos años, desde el siglo pasado hasta hoy, sigue viendo los guacamayos desde mis sueños.

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Gracias por la compañía. Bienvenidos siempre.

 

En mi país hay tortura, desapariciones, ajusticiamientos, violaciones masivas de derechos humanos.
¡Libertad para mi país!


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