¡Hasta que me aceptaron! Y yo encantada de embarcarme con ustedes en este viaje, steemianos. Aquí estoy como siempre sintiendo el terror de la página en blanco, pero me imagino que debo comenzar. Esta parte la he llamado AUTORRETRATO.

Mi nombre es Nancy Brito y vivo en Venezuela, específicamente en Cumaná, una ciudad llena de conchas marinas y aguas azules.

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Soy docente por vocación y convicción. Cuando a la edad de 6 años, a la par de mis juegos con muñecas, enseñé a mi abuela Eugenia a escribir su nombre y hacer los números (ella utilizaba palitos), descubrí que el compartir conocimientos es uno de los regalos más valiosos del ser humano con el mundo. Fue entonces que la biología y el derecho, pasiones de unos padres porfiados, se quedaron como carreras eclipsadas por un marcador y una pizarra.

Soy profesora, pero profesora de literatura, egresada de la Universidad de Oriente, con una maestría en Literatura Hispanoamericana en la UPEL. Es decir, así como he estado rodeada de mar, también están los libros. Soy una apasionada de la lectura y la escritura. La literatura me da una capacidad de escape y a la vez un llamado a tierra que no puedo ignorar. Porque es que hay días que me encuentro que me hundo a propósito, otras sin querer, en otros mundos lejanos, ficticios, inventados. Y es cuando me olvido de nuestras narraciones vitales y soy feliz. Pero cuando doy vuelta a la página, o cierro el libro, y me encuentro con las guerras cotidianas, las miradas que interrogan, ese sustico real de una tormenta que no merma, entonces la vida es tristísima y escribo para no perder la memoria y sobrevivir.

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Soy huérfana. Y cuando hablo de mi orfandad, declaro que en mi vida tuve algo y ya no lo tengo, que como estrofa, soy simplemente un verso suelto. Soy huérfana de padre, pero también de país. Yo tuve un país en donde sus habitantes eran felices: tenían abrazos y besos por montones, la comida, el agua y los buenos días no se le negaban a nadie. Yo tuve un país que era casa para el extranjero, puerto seguro para alcanzar sueños. Pero ese país ya no existe. Nuestro presente es un error, una pesadilla de 20 años, un relato de terror que se escribe todos los días.

Es por eso que mis ejercicios narrativos, poéticos, ensayísticos tienen como gran protagonista a Venezuela, la que veo, padezco, respiro. Escribo para reconocerla, pero también para no olvidarla.

De allí que deba darle las gracias especialmente a @adncabrera, que entre un salón y otro, me habló de lo emocionante de emprender este viaje con Steemit, porque más allá de los frutos económicos que nos ofrece el pertenecer a esta comunidad, están las grandes y diferentes historias que podré leer y recrear con ustedes. Mis steemianos, los invito, ya está escrita la primera página de este libro…

A continuación cinco poemas que se corresponden con las inquietudes expresadas arriba.

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Aquí el periódico no reseñó nada,
tampoco los noticieros han hablado.
Son cien uniformados muertos
en treinta días.
Están pagando en dólares sus vidas.
Nadie dice nada.
El jefe desde la cárcel paga.
Van en desbandada a entregar sus placas,
pero nadie dice nada.
El silencio,
la omisión,
para sobrevivir.
Lástima que nadie lea poemas.

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Se desconocen los detalles.
Solo el rumor hace eco.
Fue a eso de las dos de la tarde
-dicen-
que el hombre tomó una galleta y se la comió,
que las migas reposaban en su comisura,
que aún llevaba el sabor a vainilla en los dedos,
que tosió en el último bocado,
que cuando vino El Chichi
y le metió siete balazos en el rostro,
la bolsita transparente que tenía en la mano
crujió
y fue la primera que cayó al suelo.

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Cotidianidad

El hombre extraviado apareció.
Ha sido identificado.
La cédula ha sido su dentadura.
Su cuerpo descompuesto no permite recuerdos,
tampoco una segunda mirada.
Apareció
y con él desaparece la angustia,
la incertidumbre,
la fe.

Defensa

Tiene 12 recién cumplidos.
Abandonado y hambriento
sube a un paredón a esperar la víctima.
Cazar a esta hora se le hace fácil,
tiene permiso para hacerlo.

Vertiginoso
ataca,
despluma.

El asesino diestro duda,
pero llega el sonido de la violencia.

La acción no llevará signos de exclamación,
tampoco la llevará la noticia en el periódico de mañana.
La palabra hambre será el alegato,
la gran excusa.

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Era un varoncito.
Siete meses y una semana.
El llanto fue la causa, entre llanto dice la acusada.
También las condiciones en las que vivía:
hacinamiento e indigencia.
En el expediente se lee
que la madre tomó parte de los vidrios de una ventana,
que abrió la barriga del infante,
que tomó el cuerpito y lo metió en una bolsa negra,
que fueron los perros los que hicieron el hallazgo.
Se lee que la madre homicida tiene 12 años.
Al lado,
entre paréntesis,
se lee
menor de edad
para que no hayan dudas.