Las invisibles líneas del tiempo [Mi primer post]

in #introduceyourself7 years ago (edited)

De: El Joven Invisible
Para: La comunidad de Steemit
Asunto: Breve pasaje de una vida muy corta

Querido lector, no sé qué tan inusual sea que un muchacho de 22 años aparezca súbitamente, a finales de diciembre, solicitando atención y empeñando su suerte a la esperanza de que una carta exprese, de forma real, quién es, los conflictos que a veces ni él mismo sabe estructurar, los miedos cuyos nombres desconoce, y los objetivos que, construidos a pedazos, requieren mayores recursos y herramientas en la medida en que cobran vida; pero, tengo la certeza de que si esta fuese la premisa inicial de una novela, le daría una oportunidad.

No provengo de una generación apegada a la tradición de enviar cartas, lamentablemente. Y digo que es lamentable porque su naturaleza íntima me ha sorprendido como una revelación. Así, el soliloquio que me brinda su estructura, trasciende a la reflexión y a la catarsis que experimento, usualmente, cuando escribo. En muchos sentidos, es lo más cercano a mantener una conversación conmigo mismo — sin dejar de ser yo—para dar respuesta a un claro destinatario; y, en simultáneo, esa entrevista arranca confesiones tan sinceras e íntimas que tan solo expresarlas en voz alta, o estructurarlas en un sentido similar al que ofrece este formato, sería una labor casi imposible.

Por tal motivo, he decidido entregarte a ti que me eres del todo desconocido, pero llevas en tus entrañas un poco de mi vida; a ti que has experimentado lo que es dudar y soñar, reír y llorar. A ti, lector, que aun poseyendo la crítica en la mirada te veo como mi más fiel amigo, te entrego mi historia: la breve vida del Joven Invisible.


Fuente

A lo largo de mi vida, el tiempo ha sido una constante tan fugaz que pareciese no existir. De no ser por la enérgica pasión de encontrar la grandeza en los detalles, podría decir que el tiempo solo representa el cambio de colores que sorprende al mundo. Tal parece que estoy empeñado en ser demasiado romántico, si cabe la comparación, con los preceptos de la vida: mi mente y espíritu no lo ven de la misma forma. En el fondo me siento viejo, pero es una vejez que ya explicaré más adelante.

Provengo de una familia sin nombre y con las causalidades definidas de antemano. De padres comerciantes, mi vida siempre ha estado sujeta a cambios bruscos y particulares. A la misma hora en que nací, robaron el auto familiar junto a mis futuras pertenecías. El día en que decidí ojear libros, mis padres perdían el trabajo de dos décadas de sacrificio; cuando adquirí el valor por el conocimiento, ya no habían recursos para sustentarlo: parecía ser demasiado tarde.

Nunca se esperó nada extraordinario de mí, de hecho, tampoco yo lo esperaba. Aprendí a leer en Quinto grado de primaria; mi interés por las calificaciones hasta tercer año de secundaria fue tan necio como mi obstinada vocación por ser rebelde ante cualquier autoridad en mis modestas y simples maneras. Y cuando desperté del mundo de la inocencia, entendí que no era nadie ante los estándares sociales.

Sin embargo, si a mis dieciséis años no era el joven más ilustre, bien tenía una personalidad muy marcada que, al interiorizar un objetivo, se entregaba ciegamente: sin miedo a perder o a salir lastimado, sin dudas ni excusas, dejándose guiar solo por la perseverancia. Fue por esos días cuando una idea me sedujo profundamente. Era atrevida. Desde el inicio prometía ser imposible. Mi condición social y académica me incitaba a olvidarla, pero yo no pude.

Aquella idea era ingresar a la Universidad.

Aunque en este momento pretendo hacer un salto en la continuidad de la historia, pido me disculpes, pero debo hacer una mención especial a las particularidades de los hechos.

En mi niñez tuve la dicha de labrar una amistad que ejerció una decisiva influencia a lo largo de mi crecimiento. Mi mejor amigo, Wilfredo Añez, desde temprano decidió, sin ser consciente, educarme en base a sus propias experiencias. Al ser mayor por cinco años, fue ilustrándome en áreas que la propia Escuela no lograba ni acercarse. A los 8 años, aprendí a escribir y a recitar una rudimentaria poesía; a los 12, me enseñó a dar consejos —o lo que es igual, aprender a escuchar a las personas—, y a los 14 me instruyó en las nociones básicas de la psicología. Así, sin advertirlo, me entregó muchos aspectos de la vida procesados, lo cual generó que madurara, en muchas dimensiones, de forma muy acelerada.

Quizás por eso, y por otras tantas razones, no veía nada que me apasionara con sinceridad en mi pequeño Colegio. La vida parecía muy divertida allá afuera, en el contacto con las artes, y muy gris en el verbo de profesores que no se esforzaban por hacer útil e interesante el conocimiento ante unos alumnos nada colaborativos.

Todo ello derivó a que, por excusa o por decisión propia, me dedicase a ser un vago en la escuela (solo pasaba con las notas mínimas), y un autodidacta en mi hogar. Perseguía insaciablemente aquello que encendía mi curiosidad: escritura y teatro, historia y política, música y videojuegos. A un año de graduarme todavía no era consciente del mundo real que me esperaba, y ese mundo me lo presentó mi profesora de Castellano y Literatura. Quizás por su metodología o porque era el momento justo para que sucediera, Aura Castellano (curioso juego del destino el de su apellido) me hizo creer no solo que tenía algo a lo que aferrarme, sino que poseía un talento, algo por lo cual enorgullecerme. Ese algo era la escritura.

Desde ese punto, mi pasión despertó. Me volví un lector que careciendo de dinero se refugió en la computadora como extensión de su mente, y así accedí a los libros que mi condición no permitía; libros que se mostraban ante mí, cual vidas transparentes, como amigos del pasado, maestros desinteresados, ladrones de una felicidad que hasta ese momento me era ajena. Entendí que había pasado mucho tiempo perdido… perdido y desorientado.


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Era tarde, muy tarde, al menos en mi reloj mental. Todo pasó de golpe, como cuando se descubre la verdad sin buscarla, como el niño que perdido encuentra los ojos de su madre; fue un momento certero. Un segundo me bastó para comprender que, víctima de mis errores, había fracasado. Al no tener antecedentes familiares que hubiesen finalizado siquiera el bachillerato –incluyendo a mi hermano mayor, y coincidiendo esos años con un distanciamiento de Wilfred-, no advertí que había ignorado por demasiado tiempo lo que significaba la Universidad. Jamás había profundizado en ella, siempre me había parecido ajena, distante: totalmente paralela a mi existencia.

Pronto me vi tratando de ignorar la bancarrota de mi familia, las secuelas del divorcio de mis padres, y, especialmente, la huella imborrable de mi lúgubre interés académico, pues en ese momento, además de la poca formación que había recibido por la calidad de mi liceo y por mi propia participación, mi promedio se encontraba por el suelo, 12/20. No era ni remotamente suficiente para servirme de bastón en el ingreso a la universidad. Estudié, de forma autodidacta, guías de razonamiento lógico, comprensión lectora y tantos otros conocimientos que había dejado de lado durante toda mi vida. Presenté la prueba en la Universidad Central de Venezuela y la respuesta no dejó espacios para el lamento. Reprobé, como era obvio que pasaría. La sensación de frustración y rechazo, en mi boca y en mis sentimientos, tuvo por primera vez sentido. Pero no me rendí.

Luego de aquella experiencia, aún más decidido, duré un año estudiando para presentar la prueba nuevamente. Volví a reprobar. Algo malo sucedía. Me aislé en mí mismo. No podía entenderlo, ¿Cómo aun deseando con tantas fuerzas y entregando todo de mí no era suficiente para ser admitido? La frustración me pesaba al igual que mi propia incapacidad, no podía escapar. Había observado por dos años consecutivos la cara del rechazo, me sentía estúpido, sin talento, inepto: invisible.

Viendo los hechos en retrospectiva, puedo admitir que atesoro el doloroso recuerdo de esa experiencia. A veces, de lo malo se aprende dos veces.

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Usualmente la vida es cruel. Y lo es no por aquellas cosas que deseamos y no se cumplen, porque nos encontremos en alguna situación difícil o padeciendo alguno de los tantos males que puede experimentar el ser humano, sino que cuando se dice “la vida es cruel…”, resulta ser algo tan subjetivo que dependiendo de la perspectiva con la que se mire y contra qué se le compare, puede generar una serie de discusiones y de descalificaciones que no vienen al caso.

Por ello, considero que la vida es cruel por dos razones fundamentales. La primera no depende de nosotros, antecede a una cadena eterna e invisible, repleta de eslabones en donde nuestros padres son, ante nosotros, sus representantes, pero va más allá de ellos. Hablo de la condición familiar. Todos estamos amarrados a las vicisitudes y a las circunstancias en donde nos vemos destinados a crecer. El sociólogo Peter Berger habla del mapa invisible en el cual nos podemos desplazar y que rige nuestra vida de antemano: desde nuestra personalidad hasta con quién nos casaremos, desde la posibilidad de salir con un diploma del instituto o ser llevado a una correccional; por ello, estos estímulos son muy difíciles de romper, ignorar, y, sobre todo, evadir, puesto que son nuestros antecedentes.

La segunda razón depende de nosotros. La vida es especialmente cruel porque una vez encaramos nuestros errores y asumimos el fracaso, deseamos corregir el rumbo de aquella vida extraviada, pero todo parece tan difícil que asumimos y nos resignamos a haber llegado muy tarde. Aún más cruel es cuando los pocos necios, decidiendo ignorar el tiempo y perseguir el cambio, se ven obligados a tantear a ciegas, vacilantes, por un sendero doblemente desconocido y oscuro, en donde las voces no llegan; inmersos en un camino que solo ellos pueden atravesar, con la voluntad a hombros y la sombra del miedo asechándolos en todo el trayecto.

Yo fui uno de esos necios. Hace ya casi tres años, a mediados de diciembre, me sentía corriendo en un túnel, perseguido por mis miedos y luchando por romper con aquello que mis antecedentes dictaminaban, aquella realidad que me rasgaba los sentidos. En esas circunstancias, como les pasa a muchos, no lograba visualizar todos los caminos. Mis capacidades no eran suficientes, en ningún lado encontraba una llama que me iluminara, pero unas pocas voces fueron enrumbando mis pasos, de a poco, hasta que encontré el rumbo correcto.

En los dos años que había intentado ingresar a la universidad logré ahorrar parte del dinero de un trabajo a medio turno. En base a ello, y valiéndome de las recomendaciones de dos amigos, decidí asumir el riesgo y apostar todo el dinero que poseía en la privada Universidad Católica Andrés Bello. Me alcanzaba para pagar dos semestres tan solo, pero un razonamiento en base a mis capacidades me empujó a creer que era la decisión correcta. Así que presenté la prueba. ¡Volví a fracasar! Definitivamente las pruebas estandarizadas no se me daban bien. Sin embargo, en esta ocasión, se me habría la posibilidad de concursar por uno de sesenta cupos en un curso introductorio. Pasaron dos meses de parciales constantes, pero, al finalizar, conseguí un cupo.

Al fin lo había logrado… lo logré. Tenía 20 años y desde el primer día en la Escuela de Comunicación Social me sentí en mi hogar, en mi terreno, en un mundo que me era próximo. Es difícil describir la carga emocional que me produjo sentirme aceptado, reivindicado y parte no de una Universidad sino de un proyecto. En cada materia encontraba la pasión y la ambición que tanto tiempo había estado dormida. En cada aula me encontraba a mí mismo, mi voz, mis anhelos, mi presencia. Pronto terminó el primer semestre, me encontraba en el limbo de lo que sucedería al terminar el siguiente, la ansiedad me consumía, y, cuando llegó el día, opté por un programa de beca que cubría el 100% de la carrera.

Lo obtuve.

Verás. A esta fecha, me encuentro a un par de meses de iniciar el sexto semestre. Mi promedio se ha mantenido desde el primer día en 18.40. Gracias a ello -y a mi situación económica- obtuve la beca. Hoy soy un periodista y escritor en formación que ya suma tres reconocimientos en diferentes concursos; un apasionado por el Arte y la Expresión; un músico, actor y guionista aficionado, y, especialmente, la orgullosa prueba de que se puede aprender a leer en quinto grado, ser un vago-autodidacta hasta cuarto año de secundaria, y, de pronto, siguiendo una pasión, figurar como un excelente estudiante. Pues si algo demuestra mi historia es que el promedio no es proporcional a la calidad intelectual del estudiante, sino a la pasión de su alma. Por eso creo que lo único determinante en la vida es la pasión y la perseverancia.

Este soy yo, el Joven Invisible que a base de perseverancia logró que su voz y su historia llegasen a muchos estudiantes que han padecido –y padecen- las sombras del aislamiento y el rechazo. Hasta este punto solo me resta agradecer tu atención y pedirte encarecidamente que me acompañes en esta nueva etapa repleta de proyectos, ideas y contenidos diversos que con mucho entusiasmo deseo compartir en esta gran comunidad.

Nuevamente es diciembre, estoy nervioso, pero decidido a entregar todo lo que mis proyectos puedan aportar a Steemit.

Sin más que decir.

¡A por el 2018!

PD: ¡En otra oportunidad contaré por qué me siento tan viejo¡

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Bienvenido rey!! muy bueno tu post, sigue escribiendo y subiendo contenido.

Gracias estimado, ¡Seguro que sí!

@bryangav, Me pareció excelente, de invisible nada tienes, invisibles nuestros ojos no sabemos leerte. Adelante muchacho, tienes mas madera que troncos en aserradero. Espero verte asentarte en este maravilloso mundo donde se mezclan fantasías, verdades ,alegrías y tormentos.

Estoy muy agradecido por tu apoyo y, en especial, por tus palabras. Haré mi mayor esfuerzo por seguir haciendo camino en esta comunidad y generar contenido capaz de despertar las voces que llevamos dormidas.

me encanta como escribe sigue asi =) ya me suscribi

Gracias por tomarte el tiempo de leerme!
Espero poder acompañarte en tu camino también.