¡Vaya! ¡Qué tiempos aquellos!
Recuerdo perfectamente el momento en el que escogí mi deporte favorito.
Papá llegaba del centro trayendo las compras del hogar pero esta vez había algo diferente. Una de las bolsas estaba más llena que todas. El plástico que la envolvía no me permitía percibir con certeza esa figura esférica que consigo traía, mas mi corazón me decía a ciegas: encontramos nuestra pasión…
Con extensa algarabía puedo decirles queridos amigos de steemit que yo jamás le podre decir a mis hijos: “luchare por darles todo lo que yo no tuve” ¡yo lo tuve todo!
No me esclavizaron desde pequeño a un aparato tecnológico que limitara mis pensamientos y cohíba mis ideas. Gracias a Dios nunca fui condenado a esa irresponsable libertad de la que se hartan muchos muchachos de ahora. Y si de algo tengo que agradecerles a mis padres hasta la muerte es que nunca me falto un balón de futbol.
Crecí cerca de una cancha de microfútbol, y todas las cicatrices que adornan mis piernas tienen su origen ahí. Recuerdo con dolor a todos los amigos que compartieron la cancha conmigo. Mentes infantiles que ahora maduraron y fueron dispersadas por el mundo buscando una mejoría. Lucho por no saltarme esta etapa de mi vida en donde mis problemas se resuelven maniobrando con un balón y no con vicios ajenos a cualquier sana diversión.
No pudimos evitar crecer. Cada vez que siento que mi estilo de vida está cambiando porque así lo exige la sociedad, me digo a mi mismo: por ahí viene el tiempo. Es una sutil advertencia que me indica que las cosas cambiaron, cambian y cambiaran.
Tengo la memoria suficiente como para recordar los nombres de todos mis amigos y a lo que se dedicaban cuando los conocí, mas no tengo la seguridad total como para decirles donde están y a que se dedican ahora. Si leen esto, muchachos la cancha aun nos espera…
Soy consciente de que todo es momentáneo, y aunque quisiera quedarme por siempre en estos tiempos mozos de mi vida, sé que por ahí viene el tiempo y que debo apresurarme en gozar todo antes de su llegada.