La culpa - (Relato)

in #humor6 years ago (edited)

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Aquí llamamos a todos los árabes “turcos”. No estoy seguro de cómo se sentirían turcos y árabes al respecto. Lo cierto es que lloviznaba pertinazmente en el centro de esta pequeña ciudad sudamericana de provincia aquella tarde de 1992. Por una calle que pudiéramos llamar “Pequeña Damasco” o “Pequeña Beirut” —según estaba atestada de tiendas de “turcos”— entre carritos de perros calientes y buhoneros, una anciana caminaba debajo de un desvencijado paraguas, buscando la tienda del “turco”. Al hallarla, entró y escurrió el empapado paraguas con cuidado de no mojar el interior de la tienda. En su bolso llevaba un apretado bulto de billetes amarrados con una banda elástica, quizá el ahorro de meses de trabajo lavando y planchando ajeno.

Ve en las vidrieras los productos exhibidos. Había ahorrado para una licuadora. Con ella pensaba hacer helados, con cuya venta podría remendar uno de los huecos de su presupuesto, por el cual aún se colaban el hambre y la desnudez.

Se acerca al mostrador y habla con el encargado, y dueño a medias, de la tienda, a quien llamaremos “José”, porque ese fue el nombre “criollo”, y más adaptado a la fonética castellana, con el cual escogió ser llamado fuera de su círculo.

—Hijo, deme esa licuadora Óster de plástico —indica la viejita—.

Es antigua conseja aquella de que el pobre debe comprar cosas de calidad para no tener que reponerlas tan pronto. Por eso pidió de la marca Óster. Pero tampoco eran tantos sus ahorros como para comprar la de metal, y por eso pidió la de plástico.

La señora entrega el pequeño fajo de billetes en el cual tenía el monto exacto, o al menos eso creía ella, del costo del electrodoméstico, pues en aquellos tiempos la inflación no era tanta que variara el precio de un producto en dos días hábiles, y la anciana había ya pasado por allí viendo precios.

El "turco" pide a un ayudante que busque la licuadora del depósito. La traen, la prueban y se realiza la transacción en efectivo. Se firma un simbólico cartoncito de “garantía” haciendo constar que la licuadora tiene garantía de reparación o reemplazo pasados hasta 15 días de su compra, siempre y cuando un exhaustivo peritaje determinase que no fue usada para licuar coco o moler hielo.

Cuando “José” cuenta el dinero, se percata de que en el fajo de billetes hay una cantidad superior al precio de la licuadora. Vuelve a contar, con la habilidad que treinta siglos de historia fenicia le conferían. Efectivamente el monto entregado por la anciana, creyendo ella que era el monto exacto, era casi un cincuenta por ciento más del precio del aparato, plasmado además en la factura de compra.

La anciana, que ya le había dado la espalda, acomodaba su cartera, agarraba bien la bolsa de la licuadora y abría su paraguas para salir a la calle. José la observa. Luego observa el dinero. Y torna a observar a la anciana. Luego observa otra vez el dinero y otra vez a la anciana.

La anciana sale de la tienda y José es aguijoneado por un terrible dilema moral. Siente dudas. Piensa. Aprieta y afloja los billetes como quien se prepara para una acción repentina... luego aparenta relajarse.

Ya la señora había salido del local. No obstante el dilema moral seguía mortificándolo. Debía tomar una decisión pero un impulso milenario se lo estorbaba.

José metió el dinero en la registradora y la cerró con un sonoro impulso. La anciana se perdió en la bullaranga de la calle entre ruidos de buhoneros, cornetas y peatones. José encendió un cigarrillo y se asomó a la puerta de la tienda para fumar. Siguió con la vista a la anciana hasta que dobló una esquina.

Muchos hubiesen pensado —erradamente y basados en injustos prejuicios de antigua raigambre, o quizá juzgándolo bajo la propia condición— que José se hubiese quedado con el dinero sobrante sin pensarlo dos veces y sin remordimiento alguno. Sin embargo, un resabio de honestidad, un rastro de culpa, y una vislumbre de rectitud hicieron que José pasara todo el resto de aquella tarde pensando en la anciana y en el dinero sobrante, y rumiando porfiadamente la terrible disyuntiva moral:

“¿Se lo cuento a mi socio y repartimos a partes iguales, o me quedo callado?”

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Texto de Sansón Carrasco

Fuente de la imagen.

Sort:  

Hola, es impresionante este relato, yo en lo personal me han dado dinero de mas y lo he devuelto, es algo que no podria quedarme. María Almeida

Gracias por comentar y votar. Realmente lo aprecio. El relato es ficción. ;)

@sansoncarrasco, eso fue un hediye, de parte de la anciana para el turco.

Güle güle : )

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Me encanta

Gracias amiga @sacra97 . Cuando termine el reto de los 100 días de poesía, si quedo vivo jejeje, retomaré mi vena humorística, te lo prometo.

Ahora si tienes un gran problema, recuerdas mis escritos a mi me suceden cosas insolitas y lo persistente que fui localizando una compañera del colegio durante 15 largos años. Pues tendras que cumplir tu promesa de retomar la vena humorística por que te persiguire por los siglos de los siglos, ja ja ja. Esperare pacientemente el retorno del yedi-humor-istica a su palacio despues de vivir incontables aventuras poeticas.

Jejejejejejeje volveré

Muy instructivo relato sobre la lucha de la honestidad y la miseria.
Me quedé con la impresión, @sansoncarrasco, de que ese relato pudiera tener una segunda parte donde se encuentren otra vez esos mismos personajes y se enfrenten de nuevo las voces divergentes de la conciencia humana.
Saludos.

Gracias amigo @oacevedo, interesante planteamiento. Lo pensaré.

Mi papá dice algo así como: todo el que tiene bastante billete es porque es "malo", y me trae a colación a Rockefeller, al rey del acero Andrew Carnegie, y no se queda atras Ford, y otros tantos... ¿será verdad eso?
Muy gracioso tu relato y muy rico en palabras e imagenes. :-)

Gracias por apreciar amiga @inspiracion, no creo que sea necesariamente así, aunque sí es verdad que no se puede hacer mucho dinero sin desensibilizarse... con lo cual tu papá vendría teniendo un bien porcentaje de razón.

Sin embargo mucha de esa gente terminan siendo grandes filántropos (Bill Gates) o dejando grades beneficios a la humanidad (Henry Ford y el sistema de producción en cadena), o en el peor de los casos generando fuentes de trabajo o ahorrándonos tener que importar nosotros mismos las cosas.

Sí claro, el mismo Rockefeller fue luego un gran filantropo, pero si te pones a ver sus vidas, lograr amasar tanto dinero, requiere de cierto temple, que no todo el mundo tiene. Y por supuesto te aclaro que no creo que "ser rico es malo", jeje, sino hablo es de ciertas personas que pierden sus escrúpulos por amor al dinero.

Ese turco no es nada honesto, es un tracalero y avergüenza a su colonia de paisanos que son honestos y muy trabajadores.

Je je je je gracias por leer. El cuento es ficción, los hechos y nombres son inventados. ;)

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