Confieso que no había visto esta película, no obstante, si había escuchado hablar de ella. Una vez revisando mi Facebook, la mencionaron por el aniversario de aquel inolvidable suceso que ocurrió en Japón hace muchos años.

Esa historia la conocí realmente en el año 2017. Se trata de un cachorrito que se apegó tanto a su amo, que decidió acompañarlo todos los días a la estación del tren camino a su trabajo y lo recibía a su vuelta en el mismo lugar. Así pues, pasó un tiempo, y “Hachiko”, que así se llamaba el perro, tenía por rutina el mejor momentos de su vida, ser el compañero de su amo todos los días.

Hasta que una tarde, su amo no volvió porque le dio un infarto y murió, pero ”Hachi” nunca lo entendió, y se quedó esperándolo en la estación del tren por muchos años hasta que murió. Viejo, cansado y enfermo, “Hachiko” soñó que se reencontraba con su amo y allí falleció, sin sufrir y quizás hasta feliz porque volvió a ver a su amo. En honor a tan inmensa muestra de amor y fidelidad, se construyó una estatua en su nombre.

Una hermosa película que llamó mi atención, y si, en ese año 2017, en julio, conocí la historia de “Hachiko”. Vi la película porque me sucedió algo parecido con tres perros a quienes le daba comida, agua y resguardaba de la lluvia y el sol. Eran dos callejeros y aunque uno de ellos tenía dueño, era como si no lo tuviera.

¿Qué tenían en común estos tres perros?. Los tres llegaron a mi casa porque le daba comida a una perrita de la calle que tristemente enfermó y murió. Así pues, que con los días, ellos se acercaban a mi casa y yo no tenía corazón para dejarlos sin comer. Con el tiempo, ellos se apegaron a mi, y cuando me veían en la calle, se me acercaban felices, moviendo sus colitas y se venían conmigo hasta mi casa.

Cuando llovía los resguardaba en el porche, allí se quedaban dormidos, les daba comida y agua, y al terminar de llover se iban a la calle. La calle era su mundo, su casa, pero necesitaban un momento de tranquilidad, protección y cariño, y eso, lo encontraban en mi casa.

Los curaba cuando tenían heridas, los inyectaba por enfermedades de la piel o plagas como garrapatas. Cuando me iba al trabajo, ellos se iban caminando conmigo y se paraban junto a mí en la parada hasta que tomaba el bus a mi trabajo. Cuando me veían regresar, ellos salían corriendo a recibirme.

Una vez fui a casa de una amiga y ellos se fueron conmigo. Ella no paraba de reír cuando vio a los perros conmigo, cuando entré ellos se quedaron afuera sentados, pero al rato se fueron. Su nombres eran “Peluchin”, “Perrito” y Tormenta. Yo le puse el nombre a los primeros dos.

“Peluchin” era un perro negro con pelaje largo, al otro que le decía “Perrito” era muy dócil y nervioso, (una amiga me dijo riendo, se te fundió el cerebro poniéndole ese nombre, jejeje) y Tormenta, una perra bravucona, tenía dueño, pero él ni le hacía caso.

Un día me percaté que “Peluchin” tenía una herida en sus testículos, y como le dolía mucho, no se dejaba curar, yo estaba angustiada. Con los días perdió toda la piel y sus testículos quedaron expuestos. Lo llevé al veterinario, lo operaron y lo cuidé hasta que se recuperó. Fueron más de 20 días. Le pusimos un collar “isabellino” para que no se quitara los puntos.

Fue en esos momentos de angustia cuando vi la película sobre “Hachi”, y me di cuenta, que tenía a mi lado a tres “Hachikos”.

Cada uno partió de este mundo en tiempos diferentes, los tres se fueron al arcoíris y como olvidar tanto cariño. Perros fieles, amorosos que aunque estén viejitos siempre serán eternos niños.