Saludos cordiales para todos los que hacen vida en esta prestigiosa comunidad. Hoy me uno al reto de narrar a partir de una fotografía:

Hoy amanecimos sin nada que comer en la casa, mamá estaba llorando cuando me desperté. Me dijo: "Te guardé un poquito de pan y una borrita de café hervida; no tenemos más nada. Ayer le limpié la casa a la señora Victoria, pero me quedó debiendo la plata, porque sus hijos no le han depositado todavía.

La voz de mamá se iba apagando con las lágrimas que de golpe se le venían a la garganta como un caballo desbocado.

-Tranquila, mamá -le dije -voy a agarrar la bicicleta de papá que tiene la cesta y saldré a vender pan. Ya yo sé todo lo que debo hacer. Papá me preparó para esto.

-No, mijo, la calle es un peligro, si te llega a pasar algo, me voy a morir, ya con la muerte de tu pai me basta.

-No me va a pasar nada, mamá. Si crees en los Santos, pídele a ellos que me cuiden en la calle. Pero de hambre no nos vamos a morir.

Esta es la primera vez que salgo de la casa desde que papá falleció, aún me parece escuchar todas sus enseñanzas: "Cuando llegues a las esquinas, debes mirar para arriba y para abajo, uno nunca sabe de dónde le puede salir un carro", "El trabajo honra a los hombres, no dejes que tu mamá pase necesidad. Si en la casa no hay comida, pídele a Faustino que te fíe unos panes y sales a venderlos; grita fuerte: "pan caliente, pan recién hecho, mi gente", y ya verás que los vendes todos. Al principio sentirás que la voz no te sale, porque a uno la pena lo mata, pero cuando vendas los primeros panes vas a agarrar brío, y nadie te va a detener", "tú eres un niño bueno, yo desde del cielo voy a cuidar tus pasos, nunca lo olvides".

Aquí voy, papá, en el nombre de Dios, con tu caballo de batalla y tu cesta de vender pan. Aún no me puedo montar en la bicicleta, pero solo tenerla conmigo me hace sentir que estás a mi lado.

-Pan, pan caliente, oh, mi gente, pan caliente.