Durante mis primeros tres años de bachillerato participé en un festival llamado “La Voz Estudiantil”. Se llevaba a cabo anualmente y ¿Adivinen qué? Participé cada-condenado-año. Y no gané en ninguna de las tres oportunidades. Mis amigos me decían “seguro vas a ganar”, “eres la que canta más bonito”, “mañana te regreso el lápiz que me prestaste”, “este año si ganas seguro”. Nunca pasaba. Lo más curioso es que siempre me daban el segundo lugar. La segunda mejor decía mi mamá; la primera perdedora, decían otros. Pero bueno como soy de las que ve el vaso medio lleno, no le di importancia. Los mejores premios de participación son las experiencias y aprendizajes que obtenemos en el camino.

Estudié mis últimos dos años en otro liceo. Este no era tan cultural como el anterior, por lo que los eventos musicales eran escasos, pero en los pocos que hubieron, pude participar. En realidad, no hice mucho allí, con respecto a la música claro. Pero cuando me encontraba estudiando mi último año de bachillerato, estuve en un proyecto musical alternativo con otros chicos de mi edad. Sip, estuve en una banda. Fue una experiencia genial, ya que, por ser adolescentes que básicamente buscaban divertirse y hacer arte en el proceso, nos entendimos muy bien. Gracias a ello pude hacer amistad con varios músicos talentosos de mi ciudad, veteranos y futuros artistas reconocidos. Probablemente haga un post contando más a fondo mi experiencia como integrante de una banda de rock, ya que hay mucha tela que cortar. Una tela de color negro nostalgia.