Hola querida comunidad de Steem Venezuela. Espero que todos hayan tenido unas excelentes vacaciones de semana Santa bien merecida.

Hoy les traigo una pequeña historia que espero disfruten tanto como yo lo hice escribiéndola.

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La herencia

Paquito era un niño de 10 años que tras la muerte de su padre cuando sólo tenia 6 años, ahora vivía con su mamá en las afueras de la ciudad. Su condición económica los obligó a vivir alquilados en este barrio de la periferia.

Su madre trabajaba todo el día en un restaurante por lo que Paquito se tenía que encargar de muchas cosas en la casa aparte de ir a la escuela. Cada mañana antes de despedirse su madre le dejaba el desayuno preparado y le recordaba las tareas asignadas para ese día.

Luego de desayunar, paquito tomó uno de los pastelitos que su madre le había dejado y lo metió en una bolsa con una fruta. Tomó sus útiles escolares y se dispuso ir a su escuela una hora antes, pero en el trayecto se detuvo frente a una vieja casa donde vivía un anciano que todos los del sector tildaban de loco. Sacó de su mochila la bolsa con el pastelito y la fruta y tocó a la puerta.

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De inmediato se abrió la puerta y salió el anciano quien al ver al niño se alegró porque el niño le traía como ya era costumbre cada día aquel pequeño desayuno. El chico le entregó la bolsa y durante un buen rato hablaron y jugaron al ajedrez.

Cuando faltaba un cuarto de hora para entrar a su clase se despidió con una sonrisa y se marchó a su escuela.

Este gesto se repetía cada día, de lunes a viernes. Su madre lo sabía porque sus vecinas la habían puesto al tanto y a pesar que aquel señor no era ningún familiar, ella dejaba que su hijo hiciera la visita a aquel señor sin cuestionárselo.

Una tarde al llegar del trabajo encontró al niño regando las plantas del jardín y aprovechó para preguntarle sobre cómo le había ido en su día.

Paquito sin aguantar las lágrimas le dijo: “Mamá, al Señor Benjamín, el de la casa vieja, hoy se lo llevaron al dispensario, porque le dio un infarto y tal vez no se recupere según dijo su vecina”.

La madre abrazó a su hijo y le dijo: “No te preocupes hijo, él se va a poner bien pronto, si quieres después que me dé un baño vamos y lo visitamos a ver cómo sigue”.

Cuando llegaron al consultorio, vieron a un señor de barba quien les salió al paso y les preguntó que si eran amigos del anciano, ella le dijo que solo eran vecinos pero que su hijo era muy amigo del señor Benjamín y que estaban preocupado por su salud.

Él les dijo: “entonces son ustedes los vecinos de la casa pequeña de la entrada del barrio, de los que él me ha hablado mucho”.

Ella intrigada preguntó: ¿Cómo dice, él les ha hablado de nosotros?, pero si es mi hijo el que lo suele visitar, yo a él no lo conozco realmente.

El misterioso hombre de barba entonces tomando la palabra le dijo: “Yo soy su abogado y quien se ha encargado de sus asuntos legales y financieros. Él llegó a este pueblo desde muy temprana edad huyendo de la guerra de su país de origen. Trajo consigo unos ahorros y con ellos ha podido vivir tranquilamente durante todos estos años. Hace 20 años me contactó para que me encargase de sus finanzas y como no tiene familia ante el incidente me llamaron”.

Hoy ante de quedar inconsciente me pidió que los contactara para que supieran que si algo le pasara, todas sus pertenecías pasarían a ser de su hijo, quien durante los últimos cuatro años le ha acompañado mostrándole un profundo amor, cual si fuese su propio nieto.

En ese momento llegó el doctor de turno y preguntó: ¿Quién es Paquito?

El niño levanto la mano y el médico le dijo: “Ven conmigo, que el señor Benjamín quiere verte”.

El niño acompañado del médico se acercó a la habitación donde estaba el señor Benjamín y al entrar, éste le dijo: “hijo, acércate, creo que me ha llegado la hora de irme de este mundo y durante todo este tiempo que he estado en la cama solo he pensado que no podía irme sin despedirme de ti, porque sería injusto que no te devolviera tanta compañía y caridad que has tenido conmigo. ¿Y sabes por qué lo haces? Porque tu padre te traía consigo cuando pasaba a saludarme, tu no lo recuerdas porque eras muy niño. Tu padre y yo fuimos muy amigos, él fue como un hijo para mí y tú te has portado como si fueras mi nieto. Por eso quiero que aceptes la herencia que he puesto a tu nombre, que no tiene el valor tan grande como el afecto que tú me has dado todo este tiempo.

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Y diciendo esto el anciano falleció. Paquito rompió a llorar porque en su interior sentía que había perdido a un ser amado que le alegraba su mañana y que le hacía su día más placentero y que a partir de ahora ya no lo vería más.

Su madre lo abrazó diciéndole: “Hijo, no llores, ten en cuenta que a su edad era necesario que descansara, tu siéntete contento que durante todo este tiempo estuviste a su lado. Dios ahora se encargará de él.

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