Concurso: Un ser que nunca olvidare: Mi Abuela

Gracias @anasuleidy por esta iniciativa que me ha devuelto una experiencia maravillosa. Quiero invitar a @josevas217 @yannichampion @theatrorve para que participen de este concurso en #venezolanossteem

Mi Abuela

Mi abuela Petra y yo (17 años) en su casa. Foto cortesía de mi madre

Mi abuela Petra López, es una de esas mujeres que llevaré presente toda mi vida. Su amor incondicional hacia mí, y la solidaridad hacia los demás me enseñó a valorar las flores que crecen sin nombre alguno. Era una mujer sensible, bondadosa, incansable trabajadora, con una humildad y una sonrisa para obrar en tiempos difíciles.

Yo me crié con ella en periodos de mi niñez y adolescencia. Vivía en una casa con el techo de asbesto, era la más pequeña de un callejón ciego donde habitaban familias con ciertos privilegios económicos, sobretodo extranjeros exiliados de la guerra, pero eso nunca fue un impedimento para compartir, ni cultivar amistades, al contrario, todos la querían, la admiraban y fueron recíprocamente amables.

Su rancho, como ella decía, era un hogar cálido, rodeado de matas ornamentales, árboles frutales como, mandarinas, mamón, aguacates, guayaba, tamarindo, semeruca, y animales domésticos. A mí, me gustaba montarme en los árboles y bajar frutas, incluso, mi primo y yo llegamos a vender en la calle con un guacal variado. Ayudábamos sin saber que lo hacíamos; siempre había abundancia, ella sabía dar mucho con poco.

A pesar de la situación económica, nunca llegué a sentir angustia por algo en esa materia, la mesa estaba servida todos los días, y lo impresionante, es que cada vez que iba un vecino mi abuela le ofrecía comida o algo de beber.

Mi abuela era devota, cristiana, y sabía leer y escribir muy poco. Tuvo una infancia dura, cinco hijos y adoptó a dos niñas que son como mis tías.

Mi abuela cocinaba mucho, también tenía un pequeño vivero, hacia figuras de barro, y le gustaba compartir conmigo anécdotas, jugar cartas, la verdad nos entreteníamos como dos niños, yo encontraba en ella esa alma gemela que me producía felicidad; me apoyaba en todo, no tenía prejuicios, ni maldad, pero de vez en cuando me regañaba por alguna travesura.

Recuerdo que un día me caí me raspé la rodilla, yo le dije que no me fuera a echar algo que me ardiera, y sutilmente me dijo que me echaría agua, entonces en una tapa de plástico tenía un líquido preparado y me lleno la rodilla. Era querosén; lo supe después, pero no me ardió.

Cuando tenía 17 años, estudiaba en un parasistema en el centro de la ciudad y en mis ratos libres subía en camioneta hacia las delicias (zona norte) y cuando abría la reja la cual tenía media pared con arbustos, entraba y la puerta principal estaba “de par en par”, o sea, uno pasaba y decía: “bueeenasss”… a mi abuela la encontraba en el corredor de atrás leyendo con un lupa, tranquila, feliz, y ahí hablábamos de cualquier cosa que se nos ocurriera.

En su cuarto había un baúl grande, era como un tesoro para mí, y me mostró algunos secretos; fotos de sus padres, una hija que murió de niña, y cartas no sé al final de que se trataban. También tenía un frasco con hiervas para curar dolores y sabía leer el huevo en un vaso con agua, una sabiduría popular que ofrecía sin nada a cambio.

A veces me hace mucha falta, la extraño, pero ese dolor se convirtió en una cualidad que ha contribuido a ser de mi un hombre con valores humanistas. Lo agradezco, lo venero y lo practico recordando su sonrisa que hasta hoy en día ilumina mi vida.