Una noche sin música en un carnaval de antaño

in Steem Venezuela3 years ago (edited)
Faltaban apenas unos días para la fastuosa celebración del Carnaval Turístico Internacional de Carúpano y la gente se encontraba muy preocupada porque, según los comentarios más recientes, aquéllas iban a ser las fiestas del rey Momo más tristes de los últimos tiempos que habían visto los incorregibles habitantes de esta ciudad oriental. ¿Cómo es la vaina -se preguntaba todo el mundo- así que no van a venir los trinitarios con sus estilbanes. No, qué va; y tan bueno que tocan esos carajos el calipso. ¿Y los grupos musicales de aquí, qué pasó con “Los Bravos” y “Los Eléctricos”, tampoco quieren trabajar? No, están cobrando un realero y dicen que si no les pagan lo que piden, entonces no tocan un carrizo. ¿Entonces vamos a tener un carnaval sin música? Lo que faltaba. El pueblo entero andaba con un humor de perros debido a esta inmensa calamidad que se cernía sobre sus declaradas y ancestrales ganas de bonchar, cuando una tarde, a través de las ondas hertzianas de Radio Carúpano, Humberto Angrisano, quien era el presidente de la junta de carnaval, anunció con inusitada capachería la solución para cumplir con los cuatro días obligatorios de farra continua en Carúpano: Haremos los carrivales ¿Los qué? Los carrivales ¿Y qué vaina es ésa? Paciencia que ya les explico. Son carritos, semejantes a los de helado, pero equipados cada uno con un reproductor y dos cornetas. Construiremos todos los que hagan falta, pondremos uno en cada esquina de la calle Independencia; así que no se preocupen por conjuntos, por estilbanes ni por orquestas que (y en este momento le puso un efecto jubiloso-dramático a la voz) el pueblo tendrá su carnaval con música de la mejor, como siempre. Hubo un suspiro de alivio colectivo que luego se desmigajó en un soberano aplauso para los creadores de la magnífica idea de aquellos carritos sonoros.

Pero el sábado en la tarde cuando nativos y turistas comenzaron a llegar al carnaval más famoso de Venezuela, se encontraron con que los fulanos carrivales no se escuchaban a más de dos metros de distancia, y cuando la calle se llenó completamente, entonces sí es verdad que no se escuchaban absolutamente nada; sin embargo todos querían gozar, brincar, mover el esqueleto al compás de una buena guaracha, tal como lo habían hecho durante todos los años anteriores, y no estaban dispuestos a dejarse amilanar por problemas tan pequeños como aquél.
Las primeras parejas que se pusieron a bailar lo hicieron pegaditas del carrival porque era allí únicamente donde se medio escuchaba la música; comenzaron como ensayando, dando unos pasitos suaves y moviéndose sin muchas ganas, pero luego se emocionaron, empezaron a dar brincos, a gritar, y entonces el bullicio se tragó el sonido de las melodías, por lo tanto, de vez en cuando alguno se agachaba y ponía la oreja cerca de las cornetas para saber cuál canción estaba sonando. Ah, es El tigre, decían, y seguían moviéndose, como si la pieza musical se estuviera escuchando normalmente. A los que estaban más alejados del carrito sonoro les entró también ganas de echar un pie y como, por supuesto, tampoco oían un carajo, les preguntaban a los que estaban ahí cerquita del carrival: ¿Pana, qué esta sonando? El vampiro. Ah, ésa es fina. Y todo el mundo se fajó a bailar, sin música, sólo guiados por la melodía que ejecutaban con sus gargantas: vampiro vampiro, me chupa el vampiro, tatatá tatatá tatatá tatatá, hasta que se cansaban de tararear el mismo disco y volvían a preguntar… Hubo un momento en que los que estaban pegaditos de las cornetas del carrival eran dos parejas de jóvenes recién enamorados, y cuando los demás les gritaron: ¿Bueno, cuál es la pieza que está puesta ahí en el aparato ése? los muy pícaros contestaron: es un bolero, Cuesta abajo, con los Terrícolas; y todos los hombres agarraron a su pareja para bailar un bolero bien pegadito en plena avenida Independencia; pero a un transformista de edad incierta que estaba varado, enojado y sentado en la acera le pareció demasiada extraña aquella escena romántica en pleno sábado de carnaval, por lo que se acercó al carrival para cerciorarse de que en verdad era aquella música tan lenta la que estaba sonando; y entonces gritó, sobresaltando y sacando de concentración a los bailarines: Eso es mentira, eso es mentira, la canción que está puesta es (y aquí se puso las manos en la cintura y comenzó a balancearse): yo no creo no creo en los hombres, yo no creo no creo en los hombres... Cállate, entrometido, le gritó uno medio borracho que estaba sumamente inspirado en un cuerpo a cuerpo con una trigueña de Campo Ajuro. Pero debe ser verdad, dijo la legendaria vieja Celestina, Cuesta abajo no es ninguna música de carnaval; entonces fue y se pegó a las cornetas para evitar más confusiones.
Cuando eran aproximadamente las once de la noche, apareció un viejo de Queremene que tenía una garganta prodigiosa y cantaba más fuerte que diez carrivales juntos; la gente, que estaba chinguita por encontrar algo que sonara un poco más duro, se arremolinó en torno al individuo para seguir el bonche, pero el viejo queremenero se sabía nada más que una sola canción: y la hierba se movía se movía se movía, y la hierba se movía se movía se movía... además se calentaba por cualquier cosa que le dijeran. Cuando una persona del público le pedía que interpretara otra que no fuera La hierba, entonces modificaba ligeramente la letra y decía con un ritmo magistral: y tu madre se movía se movía se movía, y la bicha se movía se movía se movía... Para colmo de males, llegaron de improviso tres refistoleras de Playa Grande con una ensarta de pulseras en cada mano, y se pusieron a bailar moviendo de un lado a otro exageradamente los brazos y danzando alrededor del viejo; éste de inmediato dejó de cantar, hizo un gesto desagradable con la boca y arrugó completamente la cara como si fuera algo que no pudiera evitar ¿Qué pasó, abuelo? Le preguntó una de las damas. Carajo, -contestó el anciano- que el sonido metálico de ese montón de pulseras me hizo dar escalofríos en los dientes y ahora tengo una dentera arrechísima, ajo, qué vaina tan mala; refunfuñó el viejo y se marchó tapándose la boca con las dos manos. No quedó más remedio aquella noche que seguir bailando con los históricos y mudos carrivales. Nunca imaginaron los creadores de aquellos artilugios que éstos serían los precursores de lo que años más tarde se populizaría en todo el mundo con el nombre de miniteca.

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Imagen propiedad de @cruzamilcar63

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Imagen de Pixabay

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Jajaja, entretenido y muy bien narrado!

 3 years ago 

Tratamos siempre de hacerlo lo mejor que se pueda. Gracias por dedicarle tiempo para leer y comentar.

Jeje muy cómica tu narración, me encantó 👏✌️el venezolano siempre resuelve para el bochinche jaja

 3 years ago 

Así es, amiga. Creativos para todo, el bochinche no va a ser de menos...

 3 years ago 

Me complace que le guste mi post. Gracias por sus comentarios...

he asistido en varias ocaciones al carnaval de carupano y son brutales, Saludos!

 3 years ago 

Saludos, amigo. En algún momento volverá a unos carnavales como aquellos.

 3 years ago 

...vampiro vampiro, tatata..!

Como me he reído con este post tuyo, amigo @cruzamilcar63...!

Muy bueno tu relato, te felicito..!

 3 years ago 

Me alegra de que le haya gustado. Gracias por dedicarle unos minutos de su tiempo...

 3 years ago 

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 3 years ago 

Con mucho gusto delegaré en cuanto pueda. Mi cuenta me dice que aún no tengo suficiente para la operación.

Que buen cuento @cruzamilcar63
Así los venezolanos tenemos muchas historias... ¡Querer es poder!

 3 years ago 

Así somos los venezolanos, amiga, resolvemos todo con lo que tenemos a mano. Gracias por su comentario.

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