SEC-S10W6– "De los errores también se aprende"

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La vida desde que comienza hasta que termina es un compendio de aciertos y errores que nos va llenando de experiencias para reiterarnos que irremediablemente somos seres humanos sensibles e imperfectos.

Dentro de todas las criaturas que existen en la naturaleza, somos las que nacen más indefensas, incapaces de valerse por sí mismas durante un buen período de tiempo, una vez que hemos visto la luz del mundo. Todo aquello que nos sirve para subsistir debemos aprenderlo de las personas que nos rodean y eso implica, sin duda alguna, la presencia tanto de fracasos como de éxitos.

En efecto, desde un principio, debemos caernos muchas veces antes de lograr caminar con seguridad, balbuceamos incoherencias cuando todavía no hemos podido dominar el lenguaje, nos equivocamos infinidades de veces mientras aprendemos a escribir y a leer, fallamos en los momentos en que nos disponemos a practicar algún juego y continuaremos dándonos de bruces en las infinidades de oportunidades que pretendamos realizar cualquier acción. Nada prácticamente podemos hacer bien desde un primer momento; los errores, por lo tanto, son parte de nuestra carga genética.

En aquellas primeras etapas de la vida, es bastante difícil que alguien, por ejemplo, renuncie a continuar dando sus primeros pasos, se niegue definitivamente a caminar, porque en el primer intento no pudo, las piernas inexpertas le fallaron y cayó al suelo. Con toda seguridad, dejará ese tropiezo de lado y seguirá intentándolo hasta que pueda avanzar por sus propios medios. El miedo que quizás en algún momento sintió no bastó para paralizarlo, pudieron más sus ganas de hacerlo bien, su determinación por corregir los errores para alcanzar lo que deseaba.

Es obvio entonces que, desde muy temprana edad, los errores forman parte de nuestra existencia, son factores integrados a nuestro natural proceder. Es más adelante, cuando nos hacemos conscientes del mundo que nos rodea, que comenzamos a percibir nuestros fallos como ineludibles manifestaciones del fracaso. Y todo surge por la insaciable competitividad que se fomenta entre los seres humanos.

Somos parte de una sociedad que, igualmente, desde que estamos muy pequeños nos intenta preparar para que seamos los mejores en todo cuanto hagamos. Esto, en realidad, no es nada negativo cuando se quiere transitar por los caminos del progreso, ya que mientras más nos destaquemos en cualquier ámbito del quehacer humano, mayores serán las oportunidades de alcanzar un alto grado de desarrollo. Sin embargo, en esta implacable insistencia por la eficiencia, la calidad y el logro de las metas, se han olvidado, o simplemente lo consideran inaceptable, que los errores forman parte de todo lo que hacemos.

La imparable efervescencia de este mundo actual, signado por la rapidez y las grandes cantidades, no quiere dejar margen para ningún tropiezo y solo aspira a soluciones rápidas y efectivas. Es por esta razón que se ha acentuado la percepción de que los errores solo sirven para retrasar y encarecer los procesos que se llevan a cabo. Esta deformada visión de las actividades humanas se ha generalizado y un gran número de personas piensa que sus fallos son solo flagrantes percances que le condenan al fracaso.

Ante este panorama tan desvirtuado de la natural conducta humana, es imprescindible recalcar que los errores son parte integral de nuestro proceder, de todos los aprendizajes que adquirimos desde el primer instante en que abrimos los ojos a este mundo.

No somos dispositivos automatizados que se diseñan para cumplir una función específica, sino seres sensibles que pueden dudar y equivocarse de vez en cuando. Si fuésemos infalibles, si no cometiésemos errores, el mundo que conocemos no sería el mismo; la humildad, la empatía, el espíritu servicial, los sentimientos que nos caracterizan no existirían. Los errores nos obligan a insistir para hacerlo bien, a reconocernos vulnerables para vivir siempre aprendiendo.

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