Lunes de escritura/ "Las mujeres de La Laguna" -cuento-

Las mujeres de La Laguna

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El primero que se puso a hacer eso fue José Luis, porque él siempre fue un carajito así, demasiado ocurrente, todo el tiempo inventando vainas fuera de lo común. Cuando nosotros lo vimos, en las orillas de La Laguna, reuniendo de ese barro arcilloso que la rodeaba toda, no comprendíamos cuál era su intención; todos nos fuimos a bañar muy tranquilos sin pararles mucho a esas estrafalarias ideas suyas. Pero cuando vimos que estaba construyendo una enorme sombrilla y todo para proteger del sol la obra que había modelado en barro, nos acercamos y allí estaba… deslumbrante, acostada en el suelo, una hermosa hembra curvilínea que parecía estar viva, desnuda, con unos senos provocadores y un rostro de telenovela esbozando una sonrisa invitadora.

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La bautizó con el nombre de Renata y se acostaba con ella, completamente desnudo también, a descansar y a conversar, mientras, de vez en cuando, la acariciaba con una ternura que embelesaba al mundo. Debido a que José Luis parecía estar repleto de felicidad con su mujer de barro, a todos los demás nos carcomió la envidia y de inmediato cada quien se puso a modelar su respectiva pareja, de acuerdo con sus particulares gustos.

Yo voy a hacer una gordita, bien divina, dijo Remigio Patiño y comenzó a reunir una buena cantidad de arcilla; la mía va a ser igualita a la catira que vimos en la película de anoche, declaró Nelson Mata; la que yo voy a construir, confesó sin ningún pudor Miguelito González, va a quedar boca abajo, así se va a ver más bonita; Antonio Sánchez, por su parte, que nunca había tenido cualidades para esos menesteres, señaló así como quien no quiere la cosa, mi Violeta saldrá de cualquier manera, eso sí, tendrá todos sus orificios completos, como tiene que ser… Nadie se quedó esa tarde sin construirse una compañera que estuviese a la altura de sus ideales.

Al día siguiente, los alrededores de La Laguna parecían la página principal, a todo color, de un catálogo de turismo y aventura. Todos los muchachos nos encontrábamos debajo de una sombrilla, o una pequeña cabaña de palmas, acostados junto a su mujer de barro, felices de la vida. A ninguno parecía ya interesarle, como antes, ir a sumergirse en las aguas para divertirse jugando cualquier cosa o para hacer competencias que demostraran quién era el mejor y más rápido nadador. Cuando el calor se hacía insoportable, solo nos limitábamos a darnos un baño muy rápido porque no queríamos dejar mucho tiempo sola a nuestra flamante pareja.

Fue precisamente en uno de esos momentos en que debió darse un chapuzón, que Antonio Sánchez, cuando regresaba al lado de su Violeta, observó que otro tipo, llamado Raúl, estaba acariciándole los senos a su chica. La indignación de Antonio, ante semejante irrespeto, no se hizo esperar. En seguida le reclamó a aquel insolente por qué se atrevía a difamar así su honra y, por supuesto, no quedaba más remedio que zanjar ese nefasto episodio a golpes porque nadie se atrevía a embarrar tan alegremente su orgullo. En el instante en que ya la pelea parecía inevitable, el agraviado caballero pisó, de forma accidental, la cabeza de Violeta y al verla desfigurada, se le vino el mundo abajo, se le olvidó todo y ya no tuvo más acción sino para consolar a su amada: No te preocupes, chiquita, le decía con la voz a punto de llanto, que tú no te vas a quedar así; yo te voy a arreglar y va a quedar mucho más bonita todavía, serás la más linda de todas estas mujeres…

Después de este episodio, esa misma noche un aguacero desproporcionado que no se calmó hasta el amanecer, desapareció por completo todas las mujeres de barro que habíamos creado en los alrededores de La Laguna. José Luis, que fue quien comenzó todo aquello, declaró con la solemnidad de un profeta bíblico que el mismísimo Dios nos había enviado un gran diluvio para acabar con aquellas manifestaciones de corrupción moral. Todo el mundo entendió que ya no volveríamos a moldear mujeres de barro, nos olvidamos de eso y seguimos bañándonos y jugando en La Laguna como si nada.

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