Lunes de Escritura: Lo que más cuesta... por @alanasteemit CLUB5050

Ella era una niña aventajada, o por lo menos eso era lo que sentía, sus padres la habían criado para hacerla sentir que se merecía el mundo entero y a su vez que lo podía tener a sus pies, desde su infancia fue así, llena de regalos, objetos, paseos y viajes especiales, más de lo que una niña pudiera necesitar, no había espacio de tiempo que la hiciera sentir afortunada porque todo formaba parte de su normalidad.

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Cuando menos se imaginó ya era una mujer, su cuerpo había crecido y sus papás se habían encargado que sus cuentas también lo hicieran en mayor proporción, el mundo era algo tácito, la insignificancia de lo no permitido le restó emoción a sus días, porque todo, absolutamente todo podía tener.

Ella nunca entendió lo que era la necesidad y mucho menos le importaba la de los demás, porque obvio no era algo con lo que ella solía lidiar, su mundo estaba completamente lleno de abundancia, de lujos y de excesos, sin saber que un buen día la vida le daría una gran lección.

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Y esta lección empezó en uno de los tantos viajes que efectuaba al año, en esta ocasión quería visitar junto a sus amigos uno de los patrimonios culturales de Perú, la movió más la moda de visitar el lugar que lo que realmente representaba y allí estaba ella junto a un grupo de personas tan adinerados como ella, donde papá y mamá se encargaban de saciar todos sus anhelos.

Tomaron el tren que los llevaría al Machu Picchu y como era de esperarse se compró un atuendo acorde a la ocasión, sólo para posar en las fotos, no para disfrutar del artesanal trabajo de los pobladores.

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El artesano al que le compró el colorido atuendo tenía una mirada profunda y pura a la vez, una sonrisa tan limpia que por un momento ella dudó como en aquel insignificante pueblo alguien podría tener una sonrisa tan perfecta siendo que ni una limpieza bucal debía conocer.

Era algo desconcertante tanta pulcritud en su rostro, esos ojos hermosos que miraban a todos de la misma manera, con un infinito amor ¿por qué a todos?, ¿por qué no me había visto nada más a mi?, ¿por que aquel artesano veía a todos con tanta igualdad siendo ella tan diferente, tan destacada? ¿acaso no podía verlo él, que ella debería ser mirada de manera tan especial y no todos y cada uno los que aquel muchacho miraba?

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Y es que hasta se los había imaginado de otra manera, ella pensaba que encontraría gente aborigen, con rasgos indígenas y no aquel muchacho de mirada y sonrisa sencillas y sinceras.

Hasta se sintió mal de haberse fijado en aquella persona que no estaba en su mismo circulo económico, y esa noche al llegar al hotel se quedó pensando una vez más en él. A la mañana siguiente convenció a su grupo de amigos para hacer otro recorrido por las ruinas de aquel patrimonio cultural, sólo con la intención de toparse con aquel muchacho.

Para su buena suerte lo encontró y una vez más el muchacho con un gesto apacible le sonrió, ella estratégicamente le pidió les sirviera de guía para conocer una vez más aquella extensión de terreno cubierto de una historia que para ella no tenía ninguna relevancia. Él asintió.

El muchacho se dedicó a explicar con tanta pasión la energía que cubría el lugar, explicó porque tantas personas hacían el recorrido, esperanzados de encontrarse a sí mismos después de que la vida común los alejara tantos de su esencia.

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Aquellas palabras quedaron retumbando en la chica, ¿Cómo podía ser eso?, ¿Cómo podía encontrarse alguien así mismo?, ¿por qué la vida común podía alejar a alguien de sí misma?. Sin darse cuenta, la única que tomó para sí estas palabras era ella, los demás sólo reían y buscaban sus mejores poses en unas fotografías que serían destinadas a sus redes sociales, más que a vivir una experiencia sin igual.

Aquello fue revelador para aquella chica, sobre todo porque el día anterior ella formaba parte al igual que sus amigos de un recorrido vacío por el lugar y esto sirvió para destapar una caja de pandora que nunca imaginó tener.

Terminado el recorrido, el chico volvió a su puesto de trabajo, se despidió de la chica y cuando ésta le iba a cancelar él no aceptó el pago, le digo que lo había hecho sin ninguna intención de lucro y esperaba que le hubiese gustado la estadía y el recorrido del día. Nuevamente se despidió con una sonrisa y con aquella mirada como el que lo tiene todo y no le hace falta algo más.

Ella no podía quedarse así, sin saber que era aquello que poseía él, esa simpleza y totalidad a la vez, y le preguntó su número de contacto, él le dijo que carecía de teléfono pero le explicó en que cabaña vivía, nuevamente se puso a la orden y le dio al espalda a la chica para retirarse a su hogar.

Otra noche desconcertada, primera vez que le sucedía, aquel chico cada vez se hacía más enigmático para ella, justamente por no entender que lo hacía sentir tan pleno y por curiosidad decidió ir a su cabaña, quizás una esposa e hijos eran la acusa de su total felicidad.

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Llegó a aquella cabaña y quedó conmovida por la vista que tenía el lugar, ciertamente ni la terraza del edificio más costoso en el que había estado causaba esa sensación de paz y quietud, llegó a la puerta y tocó, él abrió con un mazo de flores que se disponía a vender a los turistas, bellas y tupidas flores que no eran las típicas rosas aterciopeladas que ella sentía merecer, estas eran pequeñitas y su objetivo eran ser sembradas.

Ella no sabía que decir, pero él entendió perfectamente lo que buscaba. Sin pensarlo mucho, la invitó a pasar, le preparó un te que lleno de calor su cuerpo y sus ganas de acercarse cada vez más a ese muchacho, él seguía sonriendo y ella pedía dentro de sí que no la mirara tanto porque sentía que desnudaba su alma, cosa que jamás había sucedido.

Él espero a que se terminara su té y la invitó a almorzar, ella no se negó, un corrientazo recorrió el cuerpo de ella cuando él tomó su mano y la llevó hasta su huerto personal. Él compartió un cesto y le pidió que lo sostuviera mientras él desenterraba algunas hortalizas y vegetales que formarían parte de aquel almuerzo que estaría destinado a suceder.

Ella miró cada movimiento de sus brazos, de sus manos, la pasión con que tomaba cada parte de la naturaleza que él había hecho crecer y quiso intensamente que él hiciera lo mismo con ella. Entraron en la choza, él pidió que colocara lo recolectado en una sencilla y acogedora cocina y ella no sólo le obedeció sino que repentinamente se le fue encima y lo besó profundamente.

Él respondió a aquel beso, sujetándola entre la espalda y la cintura para dar paso a su ritmo, ella sintió que el era conocedor de cada anhelo que pasaba por su pensamiento y dejó que él llegara hasta donde sus más íntimos instintos apetecían.

Terminado el mejor acto que ella en su joven vida había tenido, quiso poseerlo, esta vez no carnalmente sino en su vida, para si, para que abandonara todo y se fuera con ella y así se lo hizo ver, le propuso, le prometió, le insistió en vivir una vida juntos lleno de lujos.

Él sin embargo, retiró un mechón de pelo de su rostro, besó su frente y le dijo que ni todo el dinero del mundo podía comprar lo que él había conseguido en aquel lugar, que allí estaría esperándola si ella decía deslastrarse de todo lo que la alejaba de su esencia.

Con lágrimas en los ojos, en aquel justo instante, ella entendió que lo que más cuesta en la vida no son las cosas materiales sino desprenderse de ellas y con el corazón roto se despidió de él.

Fin