Me pidió que me alejara, que no la tocara; me apartó, me dió la espalda y sin decir más nada encendió un cigarrillo, supuestamente para sanar el alma.

Que dolor tan grande, sentí una avalancha de emociones que me hacían delirar entre los gritos y las extrañas sensaciones.

Iniciamos el día completos, unidos, discutiendo... Éramos tres con más de mil razones; era el silencio mi gran enemigo al momento de regresar al lugar donde aparentemente reinaban los rencores.

Le grité: "no me molestes". Salió de la casa, regreso a las doce; seis horas después me trague mis palabras con un vaso de lágrimas, salado y lleno hasta el tope.

¡Papá!, ¿A dónde fuiste?, ¿Por qué nos dejaste solas?. Me toca callar y gritar en silencio; cuando respiro me duele... Quiero evitar que mamá se derrumbe sola.

¡Ayudame!, Aunque ya no esté aquí, por favor... No me dejes sola.

Tomé tu mano, estaba morada y fría; mire tu cara, me imaginé que sonreíste aunque tú expresión no mostraba vida.

Me duele el alma, me duele la vida. Me duele saber que al llegar a casa no discutiras conmigo como antes lo hacias.

Papá, siento un gran vacío; sin ti no es lo mismo, sin ti nada tiene sentido. Sin ti el sol de la mañana se siente opaco, sin ti las notas del cuatro pierden la armonía que solía inspirarnos.

Sin ti no hay luz, sin ti el silencio nos tortura el alma... Sin ti no respiro, sin ti no tengo alivio... Sin ti simplemente seré escombros de un futuro lleno de pasado y de olvido.

• Yolanda Caraballo