Nuevo Concurso : ¿Por qué crees que eres distinto? | por @cruzamilcar63

Un saludo fraternal para todos los que forman parte de esta hermosa comunidad. Hoy vengo a participar en el NUEVO CONCURSO: DIVERSIDAD ¿Por qué crees que eres distinto? moderado por la amiga @graceleon. Este es un reto, en verdad, que nos induce a examinarnos profundamente para dilucidar cuáles son esas expresiones especiales que nos distinguen y hacen de cada uno de nosotros un ser humano único e irrepetible, que intenta, precisamente a través de sus particulares providencias, dejar un provechoso legado en su paso por este mundo.

Soy parte de ustedes... pero soy yo

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Al contrario de todos los muchachos de mi pueblo, yo fui siempre demasiado tranquilo, demasiado obediente de los dictámenes de mi madre. Mientras los demás andaban como unos zafios inventando todo el tiempo quehaceres inverosímiles, yo estaba siempre en mi casa intentando dilucidar con mis pensamientos situaciones que nada tenían que ver con la realidad común y corriente. Fue así como casi llegué a convertirme en la persona que jamás logró realizar las cosas que los otros hacían con una maestría envidiable. Yo nunca aprendí a bailar un trompo, ni a volar un papagayo, ni a lanzar las metras con la excelente puntería de mis amigos, ni a jugar truco o dominó; no le buscaba pleito al loco del pueblo para que me saliera coleando, ni me iba a bañar en cuanto pozo amarillento dejaba un aguacero para volverme un nadador experto, ni caminaba descalzo por cualquier parte porque las espinas me puyaban los pies o las piedras me los hacían sangrar, ni confeccionaba un tirachinas (en realidad en el pueblo le decían simplemente china) para lanzarle piedra a cuanto animalito se me atravesara en el camino y tampoco me enfrenté, durante mi disciplinada niñez, a trompadas con ningún ser humano de mi entorno.

Durante esa época, una de mis hermanas, llamada Hilda Josefina, construyó con sus propias manos una biblioteca de madera -de un tamaño considerable, ni muy pequeña ni muy grande- que fue llenando de libros maravillosos, de numerosos ejemplares de la literatura venezolana y algunos clásicos universales. En ese rincón paradisiaco encontré un espléndido refugio que condujo mi afiebrada mente por los más intrincados senderos de su imaginación; allí conocí las más fantásticas aventuras y me sumergí en los curiosos avatares de la historia de mi país; caminé por ciudades desconocidas, cuyos habitantes en nada se parecían a nosotros, crucé un sinfín de mares para llegar a países ignotos y me deslumbré con los extraordinarios versos de nuestros más sobresalientes poetas. Comencé a leer de todo, sin ningún método ni ningún plan, y mientras más lo hacía más me divorciaba del mundo que tenía frente a mis ojos porque en lugar de verlo, sentirlo y vivirlo tal como era, me dedicaba a percibirlo a través de los prismáticos fantasiosos de mis lecturas.

Tuve la suerte, sin embargo, de que a pesar de residir en un pueblo como Mucoelrío, malintecionadamente honesto, de gente muy buena, pero a la vez burlona e insolente, nunca me miraron como al raro individuo que vive en las nubes, contando pajaritos preñados, siempre recibí un tratamiento de respeto y consideración. Reflexionando ahora, desde la distancia del tiempo, creo que debió ser porque en ninguna circunstancia, ni en ningún momento, percibieron en mi proceder actitudes que manifestaran pedantería o rechazo hacia los demás, ínfulas de sabelotodo; aunque no era frecuente que me uniera a sus cotidianas correrías, cuando lo hacía intentaba parecerme tanto a ellos como fuera posible y eso les agradaba.

Con el tiempo, cuando ya había quedado atrás la inquieta adolescencia, llegué a compenetrarme plenamente con toda la gente y con todas las tradiciones de mi pueblo. No sucedió porque me lo propuse ni porque se me alborotó la sangre parrandera de mis coterráneos. Ocurrió de manera espontánea y sin renunciar a las costumbres que, desde una edad temprana, había cultivado. Continué siendo el raro espécimen que era capaz de pasarse una noche entera enfrascado en un libro y el mismo que exponía unas ideas estrafalarias para iniciar una porfía que podía durar al menos tres días, pero ahora como estaba más cerca, como existía más confianza, podían pedirme, entonces, que les escribiera una carta de amor para la novia, una dedicatoria efusiva para la esposa o un poema heroico que al niño le habían puesto de tarea en la escuela… Y eso fue así hasta hace apenas unos pocos años.