Concursos Cotina : Tus recuerdos de cuando eras estudiante/ por @cruzamilcar63

in Comunidad Latina3 years ago

Contaba apenas con seis años cuando me tocó salir de mi casa para asistir, por primera vez, al colegio. En aquellos tiempos, en mi pueblo, Mucoelrío, no había escuela, por lo tanto, todos los niños y adolescente con ganas de aprender, u obligados por la implacable severidad de los padres, debían trasladarse a un caserío más o menos cercano llamado Cariaquito. Dos de mis hermanos mayores tenían ya varios años asistiendo a esa institución, a la cual iba yo a ingresar, un varón que ya estaba a punto de culminar la primaria y una hembra que, para ese entonces, cursaba el cuarto grado.

Recuerdo que cada mañana, cuando todavía no cumplía yo con la edad suficiente para ser inscrito en el sistema escolar, en el instante en que miraba salir a mis dos hermanos, vestidos con su uniforme de estudiantes rumbo a Cariaquito, le pedía con una vehemencia insoportable a mi santa madre que me dejara ir con ellos, que yo también quería lápices, libros y cuadernos para irme a la escuela. Y ella siempre respondía, con la sabia experiencia de los años: “Vamos a ver cuando te toque si de verdad no se te quitan esas ganas;” y agregaba con un tono bastante serio: “eso no es tan fácil como tú crees, mijo; vamos a esperar.”

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Fuente

No era fácil, en realidad. Para esa época el Ministerio que regía los destinos de la educación en nuestro país, había decretado, como un experimento para reforzar el tiempo y la calidad del aprendizaje, que se implementaran dos turnos para todos los grados; uno en la mañana y otro en la tarde. Debido a esa resolución, mis dos hermanos salían a las siete de la mañana y regresaban a las cinco de la tarde al hogar. Además, el camino hacia la población donde estaba el colegio lo recorrían a pie, caminaban durante media hora para llegar a su destino, a menos que un alma caritativa que pasara en un automóvil le hiciera el favor de llevarlos, lo cual no sucedía con mucha frecuencia. Había, al mediodía, dos horas de descanso, pero no tenía ningún sentido realizar la larga caminata, de ida y vuelta de nuevo, para solo pasar un corto tiempo en casa, regresar al plantel a las dos de la tarde y volver a recorrer el mismo sendero de retorno al final de la jornada.

El día en que, al fin, pude ir a la escuela, tuve que afrontar, por supuesto, durante un período bastante largo, esa exigente rutina que mis hermanos llevaban tiempo cumpliendo como una obligación, sin opciones, que nos imponía el destino para salir adelante, “para no quedarnos brutos y ser alguien en la vida,” como aseveraba mi madre con una convicción inquebrantable.

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Imagen propiedad del autor

Pero yo, a mis seis años, no estaba preparado para aquel esfuerzo desproporcionado ni mucho menos para enfrentarme a los juegos, triquiñuelas y picardías de aquella gran cantidad de muchachos de todas las edades que asistían a la escuela de Cariaquito. No había descanso para alguien que, hasta hace unos días apenas, pasaba unas mañanas tranquilas con su madre en casa. Siempre existía un zagaletón que te pellizcaba, te quitaba los lápices, te sacaba la lengua, se burlaba de lo que decías, convidaba a los demás para que se rieran de ti o proferían palabrotas que mis oídos jamás habían escuchado… El cambio fue tan contundente que estuve a punto de renunciar, sin haber aún comenzado en firme, a mi condición de estudiante del primer grado.

Sin embargo, no me rendí. En seguida me di cuenta de que para sobrevivir en aquel ambiente debía demostrar una entereza a toda prueba; amilanarse no era una opción, tenía que enfrentar con astucia a los más bravucones para desarmarlos y convertirlos en mis aliados, en lugar de estar en una perenne confrontación con ellos. A la vuelta de unos meses, ya me sentía con confianza para sortear cualquier eventualidad que se me cruzara en el camino. Jamás intenté imitar, en serio, el comportamiento de ninguno de ellos, porque sabía perfectamente que mi mamá no toleraría ninguno de esos hábitos tan insolentes que en casa se penalizaban en forma rigurosa. Pero en la escuela, muchas veces, tuve que ser uno más de aquellos desordenados que no se detenían ante nada.

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Cuando fui promovido al quinto grado, me retiraron de aquel plantel educativo y me inscribieron en otro que estaba en el centro de la ciudad, en Carúpano: la escuela “J. J. Martínez Mata.” Fue un gran cambio, ya que me trasladaba en autobús y, con la experiencia contundente de mis cuatro años anteriores, logré en seguida adaptarme para luego convertirme en uno de los mejores estudiantes de mi curso.

En la actualidad, cada vez que visito mi pueblo, Mucoelrío, aprovecho para pasear por Cariaquito y me asomo a las puertas de la escuela donde pasé varios años de mi niñez, para comprobar que aún no ha cambiado mucho. Siempre, en esas ocasiones, encuentro a dos o tres de aquellos amigos que estudiaron conmigo.



Nota: La publicación está configurada con el 15% para esta comunidad.




Invito a los amigos: @felixgarciap, @skinnygirl y @cbuendia

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 3 years ago 

Los recuerdos de la infancia son muy emotivos.

Así es, amiga. Son recuerdos que nos quedan para toda la vida... Saludos y gracias por leer y comentar.

 3 years ago 

Excelente relato de tu vida como estudiante amigo @cruzamilcar63. Diría que es más común de lo que parece. Sobre todo para aquellos que vivían en zonas rurales o las travesías y travesuras que tuvieron que enfrentar.

¡Te deseo mucho ÉXITO!

Se trataba de todo un desafío, pero era necesario... Saludos

Hola amigo, que bueno que a pesar de las circunstancias no te rendiste y quisiste seguir estudiando... son esas etapas las que forjan nuestro carácter y luego uno las recuerda con gratificación. Éxitos en el concurso

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