Concurso Coti-amigo: Edición especial | Día mundial de las personas discapacitadas: mi experiencia | @cruzamilcar63

Un saludo fraternal para todos los que pertenecen al universo de Steemit y vierten sus creaciones en Comunidad Latina, el sitio donde resplandece el espectro cultural de este lado del mundo que habitamos. Hoy acudo a la propuesta del amigo @alejos7ven, quien nos propone el Concurso Coti-amigo: Edición especial | Día mundial de las personas con discapacidad: mi experiencia, una noble iniciativa que enaltece nuestro compromiso social.

Fuente

Una estudiante ejemplar

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Su nombre era María Josefina Carenero. La conocí durante mi primer semestre en la universidad y, debido a la actitud con que afrontaba la vida, a pesar de sus circunstancias especiales, se convirtió en un faro luminoso que guiaba, con su ejemplo, mis acciones y reprendía mi falta de entusiasmo en los momentos en que mi conducta tomaba los senderos de la desidia, de la irresponsabilidad con el compromiso que debía afrontar como estudiante.

María Josefina cursaba la carrera de Medicina. Antes de las siete de la mañana, estaba ya en la universidad, siempre sentada en su silla de ruedas. Sufría de una enfermedad degenerativa de tipo neuromuscular que le impedía ser normal. Su padre era el encargado de empujar a todas partes aquel asiento móvil sin el cual ella no podía estar. Varias veces, mientras esperábamos que llegara el profesor a dar la clase, yo me iba hacia donde ambos, padre e hija, se encontraban apartados y me ponía a conversar con ellos. Fue así como nos hicimos amigos y me enteré, de manera directa, cuánto sacrificio ponen de su parte dos seres que se aman para salir adelante: un papá dedicado en cuerpo y alma a brindarle a su hija todo lo que estuviera a su alcance para que hiciera realidad sus aspiraciones profesionales y una hija que, además del agobio que le proporcionaba el mal que llevaba en su cuerpo, vivía preocupada por él, debido a que también se iba disminuyendo, físicamente, de tanto sacar fuerzas para conducirla en aquella silla a todas partes.

Las manos de María Josefina se hallaban deformadas por la tiranía implacable de esa rara enfermedad que no le daba tregua, casi no podía agarrar el lápiz, sin embargo, se las arreglaba para que este se adaptara a las sinuosidades de sus dedos y copiaba las clases con una letra hermosa, muy bien marcada. Yo, en cambio, que no sufría de mal alguno, escribía tan feo para aquel entonces que sentí una vergüenza terrible ante su empeño por estampar sobre el cuaderno aquella impecable caligrafía; esto desembocó en un afán particular por mejorar mi desordenado y sumamente descuidado modo de escribir, lo cual logré hacer realidad unos meses más tarde.

Poseía una voluntad inquebrantable. Desde que los médicos pronosticaron que la enfermedad no le permitiría, quizás, pasar más allá de los cuarenta años, ella tomó la determinación de aprovechar al máximo cada segundo que le restara de vida. Todas las asignaturas que inscribía las aprobaba con excelentes notas y siempre solicitaba un permiso especial para cursar más créditos de los permitidos reglamentariamente en un semestre. Cuando caí en cuenta del sublime esfuerzo de un ser humano que no se encontraba en la plenitud de sus facultades, comprendí, con una certeza desoladora, que yo estaba perdiendo el tiempo y desaprovechando mis capacidades cada vez que dejaba de inscribir una materia o aprobaba las que cursaba con una pobre calificación.

Aquel semestre fue la única ocasión en que coincidimos juntos en una asignatura, pero casi siempre encontraba a María Josefina por los pasillos. Muchas veces, debido a que su papá no estaba con ella, era yo quien la auxiliaba para subir con la silla de ruedas por las escaleras cuando le tocaba asistir a clases en los pisos superiores. Era, en verdad, una tarea titánica transportar el asiento, tramo a tramo, hacia arriba. Había oportunidades en que algunos compañeros, conscientes de la situación, al vernos en esos aprietos, se prestaban a ayudar, pero aun así la cuestión se tornaba bastante difícil.

Dos años más tarde María Josefina Carenero obtuvo el título de Médico Cirujano. Las autoridades universitarias, quienes debían entregárselo en sus manos, tuvieron que bajar hasta donde se encontraba ella porque una larga y empinada escalera hacía imposible que la silla de ruedas llegara hasta el alto pódium. Allí la vi por última vez llorar de alegría y de emoción, junto a su padre y otros familiares, por haber alcanzado, a pesar de todas las dificultades, sus sueños de ejercer la medicina.

Tal como dije al principio, el ejemplo de esta muchacha discapacitada me ayudó a tomar conciencia sobre mis responsabilidades. Comprendí, a través de ella, que la vida es una oportunidad maravillosa que no debemos desperdiciar asumiendo actitudes que en nada contribuyen a nuestro desarrollo individual dentro de una sociedad que requiere de los mejores aportes de sus miembros para encontrar el camino del progreso.

Y es pertinente llamar la atención, por otra parte, para que los espacios donde todos convivimos sean diseñados tomando en cuenta a las personas que no pueden desplazarse por sus propios medios. En la universidad, por ejemplo, no existían, creo que todavía no existen, rampas para quienes se deben movilizar en sillas de ruedas. Soluciones tan simples como esta contribuirían a hacerles la vida un poco más fácil a estos seres humanos tan sacrificados ya por su condición. Además, debieran existir instituciones que se preocupen por incentivar, tanto con planes de asistencia médica como de desarrollo educativo, a los individuos que, como María Josefina, enfrentan a la adversidad de manera ejemplar.

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