Publico este post en español como parte del Steemit Engagement Challenge promovido por @SteemitBlog. Los invito a todos unirse a este concurso de Steem Women Club, sobre todo a @diusma16, @lavanyalakshman y @deepak94; pueden ingresar aquí: Steemit Engagement Contest1 ; Write About the Important Woman/Man in Your Life. Why They İmportant?? 👩‍🦱👨🏻‍🦱 | Warning ⚠️Male users can participate in the Contest!.

Las campanas doradas se enredan en las otras matas, buscando el apoyo necesario para escalar y florecer. Mi madre dice, "qué inteligente es la allamanda... Cómo trepa buscando el sol; si se hubiera quedado en el matero, ya se hubiera secado".

Era el año 1983. Mi mamá, quien por muchos años había sido maestra, estaba jubilada. Pero lejos de estar desocupada, podando los rosales de su jardín, como suele ocurrir en las películas; o jugando cartas y bebiendo cocteles con amigas “tan jubiladas” jubiladas de todo, de los hijos pequeños, de los mediodías ajetreados, de la lista de compras; en vez de iniciar este idilio con la vida tranquila, mi madre me estaba criando a mí, la menor de sus seis hijos, la que no estuvo nunca en el plan y que llegó así porque sí, porque en la vida real pasan estas cosas.

Una hija mayor de 16 años, lejos estudiando Medicina; una de 15, aún pensando qué haría con su vida, mientras dibujaba bellezas en grafito; una de 14, rebelde y con la cara metida en un libro; un varón de 12 y otro de 8, que ensuciaban mucha ropa y rompían demasiadas tazas; y yo, una extensión de sus piernas, “la vejez” de 3 años que la seguía adonde fuera —sobre todo a la máquina de coser.

La jubilación se revelaba como un mito y día a día, mi madre se levantaba temprano y hacía todo lo que no le gustaba: cocinaba, limpiaba la casa, hacía las compras del mercado…

...Pero sin importar qué tanto hubiera que hacer y cuán cansada estuviera, de repente me veía practicando las letras, yo sola, montones de hojas esparcidas en el suelo, colores, sacapuntas, mis cuentos de hadas; entonces soltaba lo que trajera en las manos, se sentaba conmigo y me enseñaba palabras y me contaba sobre historias de personas ilustres que nunca supe si eran reales y me decía que todo lo que hacía estaba perfecto, irónicamente, mientras lo corregía. Y luego dibujábamos y tal vez esa mañana, recitaba tan alto que la escuchaba la vecina. Entonces se hacía mediodía y se paraba de golpe y corriendo terminaba todo en la cocina, para que sus hijas y el hijo y el otro hijo y el esposo comieran en la mesa y se sintieran felices. Felices aunque hiciera calor, aunque la música de la vecina estuviera muy alta y su lora fuera muy escandalosa. Felices aunque a ella ya le estuviera comenzando una ligera jaqueca que se le aliviaría con la siesta de la tarde tranquila.

Hace 22 años que mi madre no está físicamente. Pero está cada vez que elijo ser feliz aunque luego deba apurar el paso un poco, aunque a veces —por qué negarlo— procrastine. Ella está conmigo cada vez que decido ignorar los cargos y jerarquías y respetar a las personas por el ser humano que son, sin adulaciones, miedos, o resentimientos. Mi madre me da la mano cada día y me ayuda a trepar por las ramas, hasta que encuentro el sol y me vuelvo una flor amarilla en un día claro, tan lejano como presente, en una tarde de 1983.

Mi madre me enseñó que el matrimonio se trata de amor y respeto.

Y pues claro que nos tomábamos unas copitas de vez en cuando. Yo la acompañaba al Bingo. Conversábamos mucho de todo, de cualquier cosa.

Tuve la gran dicha de que mi hijo conociera a su abuela.

Estas memorias están cada día conmigo, por siempre.