CONCURSO SEMANAL, "CREANDO HISTORIAS SEMANA #14" | Gato por @zmoreno

Diseño por mí, Isabella Moreno.

En aquel lejano bosque de pinos oscuros y de rocío nevado, cuyo nombre desapareció con los años y cuyo origen resultó inexplicable en medio del crudo clima del norte, miles de criaturas desaparecían dentro para no volver nunca más.

Ningún ser vivo, exceptuando algunos brotes de inocentes árboles y uno que otro hongo de entrometida presencia, se atrevía a asomarse entre los misteriosos troncos de aquellos árboles de origen remoto y celestial.

Ése bosque representaba la mismísima imagen de la soledad agobiante, dura y silenciosa. Desde lo lejos se observaba el denso color gris de su neblina y, a veces, los animales solitarios y decolorados que entraban sin retorno.

Llevaba pocos días instalada en la ciudad que hacía frontera con el bosque misterioso cuando las cosas empezaron a tornarse lúgubres y extrañas a mi alrededor.

En un principio, recién llegada y sin conocimientos acerca de la oscura historia que representaba a la zona, no lograba entender por qué los locales, personas grises, pálidas y silenciosas, parecían rehuir del bosque constantemente.

¿Qué sucedía ahí dentro?

Recuerdo haber puesto el pie sobre la casa de mi difunta tía abuela sin sospechar lo que pronto arremetería. Caminé por los pasillos, tan lánguidos y apagados como el resto de la localidad, preguntándome por qué la vieja había decidido cuidar de un gato en lugar de un perro, un pez, un conejo o un pájaro. Los gatos, ya de por sí insoportables, resultan peores cuando los agarra bajo su cuidado una señora consentidora, sin carácter, sueva y cariñosa como lo fue mi difunta tía, la cual nos encargó explícitamente a todos sus sobrinos que, cuando ella muriera, nos lleváramos a su viejo Gato de esa ciudad tenebrosa para que lo tuviéramos bajo nuestro buen cuidado en el pueblo.

Mi única tarea era agarrar a Gato, meterlo en una jaula y llevármelo a mi ciudad. Pero, luego de días en su búsqueda y una estadía forzada, decidí rendirme. Gato no aparecía y mi piel se desbocaba en colores purpúreos y rojizos. Decidida a huir de la atmósfera pesada y somnífera del pueblo y no volver nunca más, tomé mis maletas y partí. Sin embargo, en el momento en que tenía el zapato dentro del taxi y el corazón retumbante de alegría, me encontré con un felino pequeño, de pelo oscuro, gordo y cachetón, observándome con los ojos abiertos de par en par desde la puerta de la casa.

─¿Gato? ─mascullé para mis adentros─. ¡Gato estúpido!

Me excusé con el taxista. Bajé rápidamente y, tambaleándome, empecé a perseguir al gato con toda la habilidad que me permitían las extremidades entumecidas. El animal, necio, empezó a huir como caballo en un hipódromo. Lo seguí por varios minutos, esquivando automóviles, señales, personas y bicicletas, hasta que llegó a un punto donde me vi obligada a detenerme. El gato, tieso frente a los árboles, estaba a un paso de adentrarse en la zona prohibida y misteriosa que delimitaba el bosque.

Dibujo por mí, Isabella Moreno.

─¡Gato!

Al yo avanzar precipitadamente, el gato se sumergió entre los troncos, la nieve y las ramas caídas sin mirar hacia atrás. Ahogué un grito estruendoso.

─Lo siento por su gato ─me dijo un local que pasaba por la zona─. No volverá.

Gato lucía tranquilo al otro lado del bosque. Me miraba con sus ojos amarillos centellando en la oscuridad. Pero, por alguna razón, ni el más curioso volteaba a verlo.

Me senté en una roca sobresaliente del terreno, observando el límite demarcado por la neblina del bosque y las ramas, la mirada penetrante de Gato y la oscuridad atrás de él. Lucía tan normal; otro bosque de cualquier país de cualquier lugar del mundo. Decidida y sin ningún tipo de duda, cuando a mi alrededor no se hallaba nada más que la silenciosa presencia de Gato entre las ramas caídas, me levanté, tomé un impulso y salté hacia el bosque.

Sin embargo, una vez dentro, Gato había desaparecido. Grité su nombre varias veces ─«¡Gato, Gato!»─, pero había tanto silencio que ni el ruido se escuchaba en medio de la oscuridad. Me adentré entre los troncos, convencida de que rescataría a Gato, pero, cuando me percaté de que no había ni una sola huella en la nieve, mi seguridad menguó. Al voltear, más bosque. Y más bosque. Y más bosque.

Grité fuerte. Nadie parecía oír. Caminé por tanto tiempo que mis piernas se derritieron en sudor frío y sangre. Mi abrigo pesaba enormemente.

Llegué a un claro en medio de las ramas, lo cual me hizo caer al suelo con desesperación. Al levantar el rostro lleno de lágrimas congeladas, Gato me enfrentaba frente a frente. Y, como si su mirada felina me aclarara muchas cosas, le rogué una salida.

─No hay salida ─Me pareció oír a la neblina.

Contemplé las marcas en los árboles, las pisadas humanas ahora descubiertas gracias a la luz del apagado sol grisáceo, los vacíos y la oscuridad. Tirada en el suelo, con el rostro morado y las manos entumecidas, sollocé:

─¿Qué es esto?

─No es un secreto para nadie que no debías entrar ─respondió el mismo susurro lúgubre y frío─. Ahora eres un árbol más.

Gato se esfumó en medio de la pesada neblina. De repente me encontré sola en medio de una oscuridad absorbente y profunda. El bosque me había tragado… al igual que a mi tía abuela, quien, sentada entre las ramas, llevaba a Gato apretado en su regazo, peludo, regordete y feliz.

Dibujo de mi propiedad, Isabella Moreno.

---

Compartí mi publicación aquí.

Espero que les haya agradado mi historia, ¡muchas gracias por su apoyo! Puedes conseguir este maravilloso e interesante concurso en esta dirección. ¡Saludos!