Llevaba mucho tiempo colgando en aquel lugar. Para él era toda una vida, para el resto solo un momento en el tiempo.

Su peso iba venciendo poco a poco la fuera que lo sostenía en el aire en aquel lugar.

Las aves lo observaban silenciosamente mientras relamían sus bocas y sus ojos reflejaban aquel deseo que parecía demencia.

El vacío bajo de él era inmenso. El soltarse era iniciar un largo y rápido viaje hacia su inminente partida hacia otra existencia.

Sentía las miradas de lo pájaros con más fuerza y vio como ajustaban posiciones para atacarlo.

El viento arremetió con fuerza en ese momento y con el movimiento producido, escucho como se quebraba la delgada rama que lo sostenía.

Una movimiento fugas de las aves intento detener en vano el inicio del viaje de aquel ser que se desplomaba en caída libre hacia su final.

Mientras sentía como el aire rozaba su cuerpo, veía el origen, su procedencia. Él solo pensaba que su cuerpo no se rompiera al estrellarse con la tierra.

Un viaje rápido con un final anunciado. Tendido en el suelo soportaba el dolor sin hacer ningún movimiento.

Estaba allí, inerte, pensado que ya todo había llegado al final y que con este su propósito tenga una razón de ser.

El niño que combatía con su ejército imaginario en aquella batalla de fantasía en una galaxia muy, muy lejana lo vio caer. Y corrió directamente al lugar.

Lo observo, lo analizó, pensó mientras veía aquel ser allí en el piso. Observo hacia arriba y vio a los pájaros tristes que posaban en la rama del gigantesco árbol.

Tomo con su mano el cuerpo del piso. Lo olio, lo reviso para luego frotarlo contra su camiseta para limpiarlo.

Acto seguido lo coloco frente a su cara y con un gran placer abrió su boca para darle un mordisco.

Sus dientes lograron rasgar un trozo de aquel jugoso mango que lo deleito durante el tiempo que duro consumiéndolo.

Aquel fruto no sintió dolor. Dentro de él había un placer por aquel destino que le había deparado la vida. Al final su transformación era para llevar bien a otro ser. Para alimentar.