Concurso Semanal, "Creando Historias Semana # 10". "Barco de papel" by @soyliliena

      "Capitán, capitán, es un monstruo lo que está debajo de nosotros. Debe medir, al menos, unos 30 metros!" Exclamó el primer oficial. Con sus ojos agudos, el capitán lanzó una mirada paralizante al nervioso oficial. "!Ya se!", le respondió con voz de ultratumba, como si se tratara de algo que ya él conocía.

      Habían pasado 3 meses en alta mar con pocas provisiones. Los mares frente a las costas de Alaska eran un paraíso, comparado con las tormentas que habían tenido que sortear para llegar hasta allí en búsqueda de una buena pesca de centollas. Pero, aún así, se encontraban en aguas profundas. Un animal desconocido los acechaba y el capitán parecía haber perdido la cordura.

      Ese día el capitán tenía sus manos bien colocadas en el panel de control de aquella embarcación a la que conocía perfectamente después de 20 años de navegación. Llevaba la mirada perdida y movía su cuerpo al compás de una música que sonaba dentro de su cabeza. La tripulación le había escuchado silbar esa misma entonación día tras día, desde la vez en que sufrió el accidente. Aquella noche, un marino lanzó una de las jaulas de atrapar cangrejos y no colocó correctamente las correas que la sostenían. El capitán se encontraba supervisando la faena. La jaula se desprendió de las correas y una de ellas fue a dar a la humanidad del marino. El capitán, que estaba cerca, logró hacer una maniobra y empujar al hombre dentro del barco, pero él no pudo sostenerse y cayó al mar helado y oscuro.

      Era un hombre de carácter pausado y firme. Cuentan que incluso cuando su pequeño hijo murió de cáncer, se mantuvo incólume durante los actos fúnebres. Nadie lo vio llorar y, por el contrario, era quien daba aliento a su esposa y a su otro hijo, quienes si se veían destrozados por el dolor de la pérdida. Sin embargo, todos esperaban que en algún momento se desplomara. No podían imaginar las veces en que el capitán lloraba a escondidas por la muerte de su hijo. Tomaba en sus manos un barco de papel que le había enseñado a hacer y con el cual ambos jugaban y se sentaba horas en la playa, como esperando a que el niño saliera del mar en búsqueda de su barquito.

      El capitán no era un jefe que impartiera temor, pero se había ganado el respeto y la admiración de todos en ese mundo de hombres fuertes. Después del accidente en que cayó al mar, las cosas habían cambiado. Se le veía a solas riendo a carcajadas. No hablaba con nadie, a menos que fuera para asuntos concretos del trabajo a bordo y, se murmuraba que dormía 2 o 3 horas por día. Sus ojos quedaban prendidos en el horizonte y, aunque no habían tenido problemas para llegar al lugar de destino, los marinos a su cargo ya no se sentían seguros. Pensaban que ese episodio, sumado a al duelo reciente, le había hecho perder la cabeza.

      Un golpe sacudió el barco. "¿Qué hacemos?", preguntó el maestre al primer oficial. "No se qué decir. El capitán se ha vuelto loco", respondió y, caminaron a paso firme y rápido hacia una reunión espontánea que se estaba dando en cubierta. Todos los hombres estaban convencidos de la demencia del capitán y del peligro que eso representaba para sus vidas, especialmente cuando estaban siendo atacados por un monstruo marino.

      Otro golpe estremeció al barco. Varios de los hombres cayeron al suelo. La embarcación dio un giro imprevisto y el monstruo se puso delante de ella. El capitán activó toda la velocidad. El monstruo seguía delante de la embarcación. Los marinos se alteraron y se disponían a asaltar el cuarto de control donde se encontraba el capitán con los pocos oficiales que aun se le subordinaban. De pronto, escucharon un silbido que ya les era familiar. A la distancia se podía ver la silueta del enorme animal que se había detenido, como si esperara a la embarcación. El impacto parecía inevitable. "Es allí" dijo el capitán que había salido a cubierta y, con el dedo índice indicó el lugar donde se encontraba el monstruo marino. "Reduzcan la velocidad y preparen las jaulas. ¡Vamos a pescar!", ordenó. La tripulación no entendía lo que sucedía.

      Al llegar al lugar señalado, vieron a la silueta del animal hundirse rápidamente hasta las profundidades. "Echen las jaulas" dijo el capitán. Los marinos obedecieron más por costumbre que por raciocinio. Ese día obtuvieron la pesca de centollas más grande de la historia de todos los mares. La tripulación reía y celebraba emocionada. El capitán no dejaba de silbar la misma tonada que repetía desde el día del accidente.

      De vuelta a tierra firme, el capitán informó que se retiraría del oficio. No dio ninguna explicación. Lo único que se supo de él fue que tomó el dinero que se ganó de la pesca de ese año y partió junto a su familia a un lugar del que nunca más regresó. Alguien contó que iba silbando y llevaba consigo un pequeño barco de papel.