Se vinieron los tiempos del deshielo. Al principio solo fueron sonidos atenuados; luego crepitantes, pero constantes y amenazadores; siempre al final volvía la calma, y para el próximo día, todos seguían su ritmo normal de vida, el lobo no estaba.

La normalidad de ese mundo eran seis meses sin ver la luz del sol, oscuridad compartida, noches en las tibias comodidades del hogar, blando pan, queso y vinos; el piano, alguna gaita, y poemas que se cruzaban con las miradas de todos.

Pero el sol no permitiría todo aquello, tanto mundo a sus espaldas, y entonces sacó sus espuelas, sus plumas de oro, y extendió sus alas con toda su fuerza, y fueron días y días con sol; las fábricas de chimeneas gigantes y los millones de vehículos automotores encendieron con más fuerza sus fauces buscando asustarlo, luego para huir; entonces todo fue peor, no quedó una hoja de árbol en ese bello mundo en pie, el Arca de cuernos de salvación yacía mal herido.

El cielo, ahora verde, como un pulpo ridículo e inservible, se retorcía avergonzado en la lejanía.

Ya todo estaba perdido, pero súbito, en el cenit de todo, una paloma blanca de Dios y otras más que auguraban la salvación entraron en escena.

Y así, poco a poco, todo regresó a la normalidad; pero nadie, nadie, olvidó el día en que el sol los retó.

El cuadro inspirador de de este texto es el #1.

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