Concurso Semanal, "Creando Historias Semana #14"./ @sir-lionel

Seguí caminando por la angosta carretera, había pasado más de media hora desde que el autobús me había dejado en la vía principal, en todo ese tiempo no vi ningún vehículo entrar o salir del pueblo.

A un lado de la carretera, todavía permanecían vestigios de la hacienda donde trabajaban los esclavos en tiempos de la colonia, aun quedaban en pie algunas columnas de la casa principal, estaban igual que cuando me fui, pareciera que el tiempo se aburrió de destruirla.

Mas adelante aparecen las primeras casitas del pueblo, la mayoría con pintura desteñidas y techos con viejas tejas de un confuso color marrón, algunas plantas de flores acompañan a las pequeñas cruces de madera clavadas en el frente de cada una de las casas, una señal inequívoca de que las creencias heredadas de los antiguos esclavos, aun seguían vivas.

Sentí el teléfono vibrar, lo saque del bolsillo, era otro mensaje de mi hermana, quería saber si tardaría mucho en llegar, no me molesté en responderle, ya estaba muy cerca, pronto sabría cual era la prisa de mi padre por verme.

A pesar de la avanzada edad, mi padre nunca había estado enfermo y según me había dicho mi hermana en su primer mensaje, él seguía fuerte como un roble, por eso me extrañe al ver a varios vecinos y familiares sentados al frente de la casa, traté de saludarlos a todos, pero me contuve al ver sus rostros sombríos.

Mi hermana me tomó de la mano, atravesamos la sala y llegamos hasta la puerta de la habitación de mi padre, ella la abrió, apenas traspasé la puerta mi hermana la cerró y se marchó.

Mi padre estaba parado al lado de su cama, apartó la mirada de la ventana y la dirigió fijamente hacia mí.

—Bendición papá.

—Dios te bendiga y favorezca —me respondió.

Aunque su voz me sonó grave, su rostro reflejaba una gran tranquilidad, nunca fuimos muy comunicativos, el nunca me lo había dicho, pero yo sabía lo mucho que me quería, yo tampoco le había dicho que también lo quería, eso no hacía falta, él todo lo sabía.

—¿Cómo estás?, ¿Qué está pasando?—le pregunté.

—Todo está bien hijo, pero con el tiempo todo acaba.

—Eso es verdad, pero no entiendo nada.

—Hijo, ya no tengo más tiempo, solo esperaba por ti para que mi secreto no se pierda, toma, ahora es tuyo, con esto conocerás muchas cosas, y nunca nadie podrá hacerte daño —me dijo al mismo tiempo que me entregaba una vieja hoja de papel doblada varias veces, y amarrada con una pequeña cinta roja.

No dijo ni una palabra más, escuché sonar sus rodillas al sentarse en la cama, giró la cabeza de un lado a otro haciendo sonar las vertebras de su cuello, terminó de acostarse, después entrecruzó sus manos e hizo sonar todas las coyunturas de sus dedos, luego estiró totalmente su cuerpo, colocó sus manos cruzadas sobre el pecho y cerró los ojos

Abrumado salí de la habitación, todos esperaban afuera, no dije una palabra, en sus rostros se notaba que sabían lo que había pasado.

Estuve deambulando por la casa, la puerta de la habitación de mi hermana estaba abierta, no había nadie, entré cerré la puerta y me tendí sobre la cama, saqué el papel de mi bolsillo, lo desdoblé y lo recorrí con la vista.

El escrito era una letanía de palabras extrañas distribuidas en siete párrafos de tres líneas cada uno, cada párrafo terminaba con varios nombres, algunos eran nombres de santos conocidos, otros eran muy raros, sentí un escalofrío en todo el cuerpo, no terminé de leerlo, lo volví a doblar y lo guardé.

En el cementerio había mucha gente, todos vestidos de blanco y una ancha cinta negra alrededor de la cintura, a pesar de la cantidad de asistentes el entierro transcurrió en silencio, cuando la tierra terminó de llenar la fosa, la gente empezó a retirarse.

Fui el ultimo en salir del cementerio, afuera bajo un frondoso árbol de tamarindo, se encontraba sentado mi tío Emeterio, hermano de mi papá, nunca había compartido con él, recordé que cuando yo era niño le tenía miedo, porque la gente decía que él tenía un secreto para convertirse en cualquier animal.

Si alguien podía aclarar todas mis dudas era mi tío Emeterio, sin pensarlo más me acerqué hasta el.

—Bendición mi tío.

—Dios te bendiga y favorezca, toma échate un trago —me dijo extendiendo una botella de ron.

Me empiné la botella y tomé un largo trago, el aguardiente me quemó la garganta, pero hizo salir las preguntas rápidamente.

— ¿Tío, porque papá antes de morir hizo sonar las coyunturas de su cuerpo?

Mi tío tomó un trago y empezó su extraña explicación.

—Cuando alguien tiene el secreto que tu papá tenía, está protegido por muchos seres espirituales, esos espíritus están anclados en todas las coyunturas del cuerpo, cuando esa persona está lista para morir, se desarma y deja ir a sus protectores.

—¿Y este papel que me dejó?, —le pregunté sacando el papel de mi bolsillo.

—Guarda eso, no me lo enseñes a mí ni a nadie, yo sé de qué se trata, todos los miembros de nuestra familia tenemos uno diferente y ahora ese es el tuyo.—me respondió ofreciéndome otro trago.

Volví a tomar de la botella y seguí preguntando.

—¿para qué me sirve esto?.

—Primero tienes que aprenderlo de memoria, y recitarlo cada mañana apenas te despiertes, con eso nadie te hará daño jamás, pero lo más importante, es que podrás ver la muerte de todas las personas antes que ocurran, incluyendo tu propia muerte, también cual será el destino de las almas de cada uno.

Todo me parecía un total absurdo, volví a la casa recogí mi pequeño bolso de viaje, me despedí de mi hermana, y me dispuse a abandonar el pueblo, no soportaba un rato mas allí, yo ya no pertenecía a ese lugar.

A la salida del pueblo volví a pasar frente a las ruinas de la hacienda, decidí entrar, caminé hasta el fondo, me detuve junto a una cruz tirada en el suelo, la tomé y con ella empecé a cavar al lado de la última columna, saqué el papel de mi bolsillo, nunca llegué a leerlo, tomé mi encendedor, le prendí fuego y lo tiré en el fondo del hoyo, me aseguré que quedaran solo cenizas antes de rellenar el hoyo y dejar enterrado aquel tétrico secreto.