—Tienes que hacerlo, — dijo.

Su mano temblaba cuándo escuchó:

—¡Corre!

Vio mi indecisión, mi mano temblaba, se oyó el disparo, vi su revolver humeante cuando dijo:

—Hemos terminado, uno menos.

El Condorito le decían, tan pequeño y tan malo. Ya en casa temblaba, daba vueltas, pensando que aquella bala iba a salir de su mano.
La prensa reseñaría otra hazaña del Condorito. Está bien que me defienda, pero no así, con qué cara miraría a su familia.

Ese otro día, El Condorito esperaba dentro del vehículo.

—La primera vez es así, — me dijo, — iremos al barrio El muertico, vaya nombre, hay redada, con pasamontañas.

La casa estaba ubicada, el Condorito desapareció en las sombras, vi al muchacho corriendo, le salí al paso.

—¿Vas a disparar? — me dijo.

—¡Dile que corra! —Se oyó una voz a mis espaldas.

— ¡No corras!

Se dejó caer, El Condorito me miró, pude dormir tranquilo.