Concurso Semanal Creando Historias Semana #10 - "DELIRIOS MORTALES" by @palabreador

in WORLD OF XPILAR4 years ago


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DELIRIOS MORTALES


      Hassam era un hombre de 27 años, de tez morena, ojos saltones. Había decidido huir de Libia escapando de la guerra, los secuestradores y las redes de esclavos que por todas partes aparecían en ese sufrido país. La pequeña balsa donde embarcó, con el objetivo de llegar a Europa, era tan frágil que sólo sus enormes ansias por salir de aquel infierno podían permitirle pensar en la temeraria idea de cruzar el mediterráneo en algo tan frágil. Apenas sabía nadar, pues aunque Libia tenía una costa inmensa, nació y creció en un pueblo cercano al desierto y lejos del mar. Aprendió a hacerlo en un río de su pueblo natal, los fines de semana, cuando le quedaba algo de tiempo para ir a compartir con sus amigos.

      El sol era inclemente y el mar estaba quieto. Hassam confiaba en los consejos de su primo Ali, la ruta que había marcado sobre un mapa que guardaba con inmenso celo dentro de una botella y en lo que le decía una vieja brújula que le quitó a un combatiente moribundo en uno de los tantos enfrentamientos que le tocó ver. Ya habían pasado doce horas desde que salió de aquella playa, sin despedirse de nadie y sin compañía, a las seis de la tarde del día anterior.

      Para resguardarse del sol, había construido una especie de cubierta de lino, mucho más liviano y fresco que la lona, que se levantaba unos 60 centímetros desde el fondo. Si llovía, había previsto un plástico muy ligero, con el que elaboran las piscinas para niños. De bastimento, había acumulado 24 latas de sardina, 6 paquetes de galleta de soda y 6 de galletas dulces. Pero, lo que más había reunido eran botellas plásticas con agua. Ya había escuchado suficientes historias sobre gente muerta por deshidratación al sol y no quería contarse entre esos. Inclusive, había hecho todo un cronograma sobre a qué horas consumir más agua y cuánto.

      Para distraerse, llevaba varias revistas y crucigramas, además de varios lápices con los que podía pasar el tiempo debajo de la cubierta, sobre todo entre las 10 de la mañana y las 4 de la tarde, horas de mayor exposición solar. Hassam estaba orgulloso de cómo había preparado su viaje y cada minuto que pasaba, sentía estar más cerca del sueño europeo. Todo era mejor que quedarse. Mirando al cielo a las siete de la mañana, recordó a su hijo y aquella promesa que le hiciera minutos antes de verlo por última vez: “Saldré de aquí y luego volveré a buscarte, hijo”. Era imposible evitar que dos lágrimas salieran de sus ojos.

      Las horas eran lentas. A mediodía, comió galletas y sardinas con un vaso de agua. Decidió hacer seis comidas pequeñas al día, a fin de mantenerse hidratado y alimentado la mayor parte del tiempo. En un momento, giró sobre su cuerpo 360 grados y cayó en cuenta de la inmensa soledad en la que se hallaba. Juró no volver a hacerlo, ya que la sensación de vacío fue terrible. Desde entonces sólo miraba hacia el frente y hacia arriba, al cielo, amén de pequeños giros muy cercanos al bote. Después de 18 horas en el mar, sintió que era el hombre más solitario en todo el planeta.

      A las ocho de la noche, decidió dormir. Tenía más de 24 horas sin hacerlo y el cansancio, más la tensión acumulada, hicieron mella en su resistencia. Soñó con su esposa, quien le decía amorosamente que no se rindiera, que luchara por ella y por su hijo. “Nosotros estamos bien, amor mío. Tú debes salvarte”. Su hijo, con la misma ropa que llevaba puesta el día en que lo vio por última vez, corría alegremente por entre un campo de flores, invitándole a acompañarlo. Cuando despertó, Hassam se dio cuenta que había dormido ocho horas seguidas. A las 4 de la mañana, el mar era más misterioso aún.

      No encendió ninguna luz para no hacerse visible por algún barco. Destapó una lata de sardinas y un paquete de galletas. Debía reponer energías. Mientras comía, a lo lejos divisó una luz tenue. “Debe ser un barco pequeño”, pensó. Miró al cielo y se dio cuenta de lo hermoso que era con tanta oscuridad. Sintió más frío que de costumbre y se colocó una manta de lana que había llevado al viaje. Sorbiendo un poco de agua, escuchó la voz de su padre, “Hassam, hijo, que bien te ves”, le comentaba. Un ruido en el agua lo sacó de su visión. “Ha de ser un pez solitario”, se dijo.

      El amanecer lo tomó mirando hacia el este, hacia donde sale el sol. Esta vez, fue su madre quien lo veía desde otro bote cercano. Movía su mano derecha y le saludaba con una inmensa ternura. “Madre, ¿qué haces aquí?”, le dijo, sin que su madre lograra escucharlo. El bote donde se encontraba ella, dio un giro y arrancó en dirección opuesta hacia donde iba el de Hassan. El joven, preocupado, sólo miró sin perturbarse cómo se alejaba la pequeña embarcación. “Qué raro”, pensó.

      Cerca de mediodía, cuando el sol estaba verticalmente sobre el bote, Hassam sintió mucho calor, decidió quitar la cubierta improvisada y aprovechar algo del viento suave que recorría aquella enorme masa de agua. Su sorpresa fue mayúscula cuando a estribor, a una distancia que no supo calcular, observó a una lancha que se dirigía velozmente hacia su bote. “Qué extraño!”, pensó. “Son soldados. La información decía que debían encontrarme dentro de seis horas”. Se encogió de hombros y se sentó a esperar la llegada de la lancha. Sintió sed, extendió su mano hacia una de las botellas de agua fresca y la tomó completa. Mientras esperaba, decidió cerrar los ojos. En un instante, se miró a sí mismo caminando con su hijo en una pradera llena de flores. Su esposa, recostada sobre la grama, los miraba y sonreía llena de felicidad. Luego de esa escena, su mente se puso totalmente en blanco.

      “Capitán, aquí hay un hombre joven. Está muerto”, dijo un soldado a un oficial ubicado al borde de una lancha rápida de la armada italiana que esperaba información sobre el hallazgo. “¿Hay rastros de más gente? Deme más detalles, soldado!”, inquirió el capitán. “No, señor! No hay otros rastros. Sólo él en el bote. Debió morir deshidratado. Hay unas botellas de agua y tres latas de sardina vacías”. El soldado hurgaba entre algunas pocas cosas que había en el bote hasta que dio con una pequeña caja de metal, muy pequeña. Al abrirla, encontró una foto del hombre con una mujer y un niño en medio. “Señor, encontré un pequeño cofre. Tiene una foto del hombre con una mujer y un niño. Hay un nombre tallado: Hassan”, dijo el soldado al capitán. “Muy bien, muy bien. Hay que trasladar el cuerpo a puerto. Espere allí. Dos soldados más le ayudarán. Pobre hombre”.

      La lancha rápida partió rumbo al puerto más cercano, remolcando al bote. El cuerpo de Hassam fue puesto en una morgue. Si en 72 horas no era reclamado, sería cremado y sepultado como un desconocido. En algún lugar de Libia, un niño de seis años espera junto a su madre, noticias de su papá, quien salió hace cinco días con la promesa de regresar por ellos para llevarlos a Europa.

Gracias por leerme. Sus votos, resteems y comentarios son muy apreciados por mi. Agradezco a @adeljose por esta iniciativa.

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 4 years ago 

Saludos amigo @palabreador.

Una historia conmovedora y la cual se vive día a día en mar abierto, algún día sabrán de aquel hombre que murió intentando escapar de la guerra.

Gracias por su entrada al concurso.

Participante #1

Gracias a ti, @adeljose por la posibilidad de participar.

Felicitaciones amigo . Muy conmovedora ,realista y bien escrita su historia.

Muchas gracias, amigo @edy.lobo. Me complace y motiva mucho su comentario.

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