UNA IMAGEN, UNA HISTORIA.

Esa mañana, había comenzado gris y lluviosa en aquella ciudad europea. Las calles, generalmente llenas de personas yendo de un lado a otro, estaban ahora con charcos donde se reflejaban las luces de las vitrinas. Era un día normal de otoño, cuando la lluvia decidió cumplir con un propósito: el de limpiar y refrescar cada rincón del lugar.

En una de las calles más concurridas, dos scooters de colores turquesa y negro, imposibles de ignorar, brillaban sobre el pavimento mojado. Estaban estacionados frente a una cafetería acogedora, el refugio perfecto para aquellos valientes que no temían mojarse un poco con tal de disfrutar una taza de chocolate caliente.

@helengutier2, con su característico abrigo marrón y sus botas amarillas, una combinación casi mágica, observaba a sus amigos mientras tomaba un sorbo de su mocachino; el chocolate, es su debilidad. No puedo negar que había algo encantador en ver las gotas de lluvia golpear el paraguas y resbalar suavemente hacia el suelo. A su lado, @bellana, con un paraguas rojo y botas color rosa, reía con ganas, quizás, recordando alguna anécdota de su niñez.

Escuché cuando dijo:

— ¿Recuerdan cuando solíamos hacer carreras en nuestras bicicletas durante la lluvia?, dijo @bellana entre risas. Siempre terminábamos empapados, con una raya de barro en la espalda, pero nunca nos importó.

— Claro que sí, ¡cómo olvidarlo!, respondió @yolvijrm, mientras se acomodaba en la silla y ajustaba su chaqueta. Creo que esas son algunas de mis mejores memorias de infancia. No teníamos miedo de nada, ni siquiera de un resfriado, porque nos sentíamos invencibles.

A pesar de las risas, @yolvijrm era el más nostálgico del grupo. Tenía la habilidad de encontrar la manera de conectar el presente con el pasado, y aquella mañana lluviosa no fue la excepción. Mientras hablaba, sus ojos brillaban con el recuerdo de aquellos días carentes de preocupaciones.

@karianaporras, la más callada del grupo, quitó su mirada del libro que estaba leyendo. Ella siempre traía consigo un libro, incluso cuando se trataba de reunirse con amigos. No es que no disfrutara de la compañía de ellos, pero encontraba en los libros, un consuelo que, a veces, necesitaba más que la charla. Ese día, sin embargo, cerró su libro y decidió unirse a la conversación.

— Creo que parte de lo que hacía de esos días tan especiales, era que no había prisa por nada, dijo @karianaporras. Podíamos pasar horas y horas, simplemente siendo niños, sin pensar en nada más que jugar.

@helengutier2 sonrió, asintiendo con la cabeza. Había algo mágico en aquellos días pasados, pero también, lo hay en el presente.

Me llamó mucho la atención el hecho de que, a pesar de las responsabilidades y los años que habían pasado, todavía sacaban tiempo para reunirse, en días como este, bajo la lluvia, lo cual representa una amistad verdadera y duradera.

El sonido de una campanita interrumpió la conversación, cuando la puerta de la cafetería se abrió y un hombre entrado en años ingresó, sacudiendo el agua de su sombrero. El barista, quien preparaba el café más espectacular que he probado, lo saludó con familiaridad, señalándole que podía sentarse bajo una mesa desocupada, justo al lado del grupo de jóvenes.

— Miren, es el señor @o1eh, dijo @yolvijrm en voz baja. Solía contarme historias increíbles sobre esta ciudad. Deberíamos invitarlo a sentarse con nosotros. Sin decir mucho, @helengutier2 se levantó y se dirigió hacia el señor @o1eh, diciendo:

— Buenos días, señor @o1eh. ¿Le gustaría sentarse con nosotros? Estamos recordando viejos tiempos y creo que usted podría añadir algunas historias muy interesantes.

— Con gusto, jóvenes, dijo @o1eh. No hay nada mejor que una buena charla en un día lluvioso.

Con el señor @o1eh en la mesa, el grupo de amigos continuó conversando, mezclando recuerdos de su infancia, con las historias de un pasado aún más lejano; historias que eran tejidas por el hombre mayor. La lluvia seguía cayendo suavemente, pero bajo los paraguas coloridos y las risas compartidas, el día se llenó de calidez y camaradería.

Cuando la lluvia comenzó a desaparecer y el sol se asomó entre las grises nubes, los amigos se despidieron, prometiendo reunirse pronto. Así como llegaron, cada uno tomó su camino, dejando atrás los charcos y llevándose consigo el calor de una mañana compartida.

Yo me quedé allí, en la mesa contigua, donde podía ver los scooters, el negro y el turquesa, que brillaban con las gotas de lluvia que posaban sobre ellos y reflejaban la luz del sol que emergía.

Yo, a la verdad, no era parte del grupo, pero me acostumbré a compartir conmigo mismo, a hablarme de tantas cosas que necesito mejorar, de metas que alcanzar y sueños por cumplir. Meditar, se ha vuelto mi mejor herramienta para renovar mi mente, y crear desde mi interior, el mundo que deseo vivir en el exterior. Ese grupo de amigos, me hizo pensar que aún hay esperanzas para querer y valorar a los buenos amigos.