Agradezco la oportunidad a @franyeligonzalez y a #WorldofXpilar de hablar sobre la disciplina, tan relevante para vida y, por demás, palabra inspiradora.

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Cuando me emancipé descubrí que tenía un terrible problema de impuntualidad. Cada vez que me encontraba corriendo sobre la hora para llegar a una cita, recordaba cuando hacía perder la paciencia a mis padres: mi madre me apuraba y me decía, “tu papá se va a ir y te va a dejar”, mi padre prácticamente con el freno pisado y el auto encendido y en marcha. Yo me apuraba, pero lo cierto es que ya había perdido muchísimo tiempo y el asunto era éste: ya iba tarde. Sucede, pues, que hasta el sol de hoy debo hacer un gran esfuerzo consciente que no es normal para presentarme a tiempo a mis compromisos.

El problema: mi padre nunca quitó el pie del freno.

Si mi padre en verdad se hubiese ido y me hubiera dejado en casa, yo hubiera aprendido la lección. Pero siempre mi mamá le rogaba y él me esperaba. Así que el orden no aplicaba para mí.

Conclusión: aprendí la indisciplina de mis padres.

La famosísima fábula de Esopo (siglo VI a.C.), reescrita por La Fontaine (1668), "La hormiga y el saltamontes"cuenta sobre las irrevocables consecuencias de la falta de disciplina. El saltamontes es incapaz de obligarse a trabajar durante el verano (metáfora de juventud, tiempo productivo), para así estar abastecido y afrontar el duro invierno (metáfora de la vejez, tiempo para el descanso—y sí, sí, claro que seremos todos viejitos productivos hasta la muerte); en vez de esto, se pasa el verano cantando, mientras que la hormiga trabaja. Llega el invierno y el saltamontes va a pedir alimento a la hormiga; ella se lo niega y lo manda a bailar. Y eso fue todo para el saltamontes. Murió congelado. Seguro aprendió la lección, pero ya para qué, ¿no?

El autor británico Somerset Maugham tiene un cuento del mismo nombre, “The Ant and the Grasshopper” (1924), en donde dos hermanos, Tom y George Ramsey, representan al saltamontes y a la hormiga, respectivamente. Pero en esta historia, el saltamontes triunfa. Tom era un aprovechado e inmaduro, guapo y encantador. George era trabajador y responsable; siempre tenía que sacar a Tom de sus problemas (incluso de la cárcel). Cuando George empieza a envejecer, piensa que es igual para Tom; ya no podría valerse de sus encantos para sobrevivir. Al fin Tom sería un saltamontes congelado. Justicia. Pero no. Tom desposa a una anciana multimillonaria que muere rápidamente y le hereda bienes y fortuna. Ahora George vivirá de una modesta pensión mientras que Tom se da la gran vida. Esto hace de George un amargado, mientras que Tom sigue vibrante y sagaz.

Y es que los saltamontes son más simpáticos...

El asunto es éste: debemos buscar un equilibrio. Siempre debemos querer ser disciplinados y enseñar a otros a serlo; pero también seremos compasivos con algunos saltamontes. Así lo estoy haciendo yo. Solo espero no encontrar muchos saltamontes; tal vez haya que fumigar porque pueden ser una peste.