Vigésimo tercer concurso de escritura y pintura - El pequeño rincón de los Azeles Malias

Era un cuaderno viejo y desgastado aquel que me inculcó pasión por mundos fantásticos de gentes fantásticas. También, el que me indujo a buscar información en testimonios, grabados, libros, pinturas y en los mensajes escondidos que los Conocedores dejaron para la posteridad. Oh, sí, fue ese viejo y querido cuaderno el causante de que diera con la clave, la que me permitió ir de visita a otros lugares… más recónditos, desconocidos, casi inexistentes, fantásticos.

No tengo intención de dejar que la llave caiga en manos equivocadas. Sé que mientras más personas sepan el secreto, más probabilidades existen de dar con la persona que todo lo eche a perder. Lo siento, es que desconfío de los humanos y sus motivaciones. A veces su proceder escapa de mi comprensión.

Esto no significa que no deje mensajes encriptados para los que verdaderamente sienten un interés, procurando utilizar mi ingenio para que solo puedan ser descifrados por personas aptas para conocer Las Maravillas, como les digo yo. Es por esto el motivo de mi narración, una pequeña introducción a mis memorias y aventuras que pocos llegarán a leer.

Aprovecharé de contar acerca de la primera Maravilla que visité y en la cual me erradiqué por el resto de los años: «El rincón de los Azeles Malias». Recuerdo la primera vez que llegué al pequeño mundo, esa mezcla de excitación y miedo, orgullo y felicidad que se apoderó de mi espíritu.

Mi presencia no pasó desapercibida porque causó un estrépito. Los Azeles, de cabellos y cejas amarillas se congregaron a mi alrededor y para mi sorpresa me recibieron eufóricos, celebrando mi llegada como si se tratara de alguien especial y conocido de toda la vida.

El lenguaje no fue una barrera, bastó una caricia de sus manos por mi rostro para que absorbieran mi idioma natal. Un gesto de cortesía, porque más adelante y del mismo modo me transmitieron el suyo. Hablamos hasta el cansancio, ellos respondiendo a mis preguntas de su mundo y yo las del mío. Me sobraban energías, pero a medida que el sol se fue poniendo, los cabellos rubios de los Azeles Malias fueron tornándose obscuros, con betas naranjas. Antes de que el sol se terminara de ocultar se retiraron a sus aposentos: unas moradas construidas dentro de las rocas.

En mi estado no deseaba dormir, así que exploré aquellas tierras de árboles gigantes que se cernían sobre el suelo como si se dispusieran a alcanzar el cielo; de mares de aguas cristalinas y peces coloridos como los arcoíris. Podía sentir la paz manando de cada poro de ese rincón perdido.

Supe que el Rincón de los Azeles me había robado el corazón para siempre, lo supe mientras los veía dormir y pensaba en esa particularidad, porque al llegar la noche sus cabellos negros y sus pieles se despojaban del color como una llama que se extingue, esperando cobrar vida con la salida del sol para volver a brillar.

Me marché por mis sueños de toda la vida y regresé años después, porque no podía olvidarme de la calidez de esas tierras mágicas, del corazón de su gente. Me recibieron como si nunca me hubiese ido, y en mi estadía me dispuse a escribir mis memorias y las instrucciones para los jóvenes que vinieran después de mí, llenos de ilusiones y emociones, así como una vez llegué a este mundo. Un hombre libre y aventurero, dispuesto a dejarse embargar por otras culturas, unas de gentes diferentes a las del mundo conocido, fantásticas.

Así comienza este diario…

Pete Jekill