Maia, era una joven indígena que vivía junto a su familia, en un pequeño poblado costero. Adoraba nadar en el mar y disfrutar de su agradable frescura. Todo cuánto tenía provenía de la naturaleza y aquellas aguas turquesas. Su pequeña cabaña estaba hecha del bambú que crecía cerca. Los utensilios de su cocina no eran más que conchas marinas y cuencos hechos con cáscaras de coco. Ella y su gente vivían tranquilos en su escondido mundo, alejados de la civilización y sus complicaciones.

Hasta que un infortunado día llegaron a sus tierras tropas de hombres que viajaban en busca de riquezas y poder. Cuando llegaron al pequeño pueblo se frustraron pues no vieron muchas riquezas en el. Todo allí era humilde y sencillo. Carecía del brillo y la ostentosidad que habían observado en otros poblados, sobre todo los que estaban en las cercanías de los reyes y personajes de importancia.

Mezclado en aquel pelotón de hombres venía Yaco, un muchacho que viajaba en busca de aventuras y del lugar donde asentar su espíritu y fraguar las metas de su vida. Mientras aquellos hombres montaban su escueto campamento, pues pensaban marcharse pronto al ver tan "vacío" el lugar, Yaco exploraba y trataba de conocer a los lugareños, que al verlo le huían y se alejaban al creer que su intención era la misma de los forasteros que llegaron con él. Maia no le huyó, algo en él le incitaba curiosidad y prefirió acercarse y conocerle. Su amistad floreció de inmediato y las horas les sorprendieron en su fugaz paso. Fueron muchas las historias que compartieron, lo que creó en ellos un lazo que daba la sensación de haber existido siempre.

Una tarde mientras conversaban, Yaco tocó el tema de la búsqueda de riquezas que movían a aquellos hombres. Maia despreocupada y poco interesada le contó que en su pueblo no perseguían ese tipo de cosas, pues importaba más disfrutar y valorar los dones que les brindaban la tierra y el mar. También le contó que aunque vivían sobre mucho oro nunca les había importado y ni siquiera lo tocaban. Yaco sorprendido quiso saber qué significaba "vivir sobre oro" y ella le explicó que bajo aquel humilde pueblito existía un gran yacimiento de oro que podía hacer doler los ojos de tanto brillo.

La joven nunca imagino que aquella información que acababa de revelar de forma tan desinteresada, generaría tanto daño. Aquel muchacho entregó lo sabido a los hombres forasteros y estos sin pensarlo se dieron a la tarea de excavar, derrumbar, y destruir todo a su paso con tal de hacerse con aquel oro. Los nativos del pueblo intentaron defender su territorio y evitar que su poblado fuera destruido por obtener lo que había debajo de todas aquellas casas. Pero sus esfuerzos fueron en vano, la devastación fue total.

De aquella población nada quedó. Hasta el mar entendió lo sucedido y cambió sus aguas del color turquesa al dorado marchito en memoria de todo lo perdido.