El sincero agradecimiento a @adeljose por mantener este concurso que sirve para que sigamos produciendo historias para de #steemit; gracias también a @xpilar por el apoyo a esta iniciativa.

     Cada quince días Miguel llegaba a su casa con una bicicleta distinta, no nueva ni prestada, y robada, menos, porque Miguel era un motor para el trabajo. Quince días en el monte; tumbe aquí, "juapi", tumbe allá, "juapi". Quince días más y siembre maíz y quince más y "juapi", limpie y siembre plátano y yuca y ajíes.

     A los quince días Miguel se tomaba su acostumbrado descanso, iba al “Puente”, una bodega donde se abastecía de los alimentos que no cultivaba: pasta, arroz y uno que otro enlatado y se reunía con sus compinches. Llegaba en la bicicleta y todo era saludar y tome un trago compadre que hacía quince días que no nos veíamos y entre trago y trago vaciaban botellas y botellas. Al principio hablaban de maíz y de cualquier otra siembra, con el entusiasmo del trago pasaban a los cuentos y al caer la tarde-noche ya no sabían qué se decían, pero en su lenguaje etílico seguían en esa efímera felicidad que al amanecer no les dejaba sino dolor de cabeza y los bolsillo vacíos.

     Cuando el último se despedía de nadie porque no tenía de quién hacerlo, montaba en la bicicleta y dele, hasta los próximos quince días que volvían a encontrarse. Cada uno llegaba ebrio a casa, y como cada quince días, con una bicicleta distinta porque cada uno tenía la suya, pero al emborracharse, el primero que se despedía se iba en la primera que tomaba y así sucesivamente hasta que al último le quedaba la última.
     Como los hijos de los demás, los de Miguel estaban pendientes para ver en qué bicicleta llegaba su papá, a veces pegaban grito al cielo cuando el papá se aparecía con una bonita, a veces arrugaban la cara cuando era fea, pero duraban quince días en un solo paseo y quince días duraban los niños vecinos mirándolos y esperando que llegaran los otros quince días para volverlos a ver en su nueva bicicleta.
     La esposa también lo esperaba, pero no para ver la bicicleta, sino para revisar la bolsa con los alimentos porque eran quince hijos a los que cada quince días había que tenerles la despensa llena.

     Hasta que un día Miguel no llegó. Los quince hijos se durmieron esperando la nueva bicicleta y la esposa esperando los alimentos. Miguel salió como de costumbre, al Puente, saludó y empezó el trago, hablaron de maíz, vinieron los cuentos y en el lenguaje etílico, los chistes y lo último, las despedidas, pero cuando Miguel fue por la bicicleta, de dónde si no quedaban. En su borrachera pensó que alguien se había llevado dos, y como no podía caminar hasta su casa con la comida porque el peso de la ebriedad era mucho, le tocó amanecer en la calle.
     Al amanecer llegó a casa con la comida, pero sin bicicleta. Su esposa se contentó, pero los hijos no. Ese día Miguel no lo dedicó a descansar, sino a pensar, qué pudo haber pasado con la bicicleta número 15.
     Quince días tuvo que esperar para averiguar, y como fue el primero en llegar pidió de primero la primera botella. Luego fueron llegando sus compadres y cuando no faltaba ninguno se dio cuenta de que nadie se había llevado dos bicicletas. Cuando le contó a los compadres ninguno le creyó.

     ─Pero si uno borracho si acaso maneja una.
     ─Yo creo que usted se pasó de trago.
     ─Literal, porque pensar que faltaba la 15, no, eso son cosas de trago, mejor sigamos bebiendo y esperemos a que nos despidamos y se dará cuenta de que no falta ninguna.

     Y siguieron bebiendo y no faltó ninguna porque cuando el último se fue, iba en una bicicleta.

     Los hijos de Miguel le abrieron hueco al cielo con el grito que le pegaron y en la mañana, cada uno, comenzó a pasearse el doble porque se debían los paseos de los quince días anteriores.

     Miguel volvió a las reuniones a los quince días y justamente le tocó ser el último y extrañamente para él no había bicicleta. Miguel entendió que el asunto era con él. Tendré que dejar de beber, le dijo a sus compinches; cómo es eso de que cuando yo quedo de último, la 15 se esconde, ¡no!, a mí no me va a seguir haciendo eso, yo soy serio. Otra más y no bebo más nunca.

     Esa noche le dijeron que le diera una oportunidad a la 15, que a lo mejor se dejaba de bromas, y más, viendo que él sí era de palabras. Esa noche le tocó irse a pie nuevamente, y si regresó a los quince días fue a despedirse de sus compadres, dijo que no se iba a convertir en el hazmerreír de ellos ni menos de una bicicleta. Después de beberse un par de refrescos se fue. Los demás siguieron comentando las cosas del pobre Miguel, que lo extrañarían porque de todos, era el más aplicado para los tragos y para las historias.

     ─Qué vaina con este Miguel, ─dijo el último que se despidió─, con tal de hacernos creer el cuento de su bicicleta, se fue a pie.

     El último dijo eso y se fue, mientras ahí, inmóvil, esperando, la 15 descansaba tranquilamente sobre la pared donde la habían dejado.