La primera vez que tuve una soga al cuello me dolió bastante. Como no me dejó marca, solo nos enteramos mi hermano y yo, quien fue el más asustado, pero me dijo que no le dijéramos a nadie, en especial a mamá porque se molestaría.

     El asunto empezó cuando peleamos porque yo no me quería dejar vender y él decía que necesitaba comprarle comida a su mujer y a sus hijos. Su mujer era una, pero sus hijos doce y cuando me pidió que colaborara yo le grité que le pidiera colaboración a su mujer, que ella, y no yo, fue quien le parió tantos hijos.

     Mi hermano se molestó y me llamó animal, “eres un toro”, “los toros no hablan”, me dijo, y salió corriendo y regresó de la misma manera, pero con una soga que le daba vueltas en la mano, y yo del susto salí encima de mis piernas, corriendo a todo lo que corre un toro, pero el lazo de mi hermano fue preciso al saltar de sus manos; entró en mi cabeza y se cerró en mi cuello.

     Mi hermano me pidió que no corriera, pero como yo era un toro, no le hice caso, le dije que era un toro que no se iba a dejar vender fácilmente, ahí fue cuando corrí y él prensó, y yo comencé a llorar y él me dijo que los toros no lloran, pero yo ya no quería ser toro, ni ser tío de doce sobrinos de mentira porque mi hermano no estaba casado; todo era un juego, pero yo ya no quería jugar más.