Yo también era una de esas personas que me sentaba como aquella señora en ese banco. Yo iba cada día y me sentaba sola a esperar que mi hija terminara sus clases de música. Y allí cada tarde llegaba ella puntual, y se sentaba exactamente en el mismo lugar, como si ya las personas supieran ese era su lugar, y observaba a su alrededor, durante una hora. A veces se le escapaba una sonrisa, puedo jurar que otras tantas, se le escapaba una lágrima, pero enseguida se la secaba y disimulaba que algo le había entrado en su ojo.

Sí tan solo, me hubiese acercado a ella, una de esas tantas veces que nos encontramos. Si tan solo hubiese hecho caso a mi corazón y preguntarle cómo se sentía, quizás hoy estuviese conversando conmigo, o mejor aún, lejos bien lejos de esta ciudad.

Si alguien se hubiese detenido a escucharla, su rostro no sería el titular de las noticias. Quizás y sólo quizás, hubiese encontrado una palabra de aliento, hubiese conseguido ayuda.

Se sentaba cada tarde al salir del trabajo por una hora, y exactamente una hora, la última que tenía de paz y para ella en el día. Ella sabia que al llegar a su casa pronto regresaba su esposo también y su vida se convertía en el mismo infierno. Y así cada día se repetía la historia de horror, esta mañana se salió de control, y luego de esa golpiza decidió que ya no podía vivir así.

Ella esta tarde no regresó a su banco en esta plaza, y puedo recordarla y me duele imaginar lo sola que debió sentirse, lo asustada y yo aquí tan cerca no pude acercarme ni una sola vez y conocerle.

No tenía amigas, no podía tenerlas. ¿Cuántas historias como la de ella están ocurriendo en este momento?.

Basta ya. Desde hoy seré más amable y si puedo saludar al que está junto a mi lo haré, quizás solo se necesita un Hola que les de esperanza y que les permita seguir un día más aquí.