Yo estaba caminando por la calle cuando los vi.

Un grupo de ángeles luchaba contra otro de su misma clase. Las plumas caían como pétalos. Veía, embelesado, esa lluvia multicolor.

La dinámica de la lucha se llevó a los mensajeros unos metros más hacia las alturas. Yo aproveché para recoger esas extensiones de sus alas y las llevé a mi casa. Las sequé y las guardé en libros.

Días más tarde, se me ocurrió ponerlas en la parte superior de una pluma-fuente para usarlas para escribir.

Cuando me senté a escribir con una de ellas mi mano se movió independiente de mi voluntad. Aferrada a la pluma escribió mensajes que no pude entender.

El alfabeto en que escribía me era completamente desconocido. Traté de apelar a mi memoria y recordé que he visto diferentes sistemas de escritura en películas y series, pero este era difícil de describir y no tenía comparación con los que había visto ni con nada que tuviese en mi memoria.

Probé con las plumas de otros colores y, para mi sorpresa, cada una de ellas me ofrecía un sistema de escritura distinto. De inmediato intenté buscar información de esos idiomas en las fuentes bibliográficas que tenía a mi alcance mientras, como dominada por una voluntad superior, mi mano seguía escribiendo.

De pronto escuché que alguien llamaba y golpeaba con insistencia. Solté las plumas y me puse a buscar el origen del sonido. Me acerqué al balcón y, al apartar la cortina, los vi.

Los mensajeros flotaban del otro lado del cristal, esperando que abriera la ventana.

No se veían molestos, pero yo tenía mucho miedo de obedecer sus órdenes.