Quedamos en vernos a las siete en el Teatro Principal. Los dos conocíamos ese lugar a la perfección porque durante el tiempo que vivimos juntos era uno de los sitios de la ciudad que más visitábamos. Nos atraía porque, además de reencontrarnos con los amigos más cercanos después de la función, podíamos sentarnos en las concurridas terrazas, tomar un buen capuccino y un trozo de tarta de fresa con crema de chocolate.

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Si no nos apetecía el café, nos inclinábamos por una caminata. El bulevar de noche se volvía romántico, la brisa fresca que bajaba de la montaña enfriaba las mejillas, las farolas del alumbrado con sus tenues destellos le daban un toque especial a lo que de día era corriente, normal. Mientras marchábamos con paso lento, nos quedábamos en silencio y observábamos los grandes y viejos edificios blancos, la iglesia con su campanario, las parejas de enamorados que reían, tomados de las manos y disfrutaban de grandes barquillas que de tan grandes parecían tambalear a riesgo de caer al suelo.

Entre mirada y mirada al celular, esperando su llamada, recordaba cómo había sido nuestra relación antes de que Octavio partiera para el Uruguay. Solo pensar que no vendría me hacía latir el corazón de manera acelerada.

Había esperado este reencuentro por tanto tiempo; me había preparado mentalmente para llenarme de valor y poder enfrentarlo. No había sido fácil olvidar el día que desapareció de mi vida. Ya teníamos todo listo para emprender juntos ese viaje a su natal Montevideo, lugar con el que soñó reencontrarse después de largos años de ausencia.

Todo quedó truncado. No hubo viaje para mí y los sueños que habíamos construido se derrumbaron en cuestión de horas. Todo había sido demasiado duro. Confié en él a ciegas, nunca pensé que luego de una unión de años, de confianza y amor, él se hubiera marchado sin ni siquiera una esquela, una nota, un mensaje.

Los amigos, los allegados quedaron perplejos al saber que Octavio había preferido partir solo al Uruguay. Nunca pudieron entender las razones por las que él actuó de esa manera. ¿Inseguridad, egoísmo, cobardía, falta de compromiso? Yo tampoco le encontré explicación y preferí pensar que ese hombre que se marchaba de mi vida así, abruptamente, no era el hombre que creía haber conocido. Los años de vida junto a él se derrumbaron y realmente no existieron para mí; fue un tiempo perdido, solo una gran farsa tras una gran máscara.

Ahora regresa. No sé si podamos entablar siquiera una conversación, intercambiar miradas, no lo sé. Menos, si pueda perdonar su indolencia ante el desplome del tiempo que compartimos en esta ciudad que hoy espera conmigo, verlo de nuevo. El agravante de todo esto es que según me lo hizo saber, está muy enfermo. Además de sus complicaciones de salud, no soportó la soledad que le impuso el haberse decidido a romper con todo lo que había construido aquí para emprender una vida distinta, en un lugar nuevo para él y que al final parecía cobrarle factura.

Lo más importante de todo esto no es su retorno. Ya sé que lo nuestro más nunca volverá a ser. Mis sentimientos ya han cambiado. Lo único que quiero es una explicación ante el abandono. Una aclaratoria que por lo menos me devuelva una pequeña parte de la tranquilidad que tenía cuando juntos nos juramos amor eterno.