¡¡NUEVO CONCURSO!! | "Una imagen, una historia"/Bajo la luz de las farolas/ Por @gemamedina

Esa tarde habíamos hablado por un largo rato. No llegamos a conclusión alguna en cuanto a si debíamos marchar juntos o no al exterior. Joaquín estaba convencido de que ya era hora de emprender nuestro propio rumbo, alejados de la familia, independientes, probar nuestras capacidades en otro país, que nos pudiera brindar más opciones, según él, que las que teníamos en el suelo natal.

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Yo no estaba decidida. Pensaba en todo lo que tendría que dejar atrás: mi casa, mis padres, el trabajo en la editorial, al que amaba, y al que me había dedicado con tesón por varios años ya. No era la primera vez que discutíamos sobre el tema del viaje; tampoco sería la última, debido a mis inseguridades, mis apegos, mis afectos.

Llegué a casa extenuada, en parte por la larga jornada de trabajo que había tenido ese día; en parte por el desencuentro con Joaquín, a quien amaba con todo mi ser, y a quien, a pesar de mis temores, no quería defraudar. Tomé una ducha, luego la cena, muy ligera, escasamente unas frutas y un vaso de leche, para dormir tranquila.

Mis padres estaban ya refugiados en su alcoba. El gato rondaba por mis piernas, se plegaba a ellas y maullaba, como pidiendo su dosis de masaje con mis cariñosas manos. Lo tomé en mis brazos, lo besé, lo traje hacia mi pecho con delicadeza; sentí su ronronear y acaricié sus bigotes fuertes, rocé con la yema de mis dedos sus negras orejas erguidas, luego lo miré fijamente a sus ojazos verdes, y lo coloqué en el suelo, lentamente. Desapareció contento entre las escaleras.

Fui a mi recámara. Me recosté un rato, entre los almohadones y libros que había leído la noche anterior y que aún estaban sobre el colchón. Esa noche era especial. Había una luz tenue que provenía de las farolas de la calle y que iluminaban ligeramente la habitación, creando sombras sobre la mesa de noche, las paredes y el vaso de cerámica azul, pintado a mano, que me había regalado mi madre en mi cumpleaños pasado.

Una brisa fresca, con olor a hierbas y flores, por la humedad de una lluvia que recién caía, impregnó la alcoba. La suave y transparente cortina ondeaba y hacía viajar mis pensamientos en un ir y venir. Me vi envuelta en la organza blanca, y en ella mi destino. Si solo me atreviera a partir, a ser libre, como decía Joaquín, para tomar mis propias decisiones de mujer adulta, con la persona que amaba.

Me separé de las sábanas y de los tibios cojines. Me acerqué a la ventana, observé quedamente las lámparas que dan luz a mis penumbras cada noche. Cerré el ventanal, corrí las cortinas y me dispuse a dormir con la tranquilidad que amerita el despertar al día siguiente para tomar la correcta decisión: Partir o no Partir.