Concurso Semanal, "Creando Historias Semana #27" || Agustina

in WORLD OF XPILAR3 years ago (edited)

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Originalmente este relato iba a ser corto y tendría otro nombre. Ha sido por un evento inesperado y triste que ha cambiado lo anterior. De todas maneras, sigue llevando todo el amor que le imprimo a mis escritos. Incluso más. Espero les guste.

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Agustina

Gabriel era el más intrépido y decidido de todos. Entonces, cuando se enteró que su abuelita no estaría para la cena familiar, salió como un cohete con su bolsito hacia donde supuestamente ella estaba: el castillo de Don John.


Era un camino tosco y solitario. Apenas la pálida luz lunar acompañaba a quien lo transitara. Anochecía y las ramas de los árboles se mecían con los brazos del viento haciendo un juego de sombras extrañas.

Gabriel temía un poco, pero su abuela querida valía mucho como para detenerse.

En lo que se acercaba al lúgubre castillo, se dio cuenta que le miraban. Eran miradas de los árboles secos y descoloridos. ¡No! Parecían extraños cuyas voces susurraban casi sin aliento: Ga-brieeel.

Esto erizó la piel del chiquillo y le hizo andar más rápido que nunca. Sólo fue cuando vio la ennegrecida puerta del castillo al fin, que desaceleró para impulsarse y romperla de un cabezazo estruendoso.

Gabriel era veloz, pequeño y también corpulento, de hierro.

Ya adentro, él vio hacia todas partes y repetidas veces dijo: ¡abuela, abuelita, vamos a cenar!, ¡ven, abuela!

Sus llamadas hacían eco en un castillo en penumbras y en el que parecía no haber ni fantasmas. Pues, se decía que el doctor John había muerto hace años y que no había dejado ningún heredero.

Nadie se atrevía a tomarlo entonces por respeto al doctor y por respeto al pavor. ¡Ay! Ni Frankenstein le tendría por bien.

Los pasitos de Gabriel rechinaban, así que siguió de puntillas para no molestar más al solitario castillo. Él acaso sabía hacia dónde iba hasta que una decena de velas se encendieron de la nada delante suyo.

Gabriel no gritó ni dijo nada. Sólo quedó intrigado. Cuando se acercó más a las luces, una sonrisa perversa se asomó.

¿Por qué un niñito como tú quiere estar aquí?—preguntó curiosa la terrorífica sonrisa que se ensanchaba más y más.

No te incumbe—replicó tajante Gabriel.

Antes que se escuchara algo de nuevo, las velas iluminaron un rostro. Era viejo, arrugado como papel, con verrugas y ojos saltones que casi puyaban.

Con mi bola de cristal, ya te venía venir—dijo muy pícara una adivina, la poseedora de tan horrenda sonrisa y rostro.

—A tu abuela le pasó algo muy raro…

¿Y dónde está?—reclamó Gabriel empuñando sus manos.

—Allá en la cima.

Al escuchar esto, Gabriel emprendió un paso militar. Casi rompía el viejo piso de madera.

Espera, niño, ¿no deseas ver cómo terminará para ti?—cuestionó la divina antes de reírse perversamente.

Pero Gabriel sólo volvió para tomar una vela y apagar el resto.

Él iba decidido, pero también furioso. Por eso nunca preguntó dónde quedaba exactamente la cima. Sólo andaba con su vela adelante, moviendo un ojo para allá y otro para acá. Algo sonaba, algo se acercaba.

Gabriel preguntaba:

—Abuelita, ¿estás aquí? ¡Abuelita, sal!

Pero tan sólo el viento soplaba, rociado con el pálido brillo de la Luna. Las ventanas se abrían de par en par, para cerrarse inmediatamente. Era un vaivén nervioso.

Gabriel empezó a correr. Quería salir de lo que parecía una habitación infinita. De la nada, su vela iluminó una lanza que casi cae sobre él. Gabriel casi pierde su vela, pero logró sostenerla.

Buscó ver con más detalle qué yacía a su derecha y encontró una armadura medieval plateada. Sólo la observó un poco y siguió, o eso intentó:

Alto el paso, ¿acaso no entendiste la seña que hice con mi lanza?—vociferó fuerte la armadura.

No me interesa—contesto él.

—¿Qué dice?

—No me importa tu seña.

—Ahora que no le importe mi ataque tampoco, intruso.

Contra esta ofensiva, Gabriel sacó de su bolsito un rodillo de cocina. Sí, de esos que son más duros que el granito. Le pegó en la cabeza a la armadura y ésta acaso se dio cuenta.

Rápido siguió con su vela y vio adelante unas viejas escaleras de madera. Parecían el anhelado escape, pero había algo extraño con ellas. Se movían hacia abajo como escaleras eléctricas. Gabriel corría y corría, mas no le daba para avanzar. Entonces en su desespero oyó:

Sólo yo puedo calmarlas—dijo engreída la armadura recién levantada.

¡Hija el diastre!—replicó bravísimo el chiquillo.

Pronto la armadura salió corriendo tras él. Su andar era único, pero sonaba como un batallón dentro de la habitación.

Era terrible el sentir de Gabriel, pero cuando pensaba había llegado el fin, se murió de risa al ver como la armadura empezó a resbalarse por el esperma de la vela derramado por todo el suelo. Y, ¡pratz!, La armadura al fin cayó y se esguañingó. El batallón se apagó en un dos por tres.

El joven explorador se dio cuenta que las escaleras ya no se movían y podía subir con toda tranquilidad.

Aunque eran muchos escalones en caracol, Gabriel los subió como un relámpago por su emoción. Al final de éstos había un portón de madera. A izquierda y derecha habían lámparas de aceite que iluminaban tenuemente una manilla con forma de cangrejo.

Por experiencia en orilla de playa, Gabriel sabía que no debía girar esa manilla. Le arrancaría un dedo. Más bien, tenía que echarle una carnada y jalar para sacar la puerta.

Por costumbre o por gracia de Dios, él llevaba un metro de nailon y unos trozos de pescado de la pesca mañanera en su bolsito. Armó rápido y lanzó. No parecía suceder nada. Quería lanzarse de cabeza contra la puerta, pero sabía que esta era más resistente que cualquiera otra.

Insistió lanzando carnada, hasta que, ¡sí!, notó que la manilla se movió. El cangrejo tenía hambre y finalmente mordió. Gabriel entonces jaló con su alma para que la puerta cediera. Y, de tanto esfuerzo, la puerta cayó y empezó a deslizarse y deshacerse por las escaleras como una ola hasta ya no verse más.

Al contrario de los demás espacios del castillo, este nuevo estaba iluminado. Yacían allí un cuarteto de lámparas de aceite de gran tamaño distribuidas equidistantemente en las paredes. Su color amarillo daba un aire melancólico al lugar y al alzar la vista, Gabriel pudo observar el más hermoso candelabro.

Este brillaba muchísimo, como si tuviera preciosas piedras incrustadas, y emitía tonos rosados y púrpuras que hacían recordar a la más tierna orquídea.

El jovencito recordó más a su abuela viendo esto y gritó:

—¡Abuela, ven, que ya se enfría la cena!, ¡apúrate!

Pocos segundos después apareció una señora a su derecha. Pero no era su abuela. Esta mujer era más joven y con traje de ama de casa.

Ella lo miró extrañado. Él observó a la señora con un sentimiento similar y después de un tenso intercambio de miradas, ella sólo dijo:

—Dame un permiso, niño, ¿no ves que tengo que limpiar? Mugre por dondequiera. ¡Sas!

Gabriel rió un poco, le dio permiso y continuó su marcha adentro de este nuevo espacio. Tan pronto como dio el primer paso, chocó. Creyó que era una pared por lo sólido, pero era un hombre.

Esbelto, algo calvo y de expresión solemne, parecía este hombre un mayordomo. Enseguida inquirió a Gabriel:

—¿Qué se le ofrece, señorito?

Busco a mi abuela. Se llama Agustina. ¿Dónde está?—contestó con centellas en sus ojos.

—Temo Don John no tiene amistad o conocida con dicho nombre.

Gabriel pegó un brinco y sujetó al mayordomo por su traje pulcro:

—Claro que sí tiene. El resto de la familia dijo ella venía hoy para acá. A lo mejor se le ha pasado la hora de regresarse.

El mayordomo volteó hacia atrás. Luego vio el candelabro y respondió a Gabriel:

—A Don John no le gustan las visitas inesperadas, pero como te veo determinado, te daré un pase a su humilde espacio.

—Lo sabía. Ella tenía que estar aquí.

—Si, pero antes de dejarte seguir, responde:

Todos la prefieren.
Es una hermosa perla,
pero no blanca.
Muchas la quieren,
mas no pueden cogerla.
¿Qué será?
¿Qué será esta adivinanza?

Gabriel puso su dedo índice en la barbilla, miró para un lado y para el otro. Caminó en círculos y de repente frenó:

—¡Ya sé, ya sé!

Saltaba alegre en frente del mayordomo diciendo:

—¡Margarita, la isla!, ¡Margarita, la isla!

El mayordomo se sonrojó y hizo un además para que el niño siguiera y se encontrara con su abuelita.

Sólo toca la puerta antes de entrar—le recordó el mayordomo.

Tan dicho como tan hecho, Gabriel tocó una puerta al fondo del salón hasta tres veces. Antes de la cuarta vez, la puerta fue abierta. Yacía detrás un señor moreno y con agradable sonrisa. Extendió su gruesa mano y dijo:

—¡Bienvenido, hijo! Soy John. Aquí está tu abuela. Antes te había visto por la ventana y me dijo que te esperaramos. Y, tranquilo, no soy un fantasma. Sólo he encargado correr la voz de mi supuesto fallecimiento para que ya no vengan fastidiosos de cualquier parte.

—Gracias, señor John. Pero, tiene usted gente rara en su castillo. Revise.

Estoy al tanto. Mi mayordomo y ama de casa son mi familia, y el “caballero” y la “adivina” son para espantar a los más curiosos—dijo Don John entre risas cortas.

—Piensa usted muy bien.

—Justo como tú, hijo. Pasa, allá está tu abuela sentada. Gabriel corrió y se lanzó en sus brazos. Ella sonrió y dijo fuerte:

—¡Ay, mijo, bien te habías tardao! Pensaba que ya no venías.

—No, ya sabía que tenía que buscarte desde que no estabas en la cena familiar.

—¿Ellos te dijeron que yo estaba aquí, mijo?

—Si, claro. Vámonos, que no nos van a dejar comida.

—Ay, mijo, no. Ya es hora de relajarme en mi casita frente al mar. La compré hace un mes y Don John., mi viejo amigo, se ofreció para llevarme en su bote.

Gabriel miró entristecido a su abuela, lleno de dudas. Luego de balbucear un poco, él preguntó:

—¿Por qué te vas sin despedirte?

—¡Jamás, hijo mío! Sólo me apuré porque Don John me mandó a decir que la marea bajaba y había que aprovecha'.

—¡Pero no me dijiste nada!

—Yo sabía que vendrías. Por eso todavía no había salido. Te esperaba especialmente para despedirme de ti, mi nieto querido.

Apenas terminó de pronunciar estas palabras y ambos se dieron el abrazo más grande jamás visto. Lágrimas corrieron entre mejillas y muchos “te amo” también saltaron. El mundo entero pudo resumirse en ese solo abrazo para ellos.

Poco tiempo después, Don John los guió a su bote.

Ya amanecía y el Sol aclaraba el cielo y las aguas. Era un espectáculo tan relajante como emocionante.

En el camino Gabriel y Agustina recordaron muchos buenos momentos y rieron como siempre. Fue a la llegada a la orilla, al muelle con algo de limo y caracoles, que otra vez se abrazaron y se despidieron con sumo cariño.

Haz siempre el bien, mijo. Nos vemos—dijo la abuela apunto de embarcarse en el bote.

—¿Cuándo, abue?, ¿cuándo?

—Cuando Dios quiera. Don John te dirá bien dónde queda la isla para que me eches una visitaita de vez en cuando.

Don John puso en marcha el bote y Gabriel corrió hacia el final del muelle para despedirse con saltos y ademanes de su abuela hasta que el navío ya no era más que un punto en el vasto mar que, engalanado de tiernos colores azulados, contemplaba cómo se forjaba un lazo digno de la eternidad por medio del amor.

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A tu memoria, abuela. Gracias por siempre estar allí fomentado y regocijándote con mis inventos, juegos y anécdotas desde que era un niño. Que mi creatividad infantil siga viva hoy día se debe en gran parte a ti. ¡GRACIAS!

Sort:  

Holaaa amigo, que gran historia, te felicito. Como siempre eres un buen escritor, saludos!!

Holaa, amiga @franyeligonzalez. Me complace tu visita y tus palabras.

Gracias por siempre apoyarme 😁

 3 years ago 

Saludos amigo @gabmr

Emocionante historia donde el pequeño Gabriel, en vista de no ver a su abuela en la cena, decide emprender un viaje hasta encontrarla, logrando tener una mágica conversación donde se despidieron con mucha emotividad.

Gracias por su entrada al concurso.

Participante #26

¡Hola, amigo!

Gracias a ti por esta oportunidad para expresarnos como queremos.

Saludos.

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Thanks!!!

!upvote 30

Que historia más linda amigo @gabmr, me haz hecho recordar la partida de mis abuelos.

A tu abuelita, allá en su isla bonita, en el cielo, le debe gustar mucho el cuento que le hiciste y estar viéndote muy orgullosa. Y hasta divertida con algunos fragmentos.

Saludos amigo.

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¡¡Hola, amiga!! Si, es un momento muy triste cuando se van.

Si, espero esté feliz de saber que escribí esto para ella.

¡Saludos!

Excelente historia @gabmr, muy interesante! Saludos

¡Gracias por tu lectura y comentario!

Saludos, amiga<3

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