Una imagen, una historia: "La imagen seleccionada"

Su hijo les había dado una de las más emotivas y gratas sorpresas de estos días que ya se estaban tornando lentos y aburridos: regresó, sin avisarles nada, desde la española ciudad de Las Palmas. Juan Ignacio y Leonor se sintieron los seres más dichosos de este mundo cuando lo vieron entrar por la puerta arrastrando una inmensa maleta y un portafolio colgado del hombro izquierdo. Su querido Manuel Alejandro estaba con ellos después de tres años de ausencia, tres largos años sin tocarlo, sin abrazarlo, sin consentirlo, sin tenerlo a su lado para atenderlo como atienden los padres a sus hijos.

_{Imagen editada en PowerPoint/ F1 F2}

Vino para quedarse, al menos, por dos meses, les dijo emocionado. Como ya en el pueblo había conexión a internet, pidió permiso para trabajar durante ese tiempo desde allí y se lo concedieron. Sus padres no entendieron mucho eso de que él podía realizar sus labores desde tan lejos, pero no quisieron averiguar nada al respecto; ellos solo sabían que Manuel Alejandro se había perfeccionado como fotógrafo y que le estaba yendo muy bien con esa profesión. Comentó, por cierto, que no pudo traer su cámara especial, pero que la del celular también era muy buena y captaba excelentes imágenes.

Se dedicó a fotografiar todo lo que encontraba a su paso en aquel paisaje rural: las montañas, los pozos, las quebradas, los animales, las nubes, las flores, las piedras y a cuanta pendejada que realizaban las personas del lugar quería siempre hacerle su retrato. Después, ya en la tardecita, se ponía a pasarlas desde el teléfono a la computadora portátil, para verlas mejor, decía él, y para aplicarles ciertas técnicas que las corregirían.

_{El encanto magistral de unas imágenes/ F1 F2.}

Fue en la pantalla de la laptop que Juan Ignacio y Leonor se observaron, admirados, en todo su esplendor; no podían creerlo, los colores vivos y trepidantes de esas fotos mejoraban ostensiblemente la realidad. La piel de ambos tenía un brillo diferente, el pelo, la ropa, el paisaje, cada elemento destacaba con un encanto magistral, y hasta las profundas arrugas de su vejez parecían delinear misterios de arcaicos matices que la superficie iluminada resaltaba como un homenaje a las vicisitudes de la edad.

Nunca se habían visto tantas veces repetidos por la sofisticada y prolífica magia de la tecnología. La mayoría de esas imágenes las había tomado Manuel Alejandro sin que ellos se dieran cuenta. En casi todas se encontraban haciendo algún oficio, ocupados en cualquier actividad de las innumerables que llevaban a cabo en el hogar y en el pueblo.

“Muchacho, nos vas a desgastar con tantas fotos, le dijo Leonor a su hijo una tarde ya cansada de mirar la pantalla, qué vas a hacer con todo eso." El joven se sonrió, mientras le contestaba que todas esas imágenes las había enviado para ver cuáles le iban a aprobar para una galería de internet; "los voy a hacer famosos, mamá," remató con un tono de voz adornado por el orgullo.

Una semana más tarde, sentado frente a su laptop, Manuel Alejandro los llamó alborozado para comunicarles la buena noticia: "Mamá, papá, vengan a ver, una de sus imágenes fue seleccionada para estar en una galería visitada por millones de personas de todas partes del mundo."

Los dos vinieron con entusiasmo, motivados por la contagiosa alegría de su hijo, a mirar la foto seleccionada, pero se quedaron estupefactos, mirándose uno al otro sin comprender nada. Cuando el joven, contrariado, quiso saber qué pasaba, su padre le contestó con una reflexión que lo dejó desarmado:

-Hijo, ¿por qué la vejez tienen que representarla de espaldas y en blanco y negro? ¿será que ya no tenemos rostro ni somos parte de este dinámico mundo lleno de colores...?

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