Nuevo concurso: Una imagen, una historia/ "El paciente"
El paciente
Era un crepúsculo de antología. En cuanto salió de casa y observó esas degradaciones del amarillo en el cielo, no resistió la tentación de dirigirse al parque donde se encontraba su atalaya favorita; a esa hora no había demasiada gente y podía dedicarse a contemplar ese espectáculo natural con la finalidad de que su especial encanto lograra devolverle la tranquilidad a su agitado estado de ánimo. Tal como lo supuso, allí estaba solitario, como esperándolo, el banco donde solía sentarse a pensar.
Fuente Imagen propuesta por el concurso.
Tenía ya como veinte minutos contemplando el espléndido atardecer cuando recordó, de repente, que él había salido hacia la farmacia. Las pastillas que controlaban los impertinentes temblores de sus manos y de todo el cuerpo, se le habían terminado el día anterior; sin ese medicamento, su descontrol se tornaba insoportable. Aunque ya su memoria no era la misma, tenía bien claro, como el médico que una vez fue, que no debían faltarle por nada del mundo. Se levantó, con toda la rapidez que le podía permitir su desgastada anatomía; sin saber por qué se sintió más fuerte y más ligero que de costumbre; la farmacia adonde se dirigía quedaba a unas pocas cuadras, pero debía apurarse porque faltaba apenas media hora para que cerrara.
Hola, Doctor, ya lo atiendo, le dijo el chico que estaba detrás de la caja registradora, quien conocía a la perfección su presente de enfermo y su pasada reputación de buen médico. Se encontraba despachando los remedios que le solicitaba una mujer de cuarenta y cinco años aproximadamente, cuya belleza resaltaba por encima de su evidente angustia. Antes de retirarse con el paquete entre las manos nerviosas, lo miró de arriba abajo con desproporcionado desparpajo y apenas estuvo en la puerta de salida, lo llamó: Doctor, ¿puede venir un momento, por favor?
En cuanto llegó a su lado, lo tomó por un brazo, con determinación, pero sin brusquedad, y lo introdujo en la parte trasera de un vehículo que la estaba esperando. Disculpe, le dijo con ansiedad, usted es un doctor y yo necesito que atienda urgentemente a mi hermano que está herido. Él quiso protestar, decir que ya no era un médico activo, que tenía tiempo sin ejercer y que su especialidad no era precisamente curar heridas, pero prefirió callar; ya el automóvil había arrancado a una velocidad de vértigo, por lo tanto, en esos momentos solo estaba pendiente de su seguridad, de que la imprevista ansiedad no le afectara y fuese a desembocar aquello en algo catastrófico para su ya delicado estado de salud.
Fuente Botiquín de emergencia.
El coche, después que salió del pueblo, corrió durante más de diez minutos y se detuvo en una bonita edificación que se encontraba en medio de una densa arboleda, la cual él jamás había visto durante los setenta y ocho años que había estado por aquellos parajes. Venga conmigo, dijo la mujer y entraron a la casa. El herido estaba acostado en una colchoneta deportiva que se encontraba tirada en medio de la sala. Un inmenso charco de sangre había bajado ya hasta el piso y amenazaba con expandirse aún más. Miró que sobre una mesa cercana había cuatro grandes sacos de dinero, lanzados allí de cualquier modo, y algunos billetes de veinte y cien dólares desperdigados alrededor de ellos. No dijo nada, la experiencia de los años le había enseñado a ejercer la discreción cuando la situación, por muy apremiante que fuera, se lo imponía.
Mientras la hermana de su imprevisto paciente extraía del paquete todos los medicamentos que había comprado y los disponía sobre una bandeja que había encontrado en la cocina, él se acercó al herido para constatar la gravedad de la situación. Tenía dos heridas de bala: una por debajo del corazón y otra muy cerca del estómago; estaba inconsciente y, debido a la cantidad de sangre perdida, era improbable que se salvara. Se volteó para comunicarle sus impresiones a la mujer, pero en ese momento sonó, en frente de la casa, la sirena de la policía y los sonidos característicos de las armas que ya se preparan para ser utilizadas.
El grito, fuerte y claro, de ríndanse que están rodeados, repicó en su cerebro y lo despertó. Se dio cuenta entonces que se había quedado, por un momento, dormido en su banco preferido ante un crepúsculo maravilloso que ya comenzaba a desvanecerse. Tengo que ir a la farmacia rápido, se dijo, sin esas pastillas seguiré alucinando como un mismo pendejo.
Bitmoji
Invito a los amigos: @emy.pets05 y @blessedlife. Para ellos y todos quienes deseen participar, por aquí les dejo la información.
De verdad que usted escribe maravillas, ya estaba metida en la historia, preocupada por el destino del personaje cuando usted me despierta a mí también con ese final. Y no podía despedirse sin hacerme reír, no sabe cuánto aprecio eso 😅. Ya veremos qué se me ocurre esta vez.
Me complace mucho que le haya gustado y, más todavía, que la hizo reír mi relato... Seguramente se le ocurrirá una gran historia. Estaré atento para disfrutarla. Saludos y gracias por sus palabras.
🤣🤣Mi madre que barbaridad de sueño jaaa es mejor que se compre esas pastillas, como voló esa creatividad de usted lo que yo menos esperaba era ese fina que risa 🤣👏como disfrute leer.
Saludos y Éxitos!
Me encanta que haya disfrutado de mi relato. Esa es la idea que siempre perseguimos: crear emoción y sorpresa. saludos, amiga. Gracias por sus agradables comentarios.
Sorpresa sobro jeee
Un placer leer su post.
Saludos y Éxitos!
Hoola amigo, hahahahaha me dio mucha risa ese final... Pero a veces nos sucede, soñamos y parece algo tan real. Gracias por tu entrada!!
Gracias a ti, amiga, por estas oportunidades para la escritura. Saludos.