48° Concurso de Redacción de Historias: "Vivir de la basura"

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José es un joven que vive con su familia en las inmediaciones del vertedero de basura de la ciudad, ellos son "Recuperadores de materiales", es decir, recicladores. Recogen plásticos, metales de diversos tipos, sobre todo aluminio, también papel, cartón y vidrio, los cuales luego le venden a la empresa recuperadora del vertedero y con ello se ganan el sustento diario.

Ellos recogen y agrupan los materiales por tipo, se ayudan entre sí, sin embargo, las peleas por la posesión de materiales son constantes. Un día, José encuentra algo que le parece de valor, lo esconde en su ropa y lo lleva a su madre quien al verlo le dice...

Parece una moneda muy vieja, quizás tenga algún valor, nunca se sabe. Hay que lavarla bien primero para ver si averiguamos de dónde es. José se llevó la pequeña pieza para el patio y después de fregarla cuidadosamente con un cepillo descubrió que nada claro le decían el perfil de la cara que estaba en frente, ni la escena de batalla que tenía por detrás y mucho menos esas enrevesadas letras que casi no se veían.

Maritza, su madre, la tomó en sus manos, la examinó atentamente, encogió los hombros y, después de un largo suspiro de resignación, dijo que se la enseñaría al día siguiente al turco Elías, un comerciante extranjero que conocía desde hace muchos años y a quien más de una vez le había escuchado decir que coleccionaba monedas antiguas. La tienda del turco Elías era la más grande y surtida de la calle Independencia; siempre estaba abarrotada porque su dueño atendía con mucha amabilidad a todos los clientes.

Cuando Maritza le mostró la moneda, el viejo comerciante la miró una y otra vez, la frotó entre sus dedos y después la colocó debajo de una lupa para detallarla mejor. Le parecía una pieza muy interesante, señaló con cierta duda en la voz; no tenía muchas esperanzas de que fuese auténtica porque no era normal que una valiosa reliquia fuese a parar al basurero municipal. Luego le dijo a la humilde mujer que se la dejara para mandarla a examinar con un experto y que la próxima semana sabrían a ciencia cierta si poseían algo valioso o solo tenían una baratija cualquiera.

José no estuvo de acuerdo con que su madre le hubiera dejado la moneda al turco Elías ¿Y si de verdad tenía algún valor se la iba a devolver? con la fama de pícaros que tienen esos comerciantes extranjeros. ¿Le dio algún recibo, le dijo adónde la iba a mandar, había testigos de que ella se la había dado…? Ya, José, le replicó Maritza fastidiada ante la incisiva cantaleta de su hijo, acaso él ya daba por hecho que había encontrado un gran tesoro; si algo bueno les tocaba por eso, bienvenido sea y si no, qué se le iba a hacer. No iban a echarse a morir por una bendita moneda que estaba en la basura.

A la semana siguiente, cuando madre e hijo llegaron a la tienda en busca de noticias sobre la moneda, el turco Elías les dijo, con cierto nerviosismo, que todavía no tenía ninguna información y que en ese momento estaba saliendo para el aeropuerto porque debía irse de viaje hacia la capital. José, con una feroz determinación, se le plantó al frente para responderle que, antes de que se fuera adonde le diera la gana, debía entregarle su moneda. El viejo comerciante se lo quedó mirando por unos segundos sin decir nada, como perdido en el laberinto de sus pensamientos.

—Está bien, contestó finalmente, yo no tengo la pieza porque la están evaluando, pero si desconfían de mí, aquí les dejo las llaves del negocio para que vean que no tengo malas intenciones. A las siete de la noche, en cuanto se marchen los empleados, lo cierran y mañana me las regresan…

Al otro día, el turco Elías no apareció, ni al siguiente tampoco, más nunca lo volvieron a ver. José, sin saber qué hacer con el manojo de llaves entre las manos, solo atinaba a preguntarse: ¡Carajo! y cuánto valía esa moneda.

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