26º Concurso sobre Valores: La elegancia

La elegancia es una de esas cualidades que expresa con más contundencia nuestra condición de seres inteligentes, de individuos que supieron transformar, en su evolución, los instintos elementales en refinadas manifestaciones para alcanzar un estado de civilización como ninguna otra especie pudo hacerlo.

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Al principio de los tiempos, los humanos, al igual que el resto de los animales, actuaban de acuerdo con sus más básicas reacciones, para satisfacer sus necesidades o ante los estímulos del medio ambiente. Sin embargo, la capacidad de raciocinio los condujo a idear soluciones que no solo les permitieron sobrevivir, sino crear todo un sistema de símbolos y convenciones que convirtió su existencia en una sofisticada estructura cuyo dinamismo avanza siempre indetenible hacia nuevos horizontes.

Una prenda de vestir, por ejemplo, tenía sobre todo una finalidad práctica. Aquellos primeros seres humanos la usaban para protegerse del frío o del calor, según fuese el caso, por tal razón solo bastaba la piel de un animal usada de cualquier forma sobre el cuerpo. Pero la infinita inteligencia de nuestra especie transformó y diversificó aquel traje primigenio, poco a poco, hasta llegar a nuestras modernas indumentarias que, además de cubrir la anatomía, encierran otros conceptos como moda, género, estilo, confección y, por supuesto, elegancia. Y esta misma evolución se puede verificar en todos los aspectos que conforman nuestro quehacer.

La elegancia, examinada entonces desde esta histórica perspectiva, se manifiesta como una de las más altas expresiones de nuestro desarrollo evolutivo; está inscrita dentro de esos factores que aseguran la preeminencia de la condición humana, debido a que está ligada al buen gusto, a las proporciones adecuadas, a la armonía y a la moderación sincera del comportamiento en general.

Algunos reconocidos pensadores señalan, en cambio, que la elegancia se trata de una apariencia, de una superficialidad que disfraza, muchas veces, los verdaderos sentimientos de quien se comporta siempre asumiendo una actitud de excesivo refinamiento que no compagina con las naturales reacciones humanas. No está asociada, según esta perspectiva, a ningún valor fundamental para la sobrevivencia de la especie; se puede prescindir de la elegancia sin que las condiciones primarias de la existencia se resientan.

Sin embargo, desde el punto de vista de nuestra evolución histórica, se puede alegar que la negación de estos valores tan importantes lleva implícito el regreso hacia los más básicos instintos, hacia aquellas superadas expresiones primitivas. No es lo mismo, por ejemplo, comer simplemente para saciar el hambre que sentarse a una mesa correctamente dispuesta y con unos platos bien presentados; ni es recomendable pretender una pareja solo con fines reproductivos, sin las atenciones, sin el galanteo ni nada que implique el largo proceso de refinamiento sentimental por el que hemos pasado para llegar hasta este presente.

La elegancia no se trata, en última instancia, de una manifestación superficial de la conducta humana, sino de un valor que pregona el buen proceder, el equilibrio y la armonía de una especie que no se conforma con los rudimentos que encuentra a su paso, sino que transforma el entorno a su antojo para que se convierta en un lugar donde reine lo cómodo, lo práctico y lo estético.

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