Steemit Engagement Challenge | S7W5 | Write A Short Story

Mi abuelo era un gran músico, un excelso violinista que se había presentado en los más prestigiosos escenarios nacionales e internacionales, eso lo decía siempre mi padre mientras me mostraba unas cuantas tarjetas y pergaminos donde aparecía su nombre en grandes caracteres.

En casi todas las ocasiones que en nuestra casa había alguna celebración, el abuelo venía a amenizar el ambiente con su prodigioso instrumento. Le encantaba demostrar su versatilidad interpretando piezas de su repertorio clásico seguidas de inmediato por ligeras y pegajosas melodías populares.

Mi padre, en cambio, nunca tuvo aptitudes para la música y, aunque constantemente lo intentó, influenciado por la gran admiración que sentía hacia su progenitor, jamás pudo aprender ni siquiera lo más básico de ningún instrumento. Ante su evidente incapacidad para este arte, decidió entonces que yo sí había heredado las cualidades del abuelo, debido a que me gustaba cantar y bailar los extraños sones que interpretaban los peones de la hacienda en sus labores y ratos de descanso.

Contaba yo apenas con nueve años cuando mi padre resolvió que debía asistir todas las tardes a la vieja casona del abuelo para que este me enseñara a tocar el violín. No era muy largo el camino, pero no era recomendable que, a mi edad, anduviese sola por esos parajes, por lo tanto, Dorotea debía acompañarme, la nieta de la vieja nana que vivía con nosotros desde mucho antes de yo nacer. Desde el principio, quise negarme pero sabía que sería inútil, nadie podía hacer cambiar de opinión a mi querido papá una vez que emitía sus indiscutibles dictámenes.

Mis tardes eran para jugar con Dorotea, porque ya las mañanas estaban ocupadas con la institutriz que venía a enseñarme gramática, álgebra y literatura. Después del almuerzo, la iba a buscar para corretear por los patios, subirnos a los árboles, molestar a los peones o para inventarnos un sinfín de juegos que nos permitían ser felices.

Ahora, sin embargo, debía ocupar esas horas recibiendo las monótonas lecciones musicales del abuelo con un violín en las manos que, según mi progenitor, estaba construido a la medida de mis extremidades, pero que a cada instante se me resbalaba de las manos y me adormecía el hombro con su peso.

Para que las tardes transcurrieran más rápido, decidí entonces prestarles atención a las formales instrucciones del abuelo y, poco a poco, fui aprendiendo las notas y algunas melodías de fácil ejecución que solo servían como señuelos motivacionales.

Intentaba terminar cada día las lecciones lo más pronto posible porque me apenaba mirar a la pobre Dorotea apartada en un rincón, sentada y sin hablar con nadie, mientras yo maltrataba una y otra vez las cuerdas del violín. Ella nunca se quejaba y me animaba a que continuara con el aprendizaje. Lo estás haciendo muy bien, me decía con entusiasmo, ese instrumento es mágico.

Quince años después, mi padre y yo vivimos a plenitud, en el más prestigioso escenario parisiense, el Concierto para violín de Ludwig van Beethoven, donde la principal violinista era mi entrañable amiga Dorotea, la única que supo aprovechar aquellas sabias lecciones del abuelo.

Invito a los amigos: @lanegra2804, @marpa y @mariami a participar en este interesante reto.