Crónicas de lo cotidiano 014: La muerte y yo.

Hay partidas que uno no sabe que van a doler hasta que las experimenta. Ayer me enteré del fallecimiento de alguien que no era cercano a mí, era solo un conocido, pero de esos que se ganan tu corazón y te alegran el día cada vez que te los topas. No sabía que le tenía tanto aprecio a esta persona hasta este momento en que lamento sinceramente su partida.

Con los años he ido aprendiendo que uno cambia sin darse cuenta, y uno de esos cambios es nuestra relación con la muerte. Se aparece en nuestra vida cada vez con más frecuencia al pasar de los años, primero en las conversaciones triviales, y luego se te presenta cuando menos te lo esperas y empieza a llevarse a gente cada vez más querida para nosotros, y con ellos se lleva un pedacito de nosotros también.

Dicen que al final uno se acostumbra. Yo aún no llego a esa fase. Estoy en una en que cada vez le doy más valor a los que se van, y los extraño más de lo que esperaba. Aún no llego a esa fase, y no quiero llegar, porque se que tendré que perder a muchos más para que eso pase, tendré que perder a muchos para normalizar a la muerte en mi vida.

Y yo sé que es normal, lo entiendo, pero prefiero quedarme así, en una comprensión intelectual y fría de la muerte, no quiero que me entuma el corazón lentamente hasta llegar al punto de que las partidas de los otros no me duelan, porque querrá decir que de a pocos se ha llevado mucho de lo que soy, y no quiero ser un cuerpo vacío al partir, quiero poder mirarla a la cara y tener aún el coraje de irme peleando y no dándole las gracias.

Por eso lamento hoy la partida de alguien que no era tan cercano, pero que fue parte de un época importante de mi vida, porque junto con su partida lamento también la partida de una fracción de mi mismo.

Descanse en paz Don Enrique, un abrazo y hasta siempre.

Si llegaste hasta acá muchas gracias por leer este publicación y dedicarme un momento de tu tiempo. Hasta la próxima y recuerda que se vale dejar comentarios.