De una camada que tuvo una de mis perras hace muchos años, nació un perrito muy lindo que al final se quedó en nuestra casa. Resaltaba ante los demás por el ser el más gordito y de un pelaje muy abundante. Dada su contextura y belleza, decidieron dejarlo en la casa y lo nombraron "Oso".

Oso creció, pero no era un perro dócil, era bravucón y no se la llevaba con el otro perro macho que teníamos en casa. Tuvimos que mantenerlo amarrado porque se peleaba con el otro perro, y por el poco espacio que disponíamos en el patio, no podía estar suelto. Permanecer atado las 24 horas de día, le ocasionó una dermatitis que yo le curé con baños medicinales. Cuando el otro perro que ya era viejo murió, Oso pudo andar libremente por el patio.

No obstante, Oso había adquirido una enfermedad a causa de las garrapatas “Ehrlichia”, y uno de los síntomas era la irritación de los ojos, le salía mucha lagaña y se le ponían rojos. Yo le lavaba los ojos con agua de manzanilla y le compré un colirio para infecciones oftalmológicas. Aparte de eso, Oso se enfermó del oído con una otitis, por lo que tuve que comprarle unas gotas para tratarle también esa enfermedad.

A Oso se le mejoraba la irritación de los ojos, pero luego le regresaba, y lo tenía que estar curando frecuentemente. Cada tratamiento con el colirio para sus ojos duraba 7 días.

En una de esa curas cuando le apliqué las gotas en sus ojos, el perro comenzó a llorar, yo me asusté, agarré el frasco, y allí me di cuenta de mi error, había colocado gotas del medicamento para los oídos en los ojos de Oso. Enseguida le lavé los ojos, Oso se siguió quejando después de haberle lavado los ojos, pero luego se calmó.

Yo me sentí muy mal por no haber sido más cuidadosa, y no sabía que tanto daño le había causado a Oso por mi imprudencia, por esos pocos minutos de error. Sin lugar a dudas, fue un gran traspié, me confié, ambos frascos eran muy parecidos y tomé el medicamento sin leer la etiqueta.

Hubo graves consecuencias, Oso se fue quedando ciego, le salió una mancha blanca en los ojos, y aquel error que cometí, hizo que perdiera la vista. Los perros con los años pierden la visión y hasta la audición, pero esos minutos de mi error le aceleraron ese proceso.

Oso murió cuando tenía 15 años de edad, estaba ciego, sordo, había dejado de caminar y no toleraba la comida. Luché contra todo eso para salvarlo, pero no pude. Para que no sufriera más, tuvimos que sacrificarlo. Al redactar esto, me dio mucha nostalgia y las lágrimas inevitablemente hicieron acto de presencia. Tal vez pude haberlo hecho mejor.