Mi... Romeo y Julieta

Existen personas que nacen para estar juntas porque su amor se encuentra más allá de los tropiezos y las mezquindades que proliferan en este mundo...

_{Imagen diseñada en PowerPoint/ F/ F}

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Julián y Virginia formaban una pareja que vivía muy cerca de la casa donde transcurrió mi niñez y parte de mi juventud, en Mucoelrío, el pueblo en que nací. Él, antes de juntarse con esa mujer que lo acompañó para siempre, era un agricultor, como casi todos los hombres del lugar, sin embargo, cuando yo lo conocí ya ejercía el oficio de albañil que más tarde aprendió. Ella, desde pequeña, se dedicaba a realizar los rústicos oficios del hogar que debía desempeñar una mujer en aquella época lejana.

Mi abuela, que era la madrina de bautizo de Julián, me contaba de vez en cuando cómo se las ingenió esta pareja para desafiar la empecinada oposición de los padres de Virginia a los tempranos amores de aquellos dos muchachos que todavía no llegaban siquiera a los dieciocho años. Una noche sin luna, Doña Josefina de Toledo, la madre de Virginia, observó angustiada, desde su cuarto, cómo una figura espectral vestida de blanco se alejaba por el camino muy rápido con una vela prendida entre las manos, la cual mostraba una llama erguida y serena, a pesar de la ventolera que había afuera.

Persignándose y rezando la primera oración que se le vino a la mente porque no le cabía duda de que aquello era una entidad de otro mundo, persiguió con la mirada esa luz hasta que desapareció en el horizonte. Al otro día, antes de que saliera el sol, ya se había enterado de que Virginia no había amanecido en su cuarto y que algunas personas habían sentido a media noche el rápido andar de dos burros que salían del pueblo.

Cuando cinco años más tarde Julián y Virginia regresaron a Mucoelrío, cansados de pasar tantas necesidades fuera del terruño, ya tenían el primer hijo de los ocho que procrearon a lo largo de su existencia. Se llamaba Gerónimo, al igual que el abuelo materno, y en seguida se ganó el incondicional cariño de todos sus parientes, quienes se olvidaron muy pronto de que aquella pareja de jóvenes había desafiado sus decisiones y huyeron juntos porque no quisieron esperar solo unos dos años más.

Construyeron su casa en un terreno que heredó Julián de sus difuntos progenitores y allí pasaron toda la vida, trayendo hijos al mundo y trabajando sin descanso… A todos los muchachos de aquella época nos llamaba la atención esa pareja que se comportaba de manera muy diferente a las demás. Julián no era como todos los hombres del pueblo, a quienes les importaba poco ausentarse de su hogar durante todo un fin de semana y regresar sin dinero y con los reflejos de una parranda incesante marcados en el rostro. Él siempre retornaba directo a su casa y estaba pendiente de sacar a pasear a sus hijos, y de comprarles lo que necesitaran para sus labores escolares.

En un pueblo donde los hombres se jactaban de sus amoríos con cuantas féminas se les atravesaran en su camino y de los innumerables hijos que habían engendrado fuera de las formalidades del hogar, a Julián, en cambio, jamás se le conoció por participar en ninguno de esos enredos extramaritales; amaba a Virginia con una devoción que estuvo siempre alejada del exacerbado machismo que lo rodeaba.

Por ello era extraño igualmente para nosotros escucharla a ella hablando con admiración de su marido, nombrarlo dentro de una cadencia de palabras tiernas, llenas de amor y comprensión. Acostumbrados como estábamos a escuchar epítetos de desprecio cada vez que una mujer se refería a su pareja porque nunca se comportaba bien, la agradable voz de Virginia, en estos casos, era como un sosegado salmo que nos aseguraba que un hombre podía ser diferente.

Ya estaban viejos los dos cuando me dijo mi madre, de repente, que Julián y Virginia se iban a casar por la iglesia. Dos días antes habían celebrado el matrimonio civil y ese fin de semana cumplirían con ese sagrado sacramento que le debían a su Dios. Yo asistí a esa boda para ser un testigo emocionado de un amor eterno que floreció y se mantuvo ajeno a todas las perfidias que le rodearon.

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Invito a los amigos:
@lirvic y
@petrarodriguez