Criando niños y niñas

Las diferencias entre niños y niñas condicionan la forma en que nos dedicamos a su crianza. Esto no implica, de ninguna manera, un trato discriminatorio para uno de los género, mientras actuemos con equilibrada sensatez.

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El problema que surge cuando se tratan temas como este de Criar niños y niñas es que, de manera inevitable, se entrelaza con la innegable discriminación que ha padecido el género femenino desde tiempos inmemoriales y sus respectivas luchas por obtener los mismos privilegios de los hombres, por la anhelada igualdad que debe prevalecer entre todos los seres humanos, sin excepciones de ninguna índole.

Ahora bien, si estamos de acuerdo, como cualquier individuo que ostente un poco de sensatez, con que esas exclusiones denigrantes hacia la mujer no debieran existir, debido a que es evidente que sus capacidades intelectuales y físicas pueden equiparase a las del varón, tenemos que concluir que ambos géneros deben contar con idénticas oportunidades de desarrollo en este mundo en que se desenvuelven.

Sin embargo, lo que es necesario discernir, con mucho detenimiento, es que la apreciada igualdad de géneros no significa que se deben excluir las estentóreas diferencias, tanto morfológicas como psicológicas, que existen entre un varón y una hembra. Algunas tendenciosas posiciones, durante estos últimos tiempos, han insistido en que no es conveniente inculcar en los niños las distinciones de este tipo, ya que, de acuerdo con sus perspectivas, continúan propiciando la nefasta preeminencia masculina.

No obstante, desde nuestro punto de vista, es un desafortunado error negar esa realidad que está presente ante nuestros ojos. Una mujer nace diferente al hombre y se caracteriza por percibir y sentir la existencia de otra manera. Reconocer esto no indica, en modo alguno, que intentamos diferenciarla con el tendencioso propósito de rebajarle sus competencias vitales. Se trata, al contrario, de enaltecer sus cualidades con la intención de dejar bien claro que sus sensibles particularidades son una bendición para todos y estas no pueden convertirse en excusas para desacreditar su preeminencia.

Lo ideal, entonces, es que, en lugar de obviar las ostensibles diferencias, se debe instruir a los niños haciendo énfasis en el respeto hacia sus semejantes, inculcándoles que, por determinación de la naturaleza, unas nacen hembras y otros varones, pero esa condición no le concede a nadie el derecho para someter o maltratar a quienes no comparten el mismo género.

Ante todo lo dicho, es obvio que no se puede educar a los niños y niñas exactamente de la misma manera. La igualdad de oportunidades, el reconocimiento de los mismos deberes y derechos para todos, no implica que se establezca una artificiosa uniformidad de género que jamás podrá existir. Una niña y un niño son, de acuerdo con su conformación física, una hembra y un varón, respectivamente. Y en concordancia con esas diferencias procederán quienes participen en su educación.

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