Ayudó a su hermana cuando tuvo sus morochos y cuando se acabó su matrimonio. Años después asistió en lo que pudo a otra de sus hermanas, una fortaleza de mujer, en su batalla contra el cáncer, sin imaginar el calvario que viviría en carne propia por ese mismo mal.

Para colaborar como sostén de familia, se dedicaba a la repostería, sus tortas eran demandadas para cumpleaños, bodas, bautizos y cualquier ocasión, junto con gelatinas multicolores decoradas a gusto del solicitante y variedad de pasapalos. Hacía los alfajores más ricos de la ciudad, que provocaban adicción porque se deshacían en la boca. Y en la época de Navidad preparaba exquisitas hallacas y panes de jamón.

Parte de su vida está unida a la mía, o viceversa, porque muchas de las cosas que viví fue a través de su influencia. Mi historia con esta gran mujer comienza cuando llegué a la universidad, era una joven tímida, reservada y tranquila. Ella madre de cuatro hijos, dos hembras y dos varones, la menor había fallecido pequeña a causa de una neumonía, los dos varones estudiantes de liceo, y la mayor contemporánea conmigo.

Teniendo una familia formada decidió que era su momento de estudiar y se inscribió en la universidad para estudiar la carrera de Educación.

Posiblemente a causa de las dificultades pasadas en su niñez o no sé por qué pero desde que recuerdo tuvo situaciones de salud. Los dolores crónicos de la ciática eran un problema para subir y bajar la cuesta a la urbanizacion donde vivía y para cruzar la amplia avenida que daba a la universidad, hubo momentos en que quiso desistir. Atesoro con amor la vez que me dijo que mi compañía y mi apoyo la ayudaron a continuar.

Mientras estudiamos juntas, y hasta el fin de sus días, me acogió en su hogar, como a una hija más. Mis padres reconocen en ella a un ángel protector en mis años de universidad.

También sufría de una enfermedad degenerativa de la parte dental a nivel óseo. Era tratada por quien años después fue mi compañero por casi diez años.